Herbie Hancock actuará esta noche en el Luna Park. El mismo día que por otro lado comienza el Buenos Aires Jazz Festival, el pianista y compositor agitará su estatus de leyenda en un estadio, para un público amplio. Son estas las coincidencias posibles en una ciudad como Buenos Aires, en la que el jazz en sus múltiples formas mantiene su tradición de música atractiva e interesante. Entre el jazz industrial y sus actualizaciones, de alguna manera el periplo artístico de Hancock refleja una de las paradojas de una música que, definida de mil maneras, puede escucharse de 999. En el sentido de que, a fin de cuentas, para el jazz siempre hay una explicación que sobra.
Los músicos que acompañarán a Hancock dan cuenta de esa diversidad que caracteriza a un artista sagaz y móvil, cuyo rasgo jazzero más marcado está en la idea de que la música termina de componerse en la ejecución. El bajista y contrabajista James Genus es una de las figuras de la fusión, que desde los ‘90 ha colaborado con otras figuras del jazz, desde Bob James, Michel Camilo, los hermanos Brecker y Chick Corea hasta Uri Caine y Dave Douglas. El baterista Justin Brown, clase 1984, reemplazará al anunciado –y muy esperado– Vinnie Colaiuta. Brown se formó con la música góspel antes de descubrir el jazz y trabaja habitualmente con el bajista multigénero Thundercat, y también con la contrabajista y cantante Esperanza Spalding, entre otros. Participarán además el armonicista Gregoire Maret y el cantante Michael Mayo.
¿Qué trae Hancock para mostrar al público de Buenos Aires? A punto de cumplir sesenta años de profesión, pluripremiado y reconocido como un icono de la modernidad musical, el pianista desplegará su historia, actualizada en una música intensa, de marcada impronta eléctrica y vigor danzante. Ni más ni menos. El espíritu y la materia de lo que se escuchará en el disco que desde hace un tiempo viene grabando. Un trabajo que, según aseguró, contará con colaboraciones de Kendrick Lamar, Thundercat, Flying Lotus y Kamasi Washington. Músicos que alguna vez experimentaron con el jazz, ya sea como estilo insignia o integrándolo a su propuesta original, y que proporcionan la cuota de diversidad que desde distintos lugares siempre nutrió la música de Hancock.
Niño prodigio que deslumbraba tocando conciertos de Mozart junto a la orquesta sinfónica de su Chicago Natal, Hancock descubrió el jazz en su adolescencia y a los 22 años grabó para Blue Note Takin´ Off, un disco en el que está “Watermelon Man”, el tema que fue el primer éxito comercial de una carrera que dentro de esos carriles se prodigó en numerosas búsquedas. A comienzos de la década de 1960, Hancock se incorporó al segundo quinteto de Miles Davis –al que poco después llegaría Wayne Shorter–, y más tarde acompañó, desde el piano eléctrico Fender Rhodes, las metamorfosis sonoras del trompetista. Como solista, en los ‘70 introdujo en nombre del jazz un funk con atracciones bailables y desde ese espacio de fusión clavó otro gran éxito: “Chamaleon”, que está en el disco Head Hunters, de 1973. La veta funkera marcó un camino que mucho otros recorrerían y que el tecladista afirmaría en discos como Thrust (1974), Man Child (1975) y Sunlight (1978). Por entonces también amparó a Jaco Pastorius y acompañó los impulsos jazzeros de Joni Mitchel, a quien en 2007 rindió tributo con River: The Joni Letters, un disco en el que recrea las canciones de la cantautora.
Future Shock, de 1983, fue el disco con el que Hancock terminó de modelar su inclusivo espíritu electrónico, con combinaciones de funk, hip hop, pop, fusión y tecno. De ahí salió “Rockit”, otro aporte a las listas de éxitos. A esa altura, lo que despertaba entusiasmo en muchos hacía fruncir la nariz a otros. La disputa era por el jazz. O más bien por el valor de las tradiciones que contribuyen al concepto amplio del jazz. Si Bill Evans, Keith Jarret, Brad Mehldau o Craig Taborn, por nombrar pianistas, prologaron sus búsquedas indagando hacia atrás en la música de la tradición escrita europea, Hancock es de los que eligieron mirar hacia adelante, celebrar su idea de jazz en la electrónica y junto a la música de baile. Esa fórmula promovió formas simbólicas y concretas de éxito, y lo mantuvo a la vanguardia de la cultura, la tecnología, los negocios y la música. Ese mundo lo reconoció con el Grammy Lifetime Achievement Award en febrero de 2016, premio que se sumó a otros catorce, por disco del año, mejor performance, mejor solo, mejor composición, entre muchos “mejores” más.
Asimilado a la cultura que Estados Unidos irradia al mundo, como símbolo de un jazz con más futuro que memoria, Hancock se desempeña en la actualidad como presidente del Thelonious Monk Institute of Jazz, la principal organización internacional dedicada a la formación y al desarrollo del jazz en todo el mundo. Es Embajador de Buena Voluntad de la Unesco para el Diálogo Intercultural, uno de los fundadores del Comité Internacional de Artistas por la Paz y también Commandeur des Arts et des Lettres de Francia. Y todo eso suena en su música.