Sin dudas ha sido la promesa más esperada del año en el universo lgbttiq argentino y más allá. Hace tiempo que Marlene Wayar viene pensando en voz alta y en estado de cotorreo con amigues, un modo concreto de salir del pozo capitalista y patriarcal. Nada menos y a lo grande. Ni tercera vía ni voluntarismos ni mesianismos sino una vía travesti y además sudamericana. El libro ya llegó –Una teoría lo suficientemente buena (Editorial Muchas Nueces)– y desde hace un mes se viene presentando a sala llena. Marlene Wayar es una activista por los Derechos Humanos, pensadora, psicóloga social formada especialmente en pedagogía, cordobesa de nacimiento y de tonada, creadora de la revista El Teje, impulsora de grandes proyectos, y como la presenta Susy Shock en el prólogo “hecha de una madera, capaz de juntarse en tríadas históricas con la Berkins y la Echazú y luego con la Berkins y la Sacayán. Marlene, que resume con su declaración ¨tengo un cementerio en mi cabeza¨ una historia de muertes compartidas, asume su condición de heredera del tremendo legado que deja Lohana Berkins. Aunque antes de continuar, pide una aclaración: “Pero no confundamos heredera con viuda. Es cierto que cuando Lohana se despidió, me dejó en una notita la posta de una lucha, pero lo hizo sabiendo que yo no sería su Kodama y que no pensábamos igual en todo. Fijate que no se lo deja a una comunidad, se lo deja a una persona con que tiene diferencias. De ella aprendí muchas cosas, pero sobre todo el hecho de que Lohana te hablaba desde la niña que había sido. Siempre volvía a ese lugar y desde allí tejía lo que se vio en sus funerales. Gente de todas partes, clases facciones, espacios, muchos que se odiaban entre sí, estaban unidos por el dolor de esa muerte”.
El primer movimiento disyuntivo del libro de Wayar está en el título. Travesti, Una teoría lo suficientemente buena. Enlazar los dos conceptos, travesti con teoría, es, desde el vamos, encender un lindo fuego en el horizonte donde travesti viene anclado a zona roja, escasas expectativas de vida, un par de estrellas del show business y una cucarda mediática de “la primera persona trans que… (agregue usted aquí pocas cosas)”. Pero además apunta a el alcance de “teoría”, que carga aunque no lo asuma, con problemas para afincarse en la experiencia y en la intervención política y concreta de las vidas en riesgo. Además, gran excepción, aquí lo travesti/trans no aparece como objeto de estudio de los otros ni como confesionario. Marlene le pone valor a la experiencia intransferible de las transexualidades para generar un punto de vista alternativo al modelo que ha fracasado y viene cayendo por su propio peso. Como también señala Susy, se trata de una perspectiva superadora de la tolerancia, la inclusión, las dádivas y las buenas intenciones. Leer a Marlene, por ejemplo, deja en evidencia hasta qué punto discutir en términos de “ideología de género” cuando estamos hablando de la desaparición sistemática de un colectivo, es cuanto menos, una forma del crimen. El saber trava que postula Wayar, signado por la urgencia, trae un cruce entre la política, la experiencia y una poética de la infancia. Quien busque soluciones express o siquiera conclusiones cerradas, abstenerse. El libro expone una teorìa en expansión donde el abrazo y la escucha se han vuelto herramientas de trabajo tan valiosas como su bibliografía en la que se sustenta.
Hablemos de la urgencia trava como concepto iluminador. ¿A qué te referís cuando hablas de urgencia?
–En principio, la urgencia nos viene de que fuimos y somos un colectivo víctima de crímenes de lesa humanidad. ¡Y siquiera no dimos cuenta en la urgencia por sobrevivir! Se entiende en el mundo por lesa humanidad los crímenes cometidos sistemáticamente contra determinado grupo con el fin de su eliminación, con anuencia, intervención u omisión del Estado. Nosotras hemos sido objeto de crímenes de todo tipo con el propósito de negarnos la existencia. Niñas no reconocidas, separadas de los hogares, asesinadas por arma blanca, por guante blanco, por abandono de persona, por prostitución obligatoria, abuso policial, porque un chongo se le cruzó que podía acuchillarnos.
En este sentido un travesticidio como el de nuestra compañera Diana Sacayán, donde la justicia encontró un culpable concreto, ¿se entendería también en el marco de lesa humanidad?
–Sí, porque es un crimen apoyado por los discursos circulantes, porque sabemos que hay homilías contra las travas, chistes pedorros contra las travas, hay discursos oficiales que arman un protocolo para detenciones de gente lgbti antes de pensar escuela, educación, trabajo y amor. Es un plan sistemático que excede (y dirige y aplaude) la mano que ejecuta el crimen.
Pensar en lesa humanidad también implica pensarse como grupo, un “sentido trans” no unido por la etnia, ni por clase, ni por política… ¿O sí?
–Mirá, la definición de grupo se ha trabajado mucho en el derecho internacional. Se dice que hay grupalidad cuando el grupo se reconoce como tal y la sociedad también. Nosotras somos “las travestis” para nosotras y así nos ven. Vivimos una identidad que en parte se va conformando desde el afuera cuando la familia, la escuela, la vecindad te dice “esta no es nosotros” ya que no olvidemos que nacemos en familias heterosexuales. Pero dentro de tanta confusión hay algo claro: la persecución ha sido sistemática, sostenida por el Estado y con una sociedad que se ha colgado de esto. Si no desaparecimos del mapa es sencillamente por el hecho de que seguimos y seguiremos naciendo. Por eso, la categoría que estamos proponiendo es la del identicidio. Exterminan al niño, educado en su rol de privilegiado y fuerte, que un día levanta la cabeza y dice que no quiere re–presentar la coreo de machito que le imponen, y entonces a ese niño se le viene el mundo abajo. Las que estamos vivas hoy somos sobrevivientes, las que estamos hablando después del Holocausto.
La urgencia impone estar siempre en un tiempo que no es el futuro y tampoco es el presente. ¿Casi como no estar?
–Las travestis vivimos corriendo para salvar a tal o cual, para enterrarla con su nombre, para sacarla de la cárcel, para que la reciban en un hospital. Lo que estamos diciendo ahora es BASTA. Nuestro colectivo no tiene por qué ponerse a pensar cómo resolver la situación en las que se encuentra toda una población de sobrevivientes. No tenemos recursos para hacer un trabajo paliativo que le corresponde al Estado encargado de asistir, resarcir y castigar a quien no nos respete.
¿Castigar?
–¿Sabés que pasa? No hay cosa que les duela más que el dinero. Hay que hacer pagar los daños, sin metáfora. No soy resentida, incluso tengo mis reparos con el uso de la palabra cisexual, me hace ruido. Yo no dialogo en relación a qué características tenga el cuerpo del otro, no obturo preguntas porque viene de un cuerpo x. Ahora, así como te digo esto también te digo que yo quiero que nos tengan miedo. El holocausto ya ocurrió, no vamos a esperar que sigan las muertes. Que si alguien ve una mariquita contenta paseando por la calle y le quiere hacer burla o daño, que lo piense dos veces. Quien en un jardín de infantes obligue a una niña a comportarse cono niño o al revés, debe pagar. Que tengas mucho miedo de que una marica o un pibe trans se te ofenda porque te va a costar plata.
¿Una ley de reparación como la ley de cupo trans queda chica en esta perspectiva?
–No. Me parece muy bien y necesario el cupo trans. Pero seamos realistas y hablemos con sinceridad: no podemos pretender que una trava de 55 años que ha vivido toda su vida en la prostitución y marginada de la lógica laboral, de golpe empiece el secundario, haga un curriculum, se ponga a trabajar. ¡¿Dónde mierda va a conseguir trabajo?! A esa persona hay que darle un dinero para que viva tranquila y si quiere estudie y busque un trabajo o no. Su vida ha sido saqueada, pues démosle tranquilidad. Y por otro lado, las organizaciones merecemos no estar condenadas a tener el cerebro ocupado detrás de una catástrofe tras otra. Porque tenemos que ocuparnos del futuro. De que las personas jóvenes no pasen por el peligro de volver a vivir lo que sufrimos nosotras. Las víctimas sobrevivientes se merecen esa guitita, acelerar el proceso vital que se desaceleró.
Esta idea es superadora de otros proyectos que vos misma impulsaste y que sigue esperando tratamiento en el Congreso. “Reconocer es reparar” exige una resarcimiento a aquellas trans mayores que hayan sufrido torturas, cautiverio.
–Al reconocer es reparar le falta el punto de que es un crimen de lesa humanidad. La reparación es muy difícil de medir, es intangible y no se agota en una cuestión de resarcimiento monetario. ¿Cómo me devolvés mi tener 18 años y no poder hacer el viaje de estudio con mis compañeros? ¿Cómo me devolvés tener 19 años y que me viole un tipo en la cárcel y que inmediatamente después me digan que tiene una sífilis galopante y estar día y noche golpeando la reja pidiendo ir a enfermería, cortando clavos, esperando a ser atendida cuando se le cante a quien esté ahí? ¿Cómo me devolvés enterarme de que Rosita, “la mudita”, allá en Córdoba, apareció atada con alambre de púa, quemada con cigarrillos, empalada, llena de semen de todos lados? Era nuestra amiga Rosita, la más chiquita, 16 años. ¿Cómo me devolvés que la extrañamos y vivir con la idea de que lo que le pasó me puede pasar a mí? Yo quiero cupos trans en todas partes.
Aparece con más potencia, con este planteo de la lesa humanidad, la cuestión de la dignidad humana avasallada sistemáticamente.
–Por eso cuando hablamos de reparaciónme refiero a que más allá del dinero, lo que quiero es que en cada uno de los espacios de esta sociedad haya un espacio privilegiado para personas trans. Y tiene que ser puesta en juicio las instituciones que no cumplan. El cupo trans debe incluir cupos que recuperen la memoria, que la preserve, que se enseñe en las escuelas y en los museos y en las calles y en las canciones, que le entre por los poros de toda la sociedad que ha deshumanizado a una parte de ella y que con esa deshumanización se ha empobrecido. Y no es revancha, es memoria, por aquello que ya se dijo: “Hemos conocido el infierno, sabemos que existe, sabemos que podría volver a ocurrir.” Y para eso, nuestra supresión de la historia debe enmendarse.
¿Aquí entraría el punto sudaca y originario que señalás en tu libro?
–Porque nuestras identidades han sido suprimidas del relato de la historia. La conquista aplastó identidades que el mismo conquistador fue describiendo en sus crónicas. Esas mujeres membrudas que conducían como capitanas ejércitos de hombres y eran consideradas hombres también. Están las muxes, está la idea de dos espíritus, personas consideradas en equilibro entre la complejidad femenino y masculino y que se las considera puentes, una suerte de diplomáticos con el mundo de los espíritus. ¿Dónde está eso en el relato escolar? Se ha borrado la existencia de los chongos trans que intervenían en las tareas de caza, por ejemplo. Ya sé que me podrían objetar “¿y qué hablás vos desde esa cosmovisión si no tenés nada que ver con los pueblos originarios?” Bueno, les contesto, soy de esa idea zapatista que decía: “¿Quién puede abrazar la lucha zapatista? El que quiera abrazar la lucha zapatista.” Lo que quiero decir con esta línea histórica es que hemos existido siempre, lo que cambió fue la actitud hacia nuestra existencia.
En un momento le decís a Claudia Rodríguez casi como una definición del libro: “¿Vamos a jugar desde la pobreza absoluta a construir conocimiento?” Un punto fuerte de este trabajo es el valerse de lecturas tanto como de tu experiencia en los grupos de recuperación de adicciones a los que asististe todo este año, o a recuerdos de infancia propios y ajenos. ¿De dónde dirías que sacás materiales para construir tu pensamiento?
–Diría que es un mecanismo muy de la prostitución. Ir sacando de aquí y de allá aveces por necesidad pero en general para dejar una marca. Chicas saquense esa costumbre de ir una casa y llevarse un souvenir, nos retaba Lohana. Hay que ver el modo de robar de la trava que es muy particular. Por ahí saca una cosita insignificante, abre un cajón y roba el lapìz de labio de la esposa del dueño de casa que ahora está de vacaciones para que cuando vuelva sepa que hubo alguien ahi. Robo de Lacan a Saussure, de Guattari a Deleuze al mismo nivel que nos nutren las conversaciones con Susy, con Quimey Ramos, con Violeta Alegre, con Claudia y con Sergio que aparecen en el libro y tantas más.
TEORIA TRAVA: PUNTO DE ENCUENTRO
“Algo que aprendí y siempre me impactó de Lohana es que ella siempre hablaba desde su infancia trava, decía, yo vengo de una niña con estas seguridades y tengo otras cosas que son mis pobrezas. Las guardo, saco a aquella niña. No voy a hacer política desde mis pobrezas.” Marlene hace referencia a un concepto clave que ciurula en su libro que podrìamos definir como “la herida precoz” que no niega su tragedia pero le da a quien es capaz de reconocerla cierto aire a adelantadx, la herida se vuelve fuente de conocimiento. Wayar en este libro tantea rumbos posibles para el encuentro con esas infancias. La teoría en sus manos aparece como una invitación, como el comienzo de una trascripción de una lengua trava, hecha de diálogos y banquetes a lo Platón en medio de un revuelto de pestañas, siliconas o no siliconas, tacos o sin tacos. Y es en este ejercicio teórico donde encuentra un territorio común, libre de grietas: Teoría Travesti es una apuesta a la infancia (no solo trava) como espacio capaz de cruzar clases, tiempos y sexualidades. La infancia que cada unx es capaz de recordar y que puesta en valor podría ser una clave para una sociedad comunitaria, en un sentido muy distinto de la sociedad patriarcal y tan adulta limada que conocemos. “Juguemos a construir conocimiento”, dice sin la menor ingenuidad mientras coincide, popr ejemplo, con Marx en que se conoce la sociedad en el proceso de cambiarla, que una teoría no nace de un cerebro solitario sino del intercambio y de la práctica social. Por eso, y aquí vuelve Marlene textual con un ejemplo, la relación teoría y políticas no se negocia: “Recuerdo cuando Horacio González criticaba aquello de “todos y todas” de Cristina y a mi me pareció de terror. Yo no hablo como linguista ni como semióloga pero no se puede ignorar que estos cambios en el lenguaje tienen un fundamento político que ustedes, los técnicos, podrían analizar pero no regentear.
Otro concepto que llama la atención es el de la capacidad reproductiva, en relación a una capacidad de reproducir sentidos.
–Te hago esta pregunta: ¿por qué las denuncias de los niños y niñas no entran en el mercado judicial? ¿Hace cuántos años se hacen denuncias de lo que pasa en instituciones respetables? Cómo es posible que padres y madres que defienden la vida, que dicen que sus hijos son lo que más quieren en el mundo, sigan sometiéndolos a estas instituciones dando prioridad a esa ilusión de que allí van a encontrar educación de excelencia, compañeritos que luego les darán un bien social? ¿En qué cabeza cabe que sometas a tus hijos a algo que vos mismo viviste? Te entiendo, no lo pudiste decir porque eras niño o niña en su momento, pero ahora que sos adulto, que tenés hijos, ¿por qué seguís en la rueda? Podemos reproducir sentidos. Podemos negarnos a una inercia que nos dolió a nosotrxs mismxs. Mirá: mamá era muy creyente, llegabas a casa y estaba rezando en voz baja. Una vez vinieron mis hermanos con la idea de hacerse boy scouts en la parroquia. Y mi mamá, rosario entre las manos, les dijo, ahí nunca, porque ahí les hacen cosas a los chicos. Y no fueron. Y muy creyente era ella, pero con los curas no. Y yo recuerdo esto, y me dan ganas de ir a Córdoba ahora mismo y darle otro beso.
¿Hay algún otro recuerdo que ayude a comprender lo que proponés?
–Otra vez mi mamá. Yo, adolescente, imaginate, había vuelto de la capital muy empoderada y decidida y mi mamá estaba muerta de miedo por como mi papá iba a reaccionar cuando me viera cuando volviera del trabajo. Pero no me dijo eso, me propuso salir a caminar. Hasta ese día mis hermanos y yo siempre habíamos entendido que mi madre era huérfana, nunca habla de su mamá. En la caminata me cuenta que su papá, al que adoraba y yo imagino que lo tenía en un bolsillo porque mi ella siempre fue traviesa y tremenda conquistadora, se muere cuando mamá era muy chica. Su madre se junta con otro hombre que intenta abusar de ella. Mi mamá, una nena, que siempre fue muy fuerte y decidida salió para la comisaría y contó todo. Llamaron a la madre. La madre se disculpa, dice que son exageraciones de la nena, y encara con la chica para su casa. Mi mamá empieza a los gritos y sigue insistiendo con que no se quiere ir. Ahí el comisario dice que la situación lo supera y llama al juez de menores. Conclusión: mi madre ese mismo día fue trasladada a un instituto donde creció. Íbamos caminando en paralelo una al lado de la otra y yo escuchando esto que me desarmaba. La miré y no era mi mamá, se había transformado en una nena. Esa madre que yo tenía como enorme (aunque es muy pero muy petisita) se me iba desvaneciendo porque estaba insegura y no sabía cómo me iba a proteger. Repetía una pregunta: ¿y por qué mi mamé no me defendió? Fijate que no se preguntaba ¿por qué el mundo es así? ¿Por qué existen estos tipos? El tema es que ella como mamá, no estaba sabiendo qué hacer para protegerme de un marido que a pesar de que ella lo conocía, no sabía cómo iba a reaccionar ante el hijo puto.
¿Había posibilidades de que tu papá reaccionara mal?
–Mi papá tendía a no enfrentar esas cosas que enfrentan las mujeres. No decía nada aunque cada tanto tiraba un “Rubencito sacá pecho”. ¿Qué pasa? ¿Estás avergonzado? Vaya por la vida con la frente alta, hijo.
Suena alentador.
–Hablaba de un orgullo, claramente. Pero lo tiraba así como el comete Halley que pasaba una vez cada cien años.
En el libro recordás a una profesora de secundaria como hito revelador. Y también hablás de una cabellera frondosa de una adolescente Marlene. Contanos de las dos cosas…
–Bueno. Primero lo importante: yo en la secundaria en materia de pelo era el exacto punto medio entre mi mamá que tiene el cabello tan lacio que si le ponés una hebillita se le desliza y mi papá que era virulana africana. Mis rulos crecían para los costados y había una profesora que entraba al curso, se dirigía sin mirarme ni a mi ni a nadie a su escritorio mientras decía: “Wayar, cortese de una vez ese racimo de uvas que la próxima le voy a poner hebillitas”. Y luego de dejar el portafolios, ahí recién me miraba. Ella sabía el lugar de cada uno, porque le teníamos tanto miedo que, por ejemplo yo, dejaba de sentarme atrás con mis amigas porque sabía que me iba a tentar. Lo que me parece interesante de pensar y que en ese momento no podía entender es cuan fácil le resultaba domesticar a todos a partir de mi. Quedaba en el aire que cualquiera podía caer en la mira. Yo era el aviso de cuídense para que no los agarre de punto, como a Wayar.
Y no sería sólo por las uvas, sería por las fresas, por el chocolate…
–Exacto. Saber que vos sos el punto que todo el mundo va a ver es toda una experiencia. Mirá, las maricas me han querido enseñar mil trucos pero yo siempre le he tenido terror a cualquier acto delictivo, porque sé que en un rueda de reconocimiento, siempre voy a resaltar. En el prostíbulo por ahí uno venía y preguntaba por la rubia. ¿Qué rubia? ¡El 70 por ciento de las travas son rubias! Pero cuando dicen la flaca alta, aunque también hay otras, siempre soy yo. Tiene que ver con años de ser la marica en un mundo hetero, de ser la que no se esconde.
¿Te sentiste la única marica en el mundo?
–Recién cuando empecé la escuela de cerámica empecé a cruzarme con tortas, maricas… Durante muchos años creí que las únicas tortas eran las butch, pensaba que una lesbiana no se pintaba los labios. ¡Qué ignorante! Es parte de los precios que hemos ido pagando, tardar tanto en enterarte de que existen otros igual, que podes construir grupalidad.
Tu libro no se dirige a la comunidad trava, es un discurso transversal
–Creo que hoy todos los cuerpos estamos en problemas. Mi trabajo, cuando hablo de construir nostredades es buscar puntos donde todes nos podamos encontrar y re pensar. Mirá, por ejemplo: me llaman para dar cursos varones que quieren salir de la lógica heteropatriarcal. Están muy perdidos pero quieren escuchar taxonomías. Esto es tal cosa y esto es la otra. ¿Van a dejar de tener sexo porque no saben relacionarse de otro modo que no sea arrastrando de los pelos a una chica? ¡Chicos paren! Piensen un poco. Yo no les vengo a dar categorías, les propongo que se piensen. El hombre violento, machista, el más reaccionario ha sido uno de esos niños aplastados por el concepto ficticio de masculinidad y una visión del mundo tal como la ha construido el patriarcado. A este hombre machista y sufriente del que te hablo, por ejemplo, lo he visto muy de cerca en mi experiencia de prostitución. Es el tipo que viene y se te hace un ovillo en la cama, se pone a llorar y te dice yo cierro los ojos, haceme lo que quieras. ¿Tengo que atender yo, trava, pobre vulnerable, el dolor del macho violento y violador? No es mi función, pero lo he visto y lo uso para pensar, tengo que aprovechar eso para aprender, para empatizar. ¿Cómo no vas a sostener el capitalismo y ser sumiso en el trabajo y ante otros machos, bancarte viajar apretado en un subte para no perder el presentismo y vivir con miedo de que el nuevo jefe te eche si ya te manejaron desde lo patriarcal desde un comienzo? Buscar ese comienzo que es común aunque desde experiencias diversas es un modo de desandar ese camino.
También hacés una crítica a ciertas personalidades trans que en entrevistas proponen ser definidas por su condición de ser humano y eludir la cuestión. ¿Qué ves de malo en eso?
–Lo que pasa es que todavía falta muchísimo para que hablemos de esa democracia horizontal ideal donde todes somos seres humanos. Hoy, la verdad es que estos cuerpos son los que portamos. Y es un compromiso político –y sororo si querés– decir soy pobre, soy villera, soy mapuche, soy trans. Negar que te están haciendo la nota por eso es un modo de vivir la inclusión como asimilación y esto es ser sumisa hasta el insulto. Ojo, podés ser sumisa en términos personales pero no podemos llevar esto a un discurso público. No se hace política desde el ombligo, se hace política desde lo personal, son sutilezas que son muy importantes y que ponen el futuro en riesgo.
¿En qué sentido lo decís?
–Es que nos costó mucho salirnos de esa posición sumisa donde las chicas nos decían, “bueno que nos pongan presas en la semana pero que nos dejen salir fin de semana así podemos trabajar”, convencerlas de que la policía no tiene por qué pedirte el documento, no tiene por qué faltaste el respeto, es todo un proceso de autoestima y de saber tus derechos. Por eso, estas clases medias desdibujadas, creo, deberían llamarse a silencio, hablar de sus labores y no comprometer el futuro. Si yo me defino como trabajadora por los derechos humanos y les digo a las travestis qué es ser trans, que ser travesti es lo que soy yo, estoy limitando el futuro. Yo hoy podría pensar que no me volvería a poner las tetas que me puse, que no haría cosas que hice, pero esas son mis pobrezas, no es un mensaje para la comunidad.
¿Cómo ves ese futuro?
–¡Ay! Qué sé yo cómo van a ser de súper libertarias las que vienen. Yo veo chiques de secundario hoy que, sin que haya ni trans ni maricas ni tortas muy visibles, se plantan. Espero que las nuevas maricas vengan y me cacheteen a mí y me aviven un poco.