Desde Mar del Plata
En uno de sus últimos trabajos, La muerte de Luis XIV, del español Albert Serra, el actor francés Jean-Pierre Léaud se puso en la piel de un agónico Luis XIV, aquel que acuñó la famosa frase “El Estado soy yo”. Parafraseando al monarca, Léaud, uno de los principales invitados de esta 33º edición del Festival de Cine de Mar del Plata, bien podría afirmar a sus 74 años “El cine francés soy yo”. Y es que aquel niño de 14 años que escapaba por la playa y se volvía hacia la cámara para escrutarla con sus vivaces ojos negros en la escena final de Los 400 golpes (1959), de François Truffaut, se convirtió, al igual que el Rey Sol, en una leyenda, aunque por supuesto por otros motivos.
Uno de los últimos supervivientes de la nouvelle vague –aquel movimiento de cineastas franceses surgido a fines de los años 50 desde la crítica reunida en la revista Cahiers du Cinema y que buscaba dinamitar los cimientos del cinéma de qualité, al que consideraban acartonado y perimido, en pos de una mayor libertad autoral–, Léaud tuvo una fructífera colaboración con dos de sus principales exponentes, Truffaut y Jean-Luc Godard. El primero, al que Léaud llamó siempre un padre, le abrió las puertas del cine al convertirlo en el díscolo Antoine Doinel de Los 400 golpes, un personaje de la mano del cual el actor crecería en pantalla interpretándolo cuatro veces más: en el corto Antoine y Colette (1962) y los largometrajes Besos robados (1968), Domicilio Conyugal (1970) y El amor en fuga (1979). Con Godard, uno de los exponentes más radicales de aquellos cineastas que se confesaban admiradores de directores de Hollywood como Howard Hawks, Orson Welles y Alfred Hitchcock, Léaud rodó seis películas, entre ellas Masculino, femenino (1966) y La Chinoise (1967).
“Después de haber filmado ante la cámara de mi querido amigo Truffaut Los 400 golpes, mi objetivo en la vida no era hacer una carrera exitosa, sino construir una obra que se inscribiera en la historia del cine. Y no de cualquier cine: hablo de la época de Cahiers du Cinema, cuando los jóvenes críticos se decidieron a pasar a la dirección para escribir un momento de la historia, el comienzo del cine moderno”, afirmó Léaud en el marco del ciclo Charla con maestros del festival, que de charla tuvo poco: el actor inició el encuentro leyendo un breve texto sobre su trayectoria, aceptó apenas un puñado de preguntas del moderador, el programador del festival Marcelo Alderete, y no contestó ninguna de los periodistas dispuestos prolijamente en las primeras dos filas del auditorio del Museo del Mar.
“Como dicen los hermanos Coen, esos grandes realizadores americanos, uno no trata de hacer una carrera para conseguir el Oscar, sino de ofrecer una película que valga la pena. Yo he tenido mucha suerte porque pude hacer dos filmes de culto como Los 400 golpes y La mamá y la puta, de mi querido amigo Jean Eustache”, completó Léaud, quien también recordó su trabajo con directores como Bernardo Bertolucci en El último tango en París (1972), Pier Paolo Pasolini en Pocilga (1969) y Jerzy Skolimowski en Le départ (1967). Tras la muerte de Truffaut a medidos a los años 80, que según contaban los medios de la época le causó “una terrible depresión”, la estrella de Léaud pareció disiparse un poco, pero volvió a despuntar a partir de los años 90, cuando fue redescubierto por nuevos directores como el finlandés Aki Kaurismaki y los franceses Olivier Assayas y Bertrand Bonello.
Eso sí: este anciano algo frágil, de hablar pausado y caminar lento, dejó entrever que aún sigue vivo en él algo de aquel desparpajo del que hacía gala en películas como Besos robados como el joven soldado Antoine Doinel, quien en una de las primeras escenas del film se sonreía por lo bajo y hacía morisquetas mientras su superior le lanzaba una dura reprimenda y lo expulsaba del servicio militar.
La broma que Léaud (¿o quizá fuera Antoine Doinel?) le jugó a sus admiradores en Mar del Plata fue más o menos así: cuando el moderador le preguntó cómo había sido filmar una película como La muerte de Luis XIV, en la que básicamente se lo ve interpretar a un hombre que se está muriendo delante de la cámara, Leaud se quedó inmóvil, la vista clavada hacia adelante, sumido en un silencio que duró un minuto eterno. La incomodidad fue notoria en la sala. Se escucharon toses nerviosas. ¿Acaso Léaud se había quedado en blanco? ¿Había sufrido algún tipo de ataque? Algunos asistentes empezaron a esbozar un tímido aplauso. Fue entonces que, después de haber logrado incomodar a toda la sala, el actor se puso de pie sonriente y agradeció una vez más la invitación del festival, que proyecta cuatro de sus películas. Antes de salir por el costado del escenario tras brindar una actuación en vivo del rey moribundo aseguró: “Me siento muy feliz de que el festival haya reconocido mi trabajo de toda una vida dándome el premio a la trayectoria”. Poco después Léaud atendió a PáginaI12 para contestar algunas preguntas.
–El foco que le dedica el festival incluye Los 400 golpes. ¿Qué siente a sus más de 70 años cuando vuelve a ver a ese niño en pantalla?
–Es muy simple. ¿Conoce a Kaurismaki, el director finlandés? Es una persona muy introvertida, muy tímida. Un día me lo encontré en una sala de cine en la que proyectaban Los 400 golpes y en la toma final, en la que se ve al chico mirar a la cámara, se puso de pie y dijo: “Este es el plano más hermoso de la historia del cine”. Eso mismo es lo que pienso siempre que vuelvo a ver ese plano, esa mirada.
–¿Cómo fue para usted ir creciendo en el cine de la mano del personaje de Antoine Doinel, que Truffaut consideraba su alter ego?
–Un actor siempre juega a esconderse detrás del personaje que representa y eso le permite defender a ese personaje delante de la cámara. Mi trabajo con Truffaut fue contarles la vida de Antoine Doinel y Antoine Doinel me defiende mucho más a mí que yo a él hablando teóricamente sobre este personaje. En cuanto al paso del tiempo, en París se despierta de Olivier Assayas hice el papel de un padre de familia al que su hijo le roba la mujer. En La muerte de Luis XIV hice el papel de una persona de 72 años. Pierre Richard, que también está acá en el festival, tiene 84 años y sigue rodando películas. El cine lo ha visto envejecer y él puede representar ahora el papel de personas muy mayores sin ningún problema. Yo también puedo pasar sin solución de continuidad de la mirada de ese niño al silencio de Luis XIV en la película de Albert Serra.
–¿Cómo era trabajar con Truffaut?
–Truffaut dijo de Besos robados que sólo la había filmado por el placer de ver a actuar a Jean-Pierre Léaud. Sabía perfectamente cómo actuaba, que soy una persona voluble. Conocía el tono de mi voz, esa musicalidad que tengo al hablar, y escribía los diálogos de esa forma para que yo pudiera actuar. Aseguraba para él era un verdadero placer, una distracción en esta profesión tan dura de dirigir que pudiéramos filmar juntos la vida de Antoine Doinel.
–Tomando en cuenta la teoría del autor de la nouvelle vague, ¿siente que como actor también fue un autor de este movimiento?
–Evidentemente. Un actor puede construir una obra igual que un escritor, un pintor y un músico eligiendo películas que merezcan la pena ser filmadas.
–Usted hizo cine en una época muy política, con directores como Godard o el brasileño Glauber Rocha, uno de los creadores del cinema novo. ¿Hay algo en el cine de hoy que le resulte revolucionario?
–Creo que Olivier Assayas continúa con este movimiento. Como crítico de Cahiers du Cinema era un firme defensor de la nueva ola. Fui a ver su primera película (Desorden) al cine con una compañera y me acuerdo que después de verla le dije “Mirá, este es un buen director que está a punto de nacer”. Quise conocerlo y de inmediato escribió una película para mí, París se despierta. Y luego está Albert Serra, quien filmó unos silencios extraordinarios. Para mí él también es un director de la nouvelle vague. Ese plano final de La muerte de Luis XIV, en el que hay un silencio que es la muerte que se está aproximando, es también uno de los planos más hermosos que he visto. Me recuerda a ese niño de Los 400 golpes que gira y mira a cámara. Antes de La muerte de Luis XIV yo vivía con la cámara. Después de esta película he empezado a vivir con la muerte, como todas las personas de mi edad.
–En Brasil trabajó con directores del cinema novo como Glauber Rocha y Carlos Diegues e incluso dio un discurso encendido ante los estudiantes de la Universidad de Brasilia en el 68...
–Cuando me fui de Brasilia en 1968, la policía nacional brasileña emitió una nota interna diciendo que por la ciudad andaba dando vueltas un revolucionario muy peligroso disfrazado de actor (risas).
* Tras su paso por Mar del Plata, Jean-Pierre Léaud presentará el próximo sábado 17 de noviembre en el Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415) a las 20 horas Los 400 golpes (1959), de François Truffaut, y a las 22 el corto Antoine y Colette (1962), de Truffaut, seguido por el documental Leaud l’unique, dirigido por Serge Le Péron.