La derecha latinoamericana se renovó y ensanchó sus fuerzas cuando adhirió al modelo neoliberal. Pasó a reivindicar el futuro, buscando relegar la izquierda al pasado. Incorporó fuerzas sociales democráticas e incluso de origen nacionalista, ampliando su bloque político.
La izquierda tardó un poco en reaccionar, un tanto atónita frente a tantos golpes –el fin de la URSS, el enfrentamiento con una ofensiva global del neoliberalismo, la pérdida de aliados socialdemócratas, el debilitamiento de los sindicatos, de los Estados y de los mismos partidos–. La afirmación tan reiterada de que, cuando teníamos las respuestas, nos cambiaron las preguntas, parecía muy real.
Hasta que la izquierda se dio cuenta de que el capitalismo había vestido con ropa neoliberal y que la izquierda tiene que ser una izquierda antes que nada antineoliberal. Fue dura la pelea de resistencia a los flamantes gobiernos neoliberales, porque no se combatía solamente en contra de la derecha tradicional, sino también en contra de gobiernos como los de Menem, Fernando Henrique Cardoso, Carlos Andrés Pérez y la Concertación chilena, entre otros.
Pero finalmente la izquierda logró ganar elecciones y mostrar a qué venía, con los gobiernos antineoliberales. La derecha quedó diluida, perdió iniciativa. Como respuesta al éxito de las políticas sociales de los gobiernos de la izquierda, pasó a afirmar que las iba a incorporar, pero en el marco del modelo neoliberal.
Después de sucesivas derrotas, la derecha vuelve al gobierno en Argentina y en Brasil. La victoria de Macri provocó reacciones apresuradas de que el macrismo se había vuelto el partido de la derecha argentina y que llegaba para quedarse. En Brasil ahora se dice lo mismo de Bolsonaro. Hay que preguntarse si hay de hecho una nueva derecha en América Latina.
Lo que es cierto es que la vieja derecha se ha desgastado con su modelo neoliberal y ha dejado espacio abierto para nuevas fuerzas, más radicales. Pasó con la Unión Cívica Radical en Argentina, que perdió apoyo sin que liderazgos de centro dentro del peronismo hayan logrado ocupar ese lugar, que finalmente fue llenado por el macrismo. Pasó lo mismo con el desgaste del PSDB en Brasil, dejando campo para el avance del bolsonarismo.
Pero, ¿cuánto tienen de nuevas esas fuerzas y qué aliento tienen para quedarse a largo plazo? Es cierto que se han vuelto los representantes políticos de las derechas de esos países. Es cierto que llegan con fuerza y con planteamientos de ultraderecha, especialmente en el caso de Brasil. Pero el debilitamiento rápido de Macri, por los pies de barro que tiene siempre la derecha con su modelo neoliberal, sugiere que fueron un poco apresuradas las previsiones de su largo aliento. Pasa lo mismo con Bolsonaro, quien, como Macri, está condenado al vaciamiento de su apoyo cuando todos se den cuenta de que la recesión y el desempleo se mantendrán por la continuidad del modelo neoliberal, mas allá de sus discursos, de los cuales ya han reculado en varias promesas, como el cierre del ministerio del Trabajo, entre otras.
Pero es una nueva derecha, más radical, bastante más radical, en el caso de Bolsonaro. Que se vale de debilidades de las fuerzas de izquierda, pero que, no por ello, llegó al poder para quedarse. Tienen en común con las viejas derechas las acusaciones de corrupción en contra de la izquierda, el intento aparecer como los no corruptos, y como los que van a combatirla. No importa el grado de veracidad de esas acusaciones. Importa que ellas han logrado imponer a la opinión pública la imagen de que los gobiernos, los dirigentes y los partidos de izquierda son corruptos y los de derecha no. También comparten el diagnóstico de que los problemas económicos actuales son la consecuencia de los gobiernos de izquierda. En lo primero el éxito es generalizado, en lo segundo les va mejor en Argentina que en Brasil.
¿Es una nueva derecha? Sí. ¿Llega con fuerza al gobierno? Sí. ¿Vino para quedarse? Como nueva representante de la derecha, probablemente. ¿Gobernará por un tiempo largo? Difícilmente. Depende de la capacidad de la izquierda para unirse y de readecuarse a los temas del debate planteado por esa nueva derecha. Para volver al gobierno, la izquierda tendrá que volver a presentarse como la renovación de la política, la defensora de la transparencia, y tendrá que retomar con más fuerza los temas pendientes para superar al neoliberalismo, como la democratización de los medios, a lo que hay que sumar la democratización del Poder Judicial. Ahondando siempre en la vía democrática, ensanchando los espacios que existan, creando otros, para que la fuerza de la resistencia de masas al neoliberalismo vuelva a traducirse en fuerza política.