Entre tanta especulación sobre los escenarios de ruptura histórica dentro de los Estados Unidos, hay una marca de continuidad entre las administraciones de Barack Obama y Donald Trump: Michel Temer y Mauricio Macri (foto).
Los dos se mimetizaron tanto con el establishment norteamericano que el nuevo equipo de la Casa Blanca no tiene por qué preocuparse. Si Trump busca que nadie desafíe la supremacía de los Estados Unidos en el mundo, ya lo logró con Brasil y la Argentina. Macri firmó acuerdos de cooperación que tornan difusa la delimitación entre seguridad y defensa. El canciller de Temer, José Serra, impulsó fanáticamente el castigo a Venezuela y debilitó el Mercosur. Debilitar el Mercosur es uno de los modos de asegurar la supremacía de la Casa Blanca, donde el ideal es siempre la suma de relaciones bilaterales con otros países y no la disputa con bloques. Para América Latina, cuanto más multilateralismo mejor. Para los Estados Unidos, lo mejor es menos.
Desde la vuelta de la democracia ese nivel de sintonía profunda que muestra Macri se produjo solo con Carlos Menem presidente. Del otro lado de Menem estuvieron Ronald Reagan, George Bush padre y Bill Clinton. Menem jamás entabló una pelea retórica con Washington, pero eso no es lo más importante: la clave es que no solo compró el credo de la desregulación y se anotó en el Plan Brady para extranjerizar empresas públicas sino que, en una maniobra suicida, puso a la Argentina como una pieza de la estrategia militar global de los Estados Unidos. El país participó en la primera Guerra del Golfo, la de 1991, fue un ariete contra la Cuba de Fidel Castro y consiguió la categoría de aliado extra-OTAN.
¿Qué sucederá con Trump? Si realmente desmonta el acuerdo Trans-Pacífico será una mala noticia para Macri y Temer, jugados con un mundo aún más transnacionalizado. Sin embargo será una buena noticia para los argentinos, que no tienen nada que ganar en la ecuación por la cual ocho personas son dueñas de la misma riqueza que tres mil millones de personas. El nivel de proteccionismo futuro está por verse. Ni fue cero con los demócratas ni Trump es tan previsible. Melania viste Ralph Lauren, un diseño típicamente norteamericano, pero también ropa de Karl Lagerfeld, un alemán con sede en París. Trump usa corbatas de seda pura con el sello Made in China.
El punto es cómo hará el nuevo presidente para traducir hacia el resto del mundo su promesa de unos Estados Unidos grandiosos. Si se mete para adentro como un caracol será una cosa. Será otra cosa distinta si resulta tan agresivo como, por ejemplo, Ronald Reagan en sus mandatos 1981-1989 o los presidentes que ocuparon después el Salón Oval.
La presencia del ex Exxon durante 41 años Rex Tillerson en la Secretaría de Estado permite sospechar que el pregonado aislacionismo no será sinónimo de presencia nula en el mundo y que la diplomacia petrolera, o sea bélica, tendrá un perfil alto. La cuestión de un Trump militarmente expansivo excede a los Estados Unidos. En el caso de la Argentina el peligro es que, ante un eventual planteo de acompañamiento militar, Macri se sienta tentado como Menem y ponga al Estado nacional en un sitio de gran jugador que lo excede. Los grandes jugadores que de verdad no lo son terminan mal. Como pequeños jugadores y grandes víctimas. Y para los Estados Unidos acaban siendo solamente un daño colateral en medio de un conflicto mayor.
Igualmente, ante la incertidumbre los países que no tienen la envergadura de China o Rusia ni la cercanía con los Estados Unidos de México lo mejor que pueden hacer es aplicar el lema norteamericano de “wait and see”, esperar y ver.
Un gran investigador de las relaciones entre los Estados Unidos y América Latina, Abraham Lowenthal, escribió el 30 de diciembre en la revista “The American Interest” que la Guerra Fría obviamente terminó. Según él, Trump podría darse cuenta de que “volver a las políticas intervencionistas sería innecesario y aumentaría la antipatía regional hacia los Estados Unidos”. Lowenthal resalta que América Latina es la única zona del mundo donde el terrorismo internacional “virtualmente está ausente”. Además, ningún ataque contra instalaciones o ciudadanos norteamericanos provino de América Latina. Incluso parece sin sentido una regresión a las políticas anticubanas anteriores a diciembre de 2014, cuando La Habana y Washington normalizaron relaciones. Habrá que mirar si Trump arruina el proceso de paz en Colombia o fuerza el paso en las hostilidades con Venezuela. Si, en palabras de Lowenthal, es tan ignorante como para repetir desastres al estilo de la invasión de Bahía de Cochinos o la de Irak.
Una suba de tasas de la Reserva Federal, el banco central de los Estados Unidos, perjudicaría a un gobierno deuda-dependiente como el argentino. Pero ante un escenario así la Argentina solo podría cambiar su propia política financiera. La decisión sobre quién y cómo paga el déficit fiscal de los Estados Unidos será de Trump y no de Macri. En cambio una mala decisión nacional de alineamiento militar perjudicaría a la Argentina. Cruzar dedos para que Trump no la exija ni Macri la tome.