Al cierre de esta nota el Senado se aprontaba a aprobar el Presupuesto 2019, un dibujo lleno de falacias. Aún con gruesas capas de maquillaje promete otro año de vacas flacas, suba del desempleo, destrucción del aparato productivo y otras desdichas que paramos de enumerar porque son re-conocidas.
El presidente Mauricio Macri y su equipazo celebran el hecho al que asignan potencialidades de las que, en gran medida, carece. Es improbable que acarree gobernabilidad asentada en las arenas movedizas de una economía que se hunde.
El ala optimista del oficialismo fantasea con un futuro económico dibujado en “V”: la caída tocará su fondo, el rebote será veloz, pum para arriba. Una lectura plagada de voluntarismo o de cinismo o de candidez.
Por ahora, el país recorre la pata izquierda de la V en acelerado declive sin conocerse donde queda el vértice o “el piso”.
Dentro del macrismo hay quien teme el porvenir con forma de “L” durante un largo lapso que puede insumir todo el año próximo como mínimo: caída y luego estancamiento muy abajo. La línea horizontal del ángulo recto evoca, para los pesimistas, el electrocardiograma de un difunto aunque, cabe reconocer, los países no mueren… pero si padecen agonías o decadencias crueles y prolongadas.
La ofrenda en el altar del Fondo Monetario Internacional (FMI) es, para el ideario o la mitología de la derecha, una garantía de protección internacional. El password para seguir agrandando la deuda externa cuyos servicios ya son un rubro importante de un presupuesto avaro para otros acreedores o titulares de derechos, o seres humanos que habitan este suelo.
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Distintas clases de votos: La aprobación parlamentaria en tiempo y forma constituye el mayor logro del Ejecutivo que sigue sacándole jugo a las fragmentaciones del archipiélago peronista. Celebra dicha “foto” obtenida con presiones y muñeca conforme prescribe el manual del federalismo real existente. Le provee oxígeno, le ahorra reproches de los enviados del FMI, masajea la autoestima.
El futuro político es chúcaro para ser resumido en “L” o en “V” o en cualquier trazado esquemático. La trayectoria de los últimos meses indica un sesgo bien diferente al cartel indicador del Senado.
El escenario se le viene complicando a Macri desde el momento óptimo: el último trimestre de 2018. Rotunda victoria electoral, aprobación de la Reforma Jubilatoria, el presidente exultante anunciando un programa triunfalista. Desde entonces, sus adversarios mejoran algo mientras el oficialismo decae. La política no es un juego de suma cero, aborrece lo lineal. Todo modo, desde su aquel clímax el macrismo tropieza y sus adversarios progresan. Ni remotamente tanto como para asegurarse prevalecer en las presidenciales aunque sí acercándose.
La proclamada “unidad” prosigue en proyecto pero cada vez hay más dirigentes que apuestan a ella y más personas de a pie que los paran en la calle y se la piden-exigen.
Se deteriora “la gran esperanza hierática”, el presidente del bloque pejotista, Miguel Pichetto. Procuró los votos imprescindibles a costa de padecer el primer desgajamiento (les senadores tucumanes), una cuota apreciable de divergencias. Y, de nuevo, una tendencia a la reducción del bloque que se pospone por conveniencias mutuas. Ya llegará, más pronto que tarde.
Con un cúmulo de tareas fundamentales pendientes abundan peronistas de variados sectores y geografías virando a un talante más opositor, a pispear la relación con el kirchnerismo, a configurar interbloques.
Otro ejemplo: la diáspora del Frente Renovador (FR) que lidera el ex diputado Sergio Massa. Se alejan legisladores nacionales o provinciales. Un grupo macizo de referentes bonaerenses se acerca a un ex FR, el diputado Felipe Solá. La avenida del medio se despuebla: no hay noticias sobre cambios de camiseta en sentido inverso.
La complacencia con el oficialismo, da la impresión, prefigura una táctica electoral perdedora. Los gobernadores, hasta los altamente condicionados, internalizan el dato. Las elecciones sí son un juego de suma cero, hay quien gana y quien pierde.
El cuadro de situación contiene un significativo alivio para el oficialismo: numerosos gobernadores desdoblarán las elecciones, despegándolas de las nacionales. (Se) “jugarían” menos a fondo en octubre de 2019, priorizando como contradicción principal seguir dominando en los respectivos territorios.
En la vereda de enfrente, Cambiemos está unido: no habrá secesiones en la coalición. Casi seguro, la Ciudad Autónoma y Buenos Aires juntarán sus comicios locales a los presidenciales.
El conjunto revela complejidad. Cotejado con lo que ocurría hace un año o un cachito menos se deterioró la primacía macrista.
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Fallas por doquier: El ajuste y la estanflación golpean cotidianamente a la gente común. Remarla para sobrevivir impide que corroboren cuánto ahorró el Gobierno reduciendo el número de reparticiones públicas. O si la venta del parque automotor tiene comienzo de ejecución y, en su caso, cuánto impactará para llegar al déficit cero. Las mentiras oficiales vuelan bajito como el carancho, nada cura la malaria.
Los “errores no forzados” o “goles en contra” del elenco oficial aumentan en proporción directa a las dificultades de la gestión. La jibarización de los ministerios desató internas, degradó funcionarios, ocasionó una seguidilla de eyecciones o renuncias en masa. Hacen juego con el contexto acentuando la oscuridad.
El Secretario de Trabajo Jorge Triaca encarna la baja más reciente. Todo indica que su pasaje a la sociedad civil tendrá compañía antes de que termine el año. Restalla como favorito en quinchos VIP o en locales de apuestas clandestinas el Secretario de Agroindustria Miguel Etchevehere. Los graduados en Macrilogía auguran que habrá que esperar a que los popes del G-20 levanten vuelo, que vuelvan a su riqueza cuando acabe la efímera fiesta.
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Dujovne y la ciudad sitiada: El ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, deslizó una alabanza con doble filo: “nunca se hizo un ajuste de esta magnitud sin que caiga el Gobierno”. Quiso elogiar su resiliencia o la supuesta pasividad de las clases populares que sorprende-halaga al FMI. Pero dio cuenta cuan brutal es el programa económico.
Cuando lleguen los estadistas del G-20 observarán una ciudad ficticia, vaciada, yerma, quieta. Vallada a carta cabal, poblada por fuerzas de seguridad autóctonas que los jefes de gobierno invitados no tomarán en cuenta. Los protegerán sus espías, sus guardaespaldas. Los sobrevolarán sus drones. Un aparataje propio interceptará comunicaciones, obturará celulares, ejercerá soberanía vicaria durante la estadía. Ni agua de la canilla beberán, muchos no probarán bocado sin que antes lo haga algún cobayo humano dedicado a esos nobles menesteres.
La intención del Gobierno es que Buenos Aires parezca un desierto, sin trabajadores, ni personas en condición de calle, ni militantes, ni paseantes. Un símbolo involuntario. Un tinglado parecido a la sociedad que va diseñando el macrismo. El modelo para pocos, tal como confiesa Dujovne quien todos los días activa para construir esa fulera especie de milagro al revés.
En cuanto a las predicciones del Presupuesto para 2019, cedemos lugar a los especialistas en economía, a los humoristas, a cada ciudadano mirando su metro cuadrado. El de 2018 daría risa, si no ocasionara tanto daño.
Los jueces y fiscales de Comodoro Py en yunta con los medios dominantes, dos aliados de fierro, garantizan persecución a la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner y a su fuerza. Esa es, hoy en día, la baraja en la que más confía la Casa Rosada, desmadradas las variables de la economía y el empleo.