Desde Londres
En medio de rumores y conspiraciones, con la renuncia a cuestas de dos ministros por su preacuerdo con la Unión Europea (UE), la primer ministro Theresa May dio ayer una de las conferencias de prensa más difíciles de su carrera. Todas las preguntas se centraron en lo mismo: ¿va a renunciar? ¿Continúa en el gobierno, pero sin poder alguno?
Las respuestas sonaron robóticas y prefabricadas, pero requirieron en más de una ocasión que una visiblemente cansada May recurriera disimuladamente a un ayuda memoria que tenía en el atril para que sus palabras no se apartaran del libreto. “El liderazgo consiste en tomar decisiones difíciles, no fáciles. Estamos terminando con la libertad de movimiento, con la jurisdicción de las cortes europeas, con el dinero que enviamos a Europa. Estamos protegiendo el empleo, el bienestar de la gente. Este es el plan que necesita nuestro país y nuestro pueblo.”
Ese fue el mensaje horas después de comparecer ante la Cámara de los Comunes para explicar el preacuerdo con la UE y de que dimitieran el ministro del Brexit, Dominic Raab, la de trabajo y pensiones, Esther McVey, y dos secretarios de estado. El texto de las renuncias mostraba el grado de rechazo entre los conservadores al preacuerdo anunciado el martes. “Ninguna nación democrática ha firmado un régimen similar, sin ningún control democrático y sin mecanismo para salir del acuerdo”, dijo Raab. La ex ministra de Trabajo y Pensiones eligió la ironía para caracterizar los cambios de posición de May desde el referendo de junio de 2016: “hemos ido de decir que no llegar a un acuerdo es mejor que tener un mal acuerdo, a decir que cualquier acuerdo es mejor que no tener un acuerdo”.
El Brexit viene causando estragos hace rato. Dominic Raab es el segundo ministro del Brexit en dimitir en meses. En julio David Davis había renunciado al puesto y poco después había hecho lo mismo el entonces canciller, Boris Johnson, a quienes se sumó un secretario de estado.
El anuncio de un preacuerdo con la UE después de un año y medio de negociaciones, de rumores, marchas y contramarchas, llevó este estado de crisis semipermanente a su paroxismo, como se vio durante la comparecencia de la primer ministro en la Cámara de los Comunes. Diputados conservadores y de la oposición, pro Brexit y anti Brexit, nacionalistas galeses y unionistas de Irlanda del Norte bombardearon a May con preguntas, veladas acusaciones y cuestionamientos.
Los pocos diputados que hablaron a favor de la primer ministro se justificaron desde una posición realista: el borrador no es una maravilla, pero es lo mejor que hay. Ante el nivel de oposición en la Cámara, que debe refrendar el acuerdo, el diputado de los nacionalistas escoceses Ian Blackford eligió el sarcasmo: “trata de vendernos un acuerdo que está muerto”. Varios diputados señalaron que la única salida es un nuevo referendo con dos opciones: el acuerdo de May o seguir en la Unión Europea. “Por más que la primer ministro lo odie, un nuevo voto popular es la solución”, señaló el líder de los liberal demócratas Vince Cable. Varios diputados laboristas y conservadores apoyaron esta posibilidad.
A fines de octubre una manifestación de 700 mil personas exigió un nuevo voto popular y un sondeo publicado anoche reveló que un 59% de los encuestados está a favor de un segundo referendo, frente a un 41% en contra.
El problema es que convocar a un nuevo referendo requiere una aprobación mayoritaria del parlamento y un proceso organizativo que incluye determinar la pregunta que se hará al público: el proceso puede tomar hasta seis meses. No hay garantía de que el parlamento se incline por esta opción que choca además con una fecha implacable: el Reino Unido sale de la UE el 29 de marzo próximo. En el curso de la tarde se perfiló otra opción en este valle de ciegos. El jefe del European Research Group, y líder de una de las facciones duras del Pro-Brexit, Ress Mogg, anunció que había escrito a Graham Brady, presidente del grupo 1922 que nuclea a la bancada conservadora, manifestándole que había perdido la confianza en la primer ministro y que el Partido Conservador debía elegir un nuevo líder.
Las reglas partidarias exigen que un 15 por ciento de los diputados conservadores adhieran a este voto de censura para que se convoque a la elección de un nuevo líder partidario que, según las reglas democráticas británicas, se convierte automáticamente en el nuevo primer ministro. Como hay 315 diputados conservadores, el número mágico (el 15 por ciento) es 48. Al cierre de esta edición una docena de diputados habían escrito a Brady. Se calcula que unos 40 diputados respaldan el European Research Group de Ress Mogg y que hay decenas en otras tribus Pro-Brexit igualmente disconformes con el preacuerdo. Pero Theresa May podría ser reelegida por su partido como líder, con lo que se volvería al mismo punto de partida. El actual impasse se parece mucho a un laberinto sin salida.
El nivel de fragmentación parlamentaria no ayuda. Ayer el matutino The Times contaba hasta 15 facciones parlamentarias en torno al Brexit, siete de ellas conservadores, cinco laboristas y el resto divididas entre los nacionalistas escoceses, los galeses, los de Irlanda del Norte, los liberal-demócratas y la diputada por el Partido verde. De ese menjunje tendrá que salir un acuerdo sobre la UE o será la nada.
Habrá que ver si la historia se repite. A raíz de la Unión Europea Margaret Thatcher perdió la confianza de sus diputados conservadores en 1990 y terminó siendo reemplazada por John Major. Theresa May parece avanzar por el mismo camino. No se trata de una cuestión de género. Es “the continent”, es Europa y la locura que parece generar en los normalmente impasibles británicos.