La destrucción de puestos de trabajo en la industria metalúrgica será record el último trimestre del año. Entre otros, Jorge Triaca se lleva ese galardón como un buen símbolo de lo que fue su gestión al frente de la desaparecida cartera laboral. El 52 por ciento de los empresarios metalúrgicos proyecta caídas de producción para la última parte de 2018. Son los peores resultados en cuanto a expectativas desde que gobierna Mauricio Macri. Bajo la administración Cambiemos, esta rama clave del entramado fabril perdió 14.000 empleos registrados, disminuyó sus niveles de actividad en relación a 2015 y aumentó el déficit de la balanza comercial por el incremento acelerado de las importaciones. La caída de la construcción, de la industria automotriz y de la maquinaria agrícola, sumada a las menores ventas de bienes durables como heladeras o cocinas, configura un escenario de aguda recesión para el sector. Ello tendrá su correlato en el empleo. Así lo anticipa un relevamiento de la Asociación de Industriales Metalúrgicos (Adimra) y lo transmiten los propios industriales cuando describen la crisis en aumento que soportan desde fines de abril, tras el inicio de la corrida cambiaria. Los más optimistas afirman que lo peor está ocurriendo y se prolongará hasta abril, cuando el inicio de una cosecha record recuperará producción al menos para un segmento de los metalúrgicos. Los pesimistas consideran que el declive 2018-2019 será recordado como el más grave desde 2001-2002. Los fabricantes de heladeras, por caso, señalan que el mercado se reducirá este año a 500 mil unidades vendidas, la mitad respecto del millón promedio para un año normal.
La mayor preocupación de los industriales es que el Gobierno no muestra reacción para contener la caída. Pasaron seis meses desde que se disparó el dólar sin que el equipo económico tomara medidas reparadoras hacia la economía real. “El mensaje que nos bajan parece que fuera ‘sálvese quien pueda’”, protesta un dirigente fabril que ha tenido que despedir a operarios en su fábrica. “Por ahora no vemos que el piso esté cerca. Cada vez hay más empresas en problemas”, sostiene otro referente de la actividad. En septiembre, el 48 por ciento de los metalúrgicos redujo las horas extras, el 20 por ciento acortó la jornada laboral, el 11 por ciento presentó el Procedimiento Preventivo de Crisis y pidió la ayuda del plan Repro y el 7 por ciento suspendió personal. Ese mes, además, cayó 3,8 por ciento la cantidad de puestos registrados en la rama metalúrgica, de acuerdo a los datos de Adimra para la comparación interanual. Son cifras que hablan de una recesión histórica.
Nicolás Dujovne dejó expuesto cuánto le importa el tema en su declaración de mitad de semana, cuando se jactó del ajuste fiscal que protagoniza desde el Palacio de Hacienda. “En la Argentina nunca se hizo un ajuste de esta magnitud sin que caiga el gobierno”, afirmó. Tremenda confesión a los oídos de un industrial o de un trabajador solo puede anticipar mayores tragedias, pero la prioridad del ministro es que el mensaje llegue al Fondo Monetario y a los acreedores privados. La única meta irrenunciable del programa en marcha es que no habrá default, cueste lo que cueste, incluso en un año electoral, transmite el funcionario. Los padecimientos que genere esa política son una cuestión fuera de radar en el discurso oficial, que más bien tiende a naturalizarlos. La prensa dominante, a su vez, habla de la moda de no desayunar o ir de vacaciones.
La estrategia de sacrificar la economía real para no caer en default parece un camino directo hacia el default. Qué posibilidades tendrán las empresas de recuperar el crédito externo en esas condiciones, por no hablar del Estado. Cómo podría garantizarse el repago de los compromisos, de una economía ya apretada por la deuda, cuando se hunden tan alevosamente las capacidades productivas. El Gobierno se abraza a la cosecha, a Vaca Muerta y a una eventual recuperación de Brasil con Bolsonaro para llegar a flote a las elecciones, y después se verá.
Adentro de las fábricas, la realidad para la mayoría de los metalúrgicos es intentar sostenerse, no perder mercados aunque se corten los márgenes de ganancia o se trabaje a pérdida. “Nosotros hace meses que trabajamos a pérdida. Todas las empresas de este rubro estamos perdiendo plata. Yo tenía más de 400 empleados y ahora si llego a 300 es mucho. No les renuevo a los contratados, si alguien se jubila no lo repongo, ofrecí retiros voluntarios. Y si te muestro todo lo que hemos invertido no nos pueden decir que somos ineficientes o no somos competitivos técnicamente. Compré una máquina automática de 2 millones de dólares y no la puedo traer ni poner en marcha porque no tengo plata para instalarla. Hasta tripliqué la fábrica en su momento, invertí 10 millones en maquinaria, y ahora no hay mercado y las tasas están al 75 por ciento”, detalla Roberto Lenzi, dueño de la empresa de heladeras Briket, de Rosario, y también presidente de la Cámara Argentina de Industrias de Refrigeración y Aire Acondicionado (Cairaa). Su firma tiene 63 años en el mercado. El sector se compone de unas veinte compañías líderes entre las que aparecen nacionales como Bambi, Kohinoor, Siam y la propia Briket y multinacionales como Electrolux (de capitales suecos), Mabe (mexicanos) y Samsung (coreanos). “Todos estamos con problemas, trabajando un solo turno y alguna tuvo que parar la producción. Nosotros en 2015 operábamos tres turnos. Ahora no hay horas extras ni nada”, agrega Lenzi.
En la amplia rama metalúrgica la contracción es generalizada. El segmento más castigado es el de carrocerías, remolques y semirremolques, con una baja de producción del 21,5 por ciento en septiembre. Después sigue el rubro de maquinaria agrícola, con 21,2 por ciento, cuyo descenso se explica mayormente por los efectos de la sequía en el sector rural. Equipos y aparatos eléctricos retrocedió 7,7 por ciento; otros productos de metal, -5,4; autopartes, -3,5; fundición, -1,1; equipamiento médico, -0,6, y bienes de capital, -0,4.
“En 2016 la actividad cayó más que el empleo, ahora el empleo está cayendo más fuerte que la producción”, advierten desde el sector. La aceleración de los despidos obedece en buena medida a la acumulación de problemas en las empresas, que soportaron un 2016 muy malo, un 2017 de rebote que no llegó a recuperar toda la pérdida y un 2018 cada vez más complicado. “No sé dónde está el piso. Las tasas de interés son el enemigo número uno. Necesitamos que bajen por lo menos al 40 por ciento. Compramos insumos con costos dolarizados y nos pusieron retenciones de entre 8 y 12 puntos para la exportación. No hay crédito. Antes teníamos la línea productiva, el financiamiento para pymes que ordenaba el Banco Central, ahora no hay nada. Es una situación muy difícil”, se queja otro empresario, quien además hace referencia a la suba de costos por los incrementos de la electricidad, el gas y el agua, entre otros.
Como ocurre con la industria en general, más allá de la coyuntura el camino que definió el Gobierno desde un principio condena a múltiples actividades productivas al achicamiento y la desaparición. La apertura importadora, la liberalización financiera y la ausencia de una política de apoyo industrial ya cerraban fábricas antes de que volara el dólar. “Se supone que ahora que entró la plata del FMI estamos en la época buena. No quiero imaginar qué va a pasar cuando toque devolverla”, razona el empresario, con lógica de hierro.