Desde Mar del Plata
Luego de varios días grises y brumosos, la ciudad de Mar del Plata finalmente se dignó a entregar su clima más amable y amistoso. Quizá porque ni siquiera el sol quería perderse las últimas proyecciones del 33° Festival Internacional de Cine que culminará oficialmente esta noche con la proyección de Roma, de Alfonso Cuarón, y la entrega de premios (para mañana domingo se anuncia una yapa con funciones gratuitas de las ganadoras). Sin una clara favorita a la vista, la Competencia Argentina ofreció durante la última semana una selección de diez títulos destinados a dar cuenta de la variedad de formas y estilos, de búsquedas y desafíos artísticos, que campean en el cine nacional actual. Si la primera mitad estuvo dominada por títulos dirigidos por mujeres y centrados en universos femeninos, la segunda presentó varias películas con eje en dinámicas familiares complejas tanto por las rispideces internas como por las imposiciones del entorno. Así lo demuestran Yo niña, de Natural Arpajou; El lugar de la desaparición, de Martín Farina, y Construcciones, de Fernando Martín Restelli.
Reputada cortometrajista gracias a Lo que haría (2011), Espacio personal (2013) y Princesas (2015), Arpajou debuta en la realización de largometrajes con una historia de tintes autobiográficos situada en un recóndito paraje cercano a El Bolsón, donde la pequeña Armonía (Huenu Paz Paredes) vive con poco más que lo puesto y en condiciones no precisamente confortables: no hay luz, ni gas, ni agua ni mucho menos dinero en la casa de madera y piso de tierra habitada por esa familia de ínfulas antisistema que intenta huir de la “comodidad burguesa” adoptando un modo de vida comunitario y autosustentable. Eso en la teoría, porque en la práctica las necesidades básicas insatisfechas son parte de una rutina cada vez más oscura. Primero la chica se quema el brazo y las curaciones duran hasta que dura la plata para comprar la crema. Después se muda con mamá a la casa de una tía en la ciudad y un compañerito de colegio va a una reunión específicamente a decirle que no quiere seguir viéndola. La corona es una revelación relacionada con sus orígenes que mejor no adelantar. Con Esteban Lamothe y Andrea Carballo como esos padres que nunca se sabe si hacen lo que hacen por ineptitud, idealismo, inconsciencia o lisa y llana maldad, Yo niña traza una espiral de sufrimiento abruptamente interrumpida por un desenlace que alumbra la posibilidad de un nuevo comienzo. Ojalá así sea, por el bien de la pobre nena.
La disfuncionalidad también es el epicentro de El lugar de la desaparición, nuevo trabajo del cada vez más prolífico Martín Farina, que con ésta ya suma tres películas estrenadas en un año (Cuentos de chacales en el Festival de Mar del Plata de 2017 y Mujer nómade en el último Bafici). Como en Yo niña, la raigambre personal es un componente fundamental del relato, en tanto la familia Markus es la de la madre del director. La película arranca igual que los trabajos anteriores de Farina; esto es, apostando por un tratamiento formal abstracto, enigmático y figurativo que lentamente dispone las piezas para una narración más clarificada. Desde ya que será imposible saber cuánto hay de documental y cuánto no en lo que se ve y se oye. Lo que se sabe es que el patriarca está en la recta final de su vida y que los cinco hijos tienen diferencias sobre cómo proceder ante esta situación. Algunas fotos y videos hogareños ilustran un pasado mejor, de complicidad y unión, que contrasta con las rencillas internas de los Markus. Un hijo asoma como el más cercano al padre, el que más y mejor lo comprende, al menos por empatía de género. Las hijas, en cambio, parecen preocupadas por la herencia que por otra cosa. De brevísimos 66 minutos de extensión, las circunstancias reales matizadas por los mecanismos propios de la ficción que propone El lugar de la desaparición funcionan como una cruza entre la experimentación y el melodrama intrafamiliar.
Real y ficción vuelven a cruzarse en Construcciones, en la que el cordobés Fernando Martín Restelli retrata el día a día de un trabajador de la construcción en la pequeña localidad de La Calera, un suburbio de casas humildes y calles de tierra ubicado a 18 kilómetros de la capital provincial. No es el único contacto directo con El lugar…, pues aquí también hay padres e hijos. Un hijo solo, en realidad. Un pibito de unos 10 años de verba descontrolada, chispeante y sagaz que magnetiza la cámara con su actitud desfachatada. Como Hermes Paralluelo en Yatasto (2011), otra película surgida de la prolífica usina creativa mediterránea, Restelli opta por la cámara fija y los encuadres precisos y calculados, además de la concentración del relato en un par de personajes a través de cuyos actos se despliega la presencia invisible del mundo exterior.
* El lugar de la desaparición se exhibe hoy a las 13.30 en el Cinema 2, mientras que Construcciones se hará a las 14.15 en el Cinema 1.