La literatura es una de esas actividades humanas que se definen, precisamente, por volver siempre sobre sí misma. En la poesía se hace más evidente con el uso de la repetición, donde cada cosa evoca, se comunica o directamente vuelve a decir algo que ya se ha dicho, en los límites del mismo poema. En la narrativa, la idea misma, por ejemplo, de un final que sorprenda, de una conclusión imprevista, tiene mucho que ver con repetir, de algún modo, algo que se dijo al comienzo, pero de otra manera. Como un chiste: todos los elementos de un buen remate están en la primera línea. La última, lo único que hace, es reacomodarlos o sumar un elemento nuevo que hace ver al principio de otra manera. Repetición, como si estuviésemos todo el tiempo frente a un espejo. De eso se trata, en alguna medida, el último libro de Patricio Pron, Lo que está y no se usa nos fulminará. Cuentos reunidos bajo un título indudablemente spinetteano que tienen por fin insistir con esta idea de literatura, en la cual está todo dicho, y sólo es cuestión de repetirlo para un público que, con suerte, se renueva. Otra vez, como los chistes.
Si bien el tema general de todo el libro es la repetición, bajo la forma del doble o de la estructura narrativa en espejo, hay algo que también insiste en cada relato, y es que, pese a esta lógica abusiva de lo mismo, dado una y otra vez, también está la posibilidad de que, en ese mundo de duplicados, no haya otra cosa que una terrible soledad. Sucede así con el primer cuento, “Salón des refusés”, en donde una lectora sufre por la muerte de su escritor preferido y el narrador, directamente interrumpiendo el desarrollo vital y sentimental de esta pérdida, aparece sólo con el objetivo de negar lo que está pasando y volver a contarlo. Como si la voz narradora misma estuviese insatisfecha con lo que está pasando, lo cual muestra una característica determinante de toda la obra de Pron: el narrador tiene el control, y no lo suelta nunca. Los personajes, siempre, van a aparecer como muñecos, menos del destino, que de los dictámenes de lo que el narrador considere pertinente. Todos los cuentos siguen esta lógica, a veces, de manera más o menos sutil. Otras, como en este relato, con irrupciones descaradas.
Personajes solitarios sometidos a una repetición que no controlan. O que no pueden controlar, por más que quisieran. “La repetición” es el cuento que más cabalmente encarna esta característica de todo el libro. Allí, un profesor universitario ya jubilado decide volver a esa porción de Brasil que lo vio crecer para repetir, pese al tiempo que pasó, pese a la resistencia, un tanto inocente, de su esposa y su hija (quienes sólo pueden comunicarse con el protagonista mediante llamadas telefónicas, o mejor, mensajes en el contestador), un solo encuentro de juventud que lo cambió para siempre. Un solo momento, que busca repetirse a la perfección: podría ser una meditación del tiempo, pero termina siendo el manifiesto de todo lo que Pron quiere contar. Aquí, seguro, pero probablemente también en toda su literatura. El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, por ejemplo, es una indagación, con mucho de Piglia, sobre el pasado del padre del protagonista, pero también sobre un caso que quedó en el misterio y un intento por repetir, deductivamente, todo lo sucedido para “resolverlo”. Una idea del policial que viene desde el nudo de la obra del mismo Ricardo Piglia, quien la tomó de Borges, quien la tomó de Chesterton: la investigación del detective como nombre de una indagación filosófica.
Patricio Pron es uno de esos nombres absolutamente obligatorios en la literatura argentina contemporánea, pero que sigue pareciendo un nombre de culto. Faltan aún investigaciones nutridas sobre lo que está haciendo, esa operación sobre la literatura argentina que vuelve sobre Piglia, sobre Borges, pero con un tono que por momentos nos recuerda a Rodrigo Fresán, y por otros, al desdén con el que miraba la tradición el propio Fogwill. Apropiación y transformación: la clave del modo de seguir insistiendo con las mismas ideas dentro de lo que se escribe en una lengua, en un determinado momento. Si bien el libro no alcanza la contundencia y la novedad de otras publicaciones de cuentos (el increíble La vida interior de las plantas de interior, por caso); sí hay algunos relatos que sorprenden por escapar un poco a la regla que Lo que está y no se usa nos fulminará impone. Por ejemplo, “Notas para un perfil de Tinder”, el rara avis de todo el libro. Otros relatos, muy por el contrario, confirman la regla: “Umeak kontatu zuena / Lo que contó la niña” es una puesta en abismo de todo el libro, casi como “Este es el futuro que tanto temías en el pasado”, en donde un escritor, llamado Patricio Pron, decide contratar a un conjunto de actores para que pasen por él en las charlas y convenciones a las que es invitado, hasta el punto de que Pron deja de ser el “Patricio Pron” que todo el mundo identifica. Juego borgeano si los hay: repartir una identidad en varios personajes. Un juego literario, el mejor, tal vez. Y es que, precisamente, hay una actividad humana que se define por volver siempre sobre sí misma. Pero ya dijimos cuál es, y no vale la pena repetirlo.