“Es pavoroso pensar cómo los niños están en peligro constantemente”, afirma el maestro en La piel dura, la película de François Truffaut. Y en la escena final, durante una charla memorable con sus alumnos, dice que un adulto que no es feliz puede volver a empezar; pero un niño infeliz está indefenso. Más adelante agrega: “De todas las injusticias de la humanidad, la injusticia contra los niños es la más despreciable”. Los invisibles, la nueva novela de Lucía Puenzo aborda esta problemática desde la perspectiva de dos adolescentes y un niño de seis años que, en situación de calle, son reclutados por recomendación de un ex policía devenido en guardia de seguridad para realizar una serie de trabajos muy similares a los que les generó cierto prestigio en el hampa. “Muchos guardias de seguridad de la Zona Norte andaban en lo mismo: los llamaban cada vez que los dueños de las casas que cuidaban se iban de viaje o a sus casas de fin de semana. Los pibes seguros eran oro en polvo, sabían entrar a las casas sin dejar rastros y no boqueaban sobre lo que hacían. Guida había tenido a varios chicos a prueba, pero ninguno le llegaba a los talones al trío que formaban la Enana, Ismael y Ajo”. Son chicos desamparados, sufridos e inteligentes que han logrado sobrevivir a las constantes amenazas y los relatos que circulan en la calle, donde se habla de un médico que da vueltas por Once levantando pibes, ofreciendo casa y comida a cambio de pasar una noche con él, chicas que se llevan al Norte y no regresan más, policías que los usan como carne de cañón; pero no dejan de ser chicos y la infancia postergada de un modo u otro se manifiesta. Y es justamente en esa zona donde Lucía Puenzo despliega todo su talento narrativo. “Ismael se hundió en el asiento, pero ya no cerró los ojos, esa noche ni ninguna otra. Observaba cómo el bicho escupía los huesos de su presa. Aplaudió al verlo escupir el cráneo. Le chistaron desde adelante. El acomodador lo hizo salir de la sala y lo metió en el baño de hombres. “¿Vos me querés meter en quilombo a mí?” Ismael dijo que no, todavía excitado por las imágenes. “Ese bicho –balbuceó– ¿existe? El acomodador lo miró primero con desconcierto y después con una ternura que no había sentido en décadas. Encontró en Ismael el depositario silencioso de una cultura cinematográfica desbordante”. La inocencia se impone definitivamente para marcar el tono de esta novela fascinante, estructurada de manera perfecta en dos planos de realidad; porque por un lado están los adultos absolutamente corrompidos y por el otro los chicos, controlados por un temor que vence la desconfianza, empujados por la sensación de oportunidad que no les permite vislumbrar del todo los verdaderos peligros. O tal vez se trate de otra cosa mucho más profunda y compleja, algo a mitad de camino entre el desamparo que obliga a correr siempre hacia ninguna parte y la incredulidad que se aferra a la necesidad de ser feliz pese a todo; como sucede en el momento en que ven por primera vez el mar y se zambullen para abrazarse a una alegría intensa y a la vez efímera. Pero antes es necesario que los convenzan de ir a Uruguay a través del Delta, la promesa de ganar nueve lucas en seis días si hacen bien el trabajo de entrar a robar en distintas casas, en el interior de una misma estancia donde hay caseros, perros entrenados y cámaras de seguridad. Vigilados por un hombre que les da instrucciones mediante un teléfono celular, los tres chicos son arrojados al medio del campo.Robar según lo pactado, parece fácil. Y lo es al principio. Ajo es capaz de entrar a la casas por los lugares más insospechados. Sólo que no siempre están desocupadas, hay familias enteras en algunos casos, niños que han tenido la suerte de nacer con todas las comodidades posibles (resulta difícil no pensar en el azar cuando se pone en juego la gran variedad de familias que pudieron tocarte en suerte). “Abrió una de las mochilas y sacó unas zapatillas nuevas que él mismo se había llevado de la casa. Eran metalizadas y aerodinámicas, las suelas iluminadas con luces como diminutas cápsulas espaciales. Se quitó las botas de lluvia. Cuando se puso el calzado nuevo quedó paralizado al ver que los cordones se ataban solos, mientras las plantillas se ajustaban a la forma de sus pies. Había visto la saga de Volver al futuro en un ciclo retro de ese cine del Once, pero jamás imaginó que las zapatillas inteligentes realmente existían”. Y es a partir de entonces que hay un punto de inflexión en la novela, un giro que de manera muy original propone Lucía Puenzo en la trama de Los invisibles; porque en el aparente raid delictivo que no carga con la tradición arltriana de El juguete rabioso, aunque dialoga en más de un sentido, la aparición de otros personajes como Luisa, una chica que deliberadamente decide no hablar en su núcleo familiar, y Cocó, un niño que como todos imita y reproduce los comportamientos de sus padres o adultos cercanos, servirán como nexo y desenlace para una historia de rivalidades entre vecinos de la estancia que terminará por resolver la verdadera intención del hombre que mandó a los chicos a robar. Tan literaria como cinematográfica, Los invisibles es una novela conmovedora y trágica. Su final, tan sorpresivo como necesario, obliga a retomar la palabra niñez y las responsabilidades que le caben a los adultos.
Los invisibles, la nueva novela de Lucía Puenzo
El fin de la infancia
En Los invisibles, su nueva novela, Lucía Puenzo narra la historia de tres chicos en situación de calle que son reclutados por un policía para cometer delitos.Y aunque la corrupción y el desamparo son centrales, el libro también impone la inocencia y la vitalidad de los sobrevivientes, antes de un final impactante.
Este artículo fue publicado originalmente el día 18 de noviembre de 2018