En Campana, provincia de Buenos Aires, a 80 kilómetros de Capital Federal, las fábricas arrojan humo al cielo y los chalets ingleses miran al Paraná. Sus habitantes no son tan distintos a sus pares del corredor La Plata-Rosario, la arteria industrial que marca el pulso productivo del país, y que en el caso de Campana –con fuerte influencia hacia las vecinas Zárate o Escobar– tiene su particularidad. Un adn musical que se hace oír cuando alguno de los suyos emigra y comparte entre sus nuevas relaciones la banda que suena en los cumpleaños, en los casamientos, en las paradas de los colectivos, en los fogones cuando alguien pide una del grupo que los viene acompañando casi desde que nació. Una de Los Cayos.
“Son unos verdaderos gatos jazz. Y no cualquiera puede ser un gato jazz. Son gente divina. Un arco iris de Campana. Capaces de tocar cualquier estilo musical. O como leí una vez: unos viejos huesos duros de roer”, dice Boom Boom Kid (también conocido como Nekro de Fun People), que como buen oriundo de Campana supo criarse a la par de este trío que viene de editar su primer disco en vivo luego de 27 años de historia y una discografía colmada de joyas en clave rock nacional. “Yo soy de Zárate y ahí la leyenda era que Los Cayos tenían grandes temas. Y cuando a los 14 los fui a ver por primera vez lo comprobé: por fin una banda de la zona que hablaba por mí, que me confirmaba verdades que no sabía que tenía adentro. Canciones barderas, de corazones rotos, de amor para siempre”, consigna por su parte Julián Desbats de los ascendentes Los Rusos Hijos de Puta. “Me salvaron la vida porque a esa edad yo ya había decidido que iba a dedicarme a la música pero mis viejos dudaban. Y gracias al ejemplo que me dieron fue que pude ponerme firme”.
Historias personales y de reconocimiento que pueden rastrearse desde mediados de los 80 cuando los hermanos Rubén y Jose Álvarez (futuros guitarrista y bajista de Los Cayos; ambos compositores y cantantes) no se perdían recital moderno o “underground” que pasase por Campana. “Vimos a Don Cornelio, a Soda Stereo, a los Redondos, a Sumo”, enumera Rubén, que con sus anteojos de marco grueso y flequillo desordenado encarna el costado más beatle ¿o Weezer? de Los Cayos. En tanto que Jose –alto y adusto; voz aguardentosa y jopo punk a lo The Clash– marca el contrapunto callejero, el complemento creativo, más allá de que en lo global (y acá hay que sumar a Esteban Leg, un batero de lentes foucaultianos y swing rockero “a lo Copeland” que también aporta a la composición) varios de los temas que canta Rubén sean originales de Jose. Y que, al revés, varios de lo que canta Jose se sostengan en los coros y armonías de Rubén y Leg.
“Los Cayos somos los tres. Las veces que por alguna razón tuvimos que tocar sin Leg no fue lo mismo. No fue Los Cayos”, deja en claro Rubén. El encargado de llevar las riendas organizativas de esta banda de discografía discontinua (pocos discos pero muy buenos), prensa más bien esquiva (prácticamente no hay notas en medios nacionales, aunque en 2011 cuando cumplieron 20 años y la intendenta les otorgó el escudo heráldico de la ciudad, no hubo portal o diario de la zona que dejara de hacerse eco) y actitud en general reacia a elaborar cualquier plan de despegue. “Cuando sacamos el primer disco (Inútil, 1998) tuvimos un intento de tocar seguido en la Capital, de crecer. Rápidamente nos dimos de que no tenía sentido. Justo era una época que había pocos lugares para tocar y los bolicheros no eran muy buena onda. Cuando nos liberamos de esa presión la empezamos a pasar mejor”.
El momento posterior, no es casualidad, coincide con los años dorados de Los Cayos. La edición de tres discos en cuatro años (A nadar, 2001; Arriba, 2002; Fugaz, 2004) que concentra varias de sus mejores canciones. “Al principio quisimos abarcar muchos sonidos y estilos”, cuenta Rubén. “Pero partir de A nadar simplificamos el asunto: menos acordes, letras más directas, que pase algo con la canción. Pero sobre todo que nos pase algo a nosotros. Empezamos a saber que menos es más”. Un período de gracia que los colocó sin saberlo a la altura de varias de las mejores bandas cancioneras de la época (elija cada cual la que mejor le venga en mente). Y que incluye –todas infaltables en un recital– a las existencialistas “Cotidiano” y “Decepción”; a la lennoniana “Otarios”; al punk-rock sabiamente naif de “Mucho”; a los rockitos ásperos de “Ter-k” o “Hay cariño”; al ska arrabalero de “Chirolas”; a los himnos de “Hermanos” o “A nadar”. Y más. Un tesoro a descubrir por fuera de Campana, Zárate o Escobar.
“Pasan un montón de cosas cuando tocamos con Los Cayos”, afirma Rubén, que también toca la trompeta. “Somos una banda de rock suburbano en la que cada uno tiene su folclore, su contaminación, su forma de vivir, su idiosincrasia”, añade Jose. Y Leg, testigo directo de la dinámica creativa de los hermanos, completa: “Los Cayos es una parte importante de nuestras vidas porque somos fieles a nuestras ideas y hace mucho que tocamos juntos. Como dice Jose: ‘No la dibujamos mucho. Es lo que es’”.
Con el reciente disco en vivo (impulsado por Chester Rezzano, músico y productor de sus últimos discos a través del sello Electric Chesterland) la historia de Los Cayos se sigue alimentando de pequeños hitos como la repercusión obtenida en 2015 por “La novia peronista”, una marcha alegre a lo Kinks que motivó que oyentes que no los conocían empezaran a reclamarlos en radios como Nacional Rock. O como cuando hace unos años organizaron sobre la marcha “el show de las 100 canciones” y terminaron repasando su discografía de punta a punta.
“Era fin de año, lo empezamos un poco en broma y al final terminó saliendo ese festejo histórico, con la gente aprovechando para volver a encontrarse después de mucho tiempo”, relata Jose, que no avizora grandes cambios en lo inmediato. “Mientras tengamos ganas seguiremos juntándonos a tocar y a hacer canciones; incorporando algunos nuevos colores y manteniendo otros”, asegura en consonancia con “Cotidiano”, uno de sus mejores temas, en el que su hermano Rubén canta: “Lo nuestro es cotidiano. Y qué tiene de malo. Un festejo sin contraindicación. La gota que al mar le cambia el sabor”. Sin duda, una de Los Cayos.