Igual que en su álbum debut, Dead Can Dance vuelve a poner una máscara en la tapa. La dupla integrada por Lisa Gerrard y Brendan Perry se dio a conocer al mundo en los 80 con la imagen de una artesanía tribal de Nueva Guinea, que sintetizó de manera gráfica ese pasadizo imaginario que unía la oscuridad del pospunk con los ritmos africanos. Después de evolucionar hacia un sonido más rico, diverso e inclasificable en los años siguientes, en el flamante Dionysus recurrieron nuevamente a una de esas caretas con las que los humanos camuflan sus rostros en festividades y rituales desde tiempos inmemoriales. Esta vez se trata de una superficie texturada y multicolor que alude al mito que dio origen al teatro griego. Podría tratarse de un plan perfecto diseñado por Perry, un estudioso de las culturas antiguas, un guiño sutil en el marco de la inminente celebración de sus cuatro décadas de carrera. Pero es una simple coincidencia, que para el compositor tiene más bien poca trascendencia. 

“No sabía que el mito de Dionisio había sido uno de los principales instigadores de la tragedia griega. Y eso fue una verdadera revelación para mí”, dice Perry al otro lado de la línea telefónica, con el entusiasmo de un estudiantes de arqueología que acaba de regresar de una expedición exitosa. El tema ya lo había obsesionado lo suficiente como para depositar toda su energía creativa en el proyecto. El descubrimiento de la conexión se produjo en pleno proceso. “La tragedia griega se interpretaba con máscaras, eran una parte integral de la escena. La otra cosa que aprendí es que el teatro griego, antes de que hubiera actores solistas, durante mucho tiempo era interpretado por el coro. Y en los pueblos cantaban, danzaban y se emborrachaban todos juntos en honor al dios Dionisio, que estaba asociado a la primavera, a la cosecha y a los festivales agrarios: era su principal fuerza espiritual. Y ese fue el origen seminal del teatro en la antigua Grecia”.

El rock, después de todo, no deja de ser una especie de rito pagano, un juego de máscaras en el que se busca el éxtasis a través de la música. Universal, la energía dionisíaca estuvo presente en el género desde que a alguien se le ocurrió enchufar la guitarra y electrificar el blues. Y ese pudo haber sido otro punto de partida para la serie de composiciones que Dead Can Dance despliega en el disco. “Ciertamente, el mito de Dionisio está presente cada vez que celebramos algo, cuando la gente se reúne para socializar y bebe alcohol y consume cosas más pesadas, como drogas alucinógenas: eso está en nuestra naturaleza y es, esencialmente, un acto dionisíaco”, describe, en una línea evolutiva que une implícitamente al vino que tomaban los griegos con las pastillas que circulan en las fiestas electrónicas. Dionysus echa mano a coros ancestrales, tambores tribales, instrumentos antiguos y los pone a dialogar, por la vía del sampler y los sintetizadores, con las voces de Gerrard y Perry.

“Siempre empiezo a trabajar en un álbum una vez que decidí qué clase de instrumentación quiero usar”, explica el compositor, cantante y miltiinstrumentista. “Como el mito de Dionisio está geográficamente muy relacionado con la región del Mediterráneo, elegí instrumentos tradicionales de los Balcanes, de islas como Cerdeña, lo mismo que de África del Norte, Turquía y Grecia”, enumera. “Y eso me llevó a una búsqueda más analógica, para trabajar en una especie de pintura sónica, con instrumentos que tienen distintos usos y tonos. Los veo como si fueran colores. Cuando pienso en música, veo colores. Me pasa mucho eso, con los instrumentos y también con los sonidos. Por eso incorporé el uso de grabaciones de campo de la naturaleza, del mar y las olas por ejemplo, del viento y los pájaros. Y el resto fue encontrar instrumentos que pudieran imitar a la naturaleza, como palos de lluvia, además de otros tradicionales asociados con la Grecia antigua”.

La diversidad tímbrica que se da cita en el disco proviene, básicamente, de dos fuentes bien diferenciadas. “El resultado final es una combinación de los instrumentos de distintas partes del mundo que tengo en mi colección personal y los que tomé de distintas fonotecas que hay en Internet. Se pueden escuchar un montón de cosas que fueron sampleadas, a las que toco en el teclado y grabo en la computadora. Con las partes vocales pasa lo mismo: las voces naturales, la mía y la de Lisa, conviven con fragmentos de coros que también tomé de fonotecas, que aparecen procesadas a través de la tecnología para dar la impresión de que se trata de un canto grupal”, dice. “Todo forma parte de una investigación, que no es solo musical. También trato de indagar en la psicología, el espíritu, el pasado. Me gusta aprender todo lo que pueda. En cierta forma, lo que hago es una especie de etnomusicología histórica”, define su modus operandi.

A la hora de diseccionar la naturaleza del mito de Dionisio, las fuentes consultadas por Perry excedieron de hecho el terreno musical. “Con este proyecto leí tres libros diferentes, para tener la perspectiva de tres autores distintos. Y, más importante todavía, lo que me motivó a hacerlo fue leer El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música, el libro de Friedrich Nietzsche”, cuenta. “Es fundamental tratar de empezar por la parte impresionista, emocional del asunto, porque son esas primeras reacciones las que me llevan hacia el tema. Y a partir de entonces intento abordarlo de una manera más racional”, agrega. “Probablemente Dyonisus sea el primer álbum conceptual que hayamos hecho en su totalidad. Mi fuente de inspiración, mi modelo para este disco fue el romanticismo clásico de fines del siglo XIX y principios del XX. Incluso La consagración de la primavera de Stravinsky, que está dedicado a Dionisio”.

La estructura final que adoptaron las composiciones refleja esa impronta: son dos actos divididos en siete movimientos. “Quería hacer algo para que te sientes a escucharlo de principio a fin, no una colección de canciones. Quería que toda la música fuera en la misma dirección. Y, por razones prácticas, terminé dividiéndolo en dos actos, algo que encaja perfectamente en un álbum de vinilo. Está buenísimo que hayan vuelto, los vinilos son probablemente el mejor medio de reproducción para la música, junto con las cintas”, dice. “No quería llamarlas canciones, sino usar las referencias que son propias del clasicismo: son movimientos. Y es así como se lo debe apreciar, como una totalidad, en la que las transiciones transforman a un movimiento en el siguiente. Quería dar la impresión de que se trata de disfrutar de un viaje y que, como en los viejos tiempos, la gente puede usar la imaginación para crear experiencias cinemáticas en su cabeza”.

ÉPOCAS Y ESTÉTICAS

Nacido en Whitechapel, Londres, en su adolescencia Perry se mudó a Nueva Zelanda junto a su familia. Bajista autodidacta, en 1977 se unió a The Scavengers, una banda que sintonizó con el estallido punk desde Oceanía. Ya con Perry convertido en cantante líder, cambiaron de nombre a The Marching Girls e hicieron las valijas rumbo a Melbourne, Australia. En el amanecer de los 80, Perry decidió abrirse del proyecto para empezar a experimentar con sintetizadores y ritmos alternativos. Nacía Dead Can Dance. “Formé la banda inicialmente como trío. Y Lisa se unió tres o cuatro meses después. En mi cabeza, quería tocar una música que tuviera la intensidad lírica de Ian Curtis, una especie de mezcla de Joy Division y Can, con algunos elementos del krautrock y de Public Image Ltd. En ese momento, mi concepción de la música giraba en torno a esas tres grandes influencias”, recuerda. Poco más tarde se instalaron en Londres y firmaron con el emblemático sello 4AD. El resto es historia.

Fue ese primer impulso el que habilitó la asociación con el pospunk y el rock gótico. Después de haber indagado en la polirritmia afro, el folk gaélico, el canto gregoriano y la tradición árabe, entre muchas otras vertientes, ¿cómo reaccionaría si un crítico los vuelve a ubicar en la escena dark? “Cuestionaría seriamente su juicio musical”, afirma Perry, irónico. “Estuvimos juntos casi cuatro décadas, fueron años de exploración musical y también cultural. Siempre quisimos hacer algo nuevo, con cada lanzamiento. Tratamos de no repetirnos, lo cual es difícil de lograr sin que parezca exagerado o forzado. Desafiarte a vos mismo de esa manera significa que nunca vas a ser fiel a ningún género en particular. Nos movimos mucho más de lo que el periodismo de rock o la gente podría pensar. Nunca fuimos eso que ellos creían. Estábamos más preocupados por la universalidad de la música, la emoción, la pasión, que por la forma concreta que podía tener”.

A partir de la noche del 2 de mayo próximo, cuando se abra el telón del teatro Le Liberté de Rennes, Francia, la banda dará comienzo al tramo europeo de A Celebration - Life & Works 1980-2019. “La gira nos da la oportunidad de revisar nuestro material más viejo y presentarlo todo junto en una misma línea, con nuevos arreglos. Y también vamos a tocar cosas del disco nuevo en estos conciertos. Vamos a celebrar todo lo que pasó desde que empezamos en los 80, con un público que quizás no iba a nuestros shows en aquellos tiempos”, adelanta. ¿Hay chances de verlos en vivo en esta parte del planeta? “Nos gustaría ir a tocar a Sudamérica. En Chile, por los mensajes que recibimos en nuestra página oficial de Facebook, tenemos un gran número de seguidores. Quizás no sean tantos en Brasil. Y, la verdad, no tengo idea de la cantidad de gente que podría venir a un show si tocamos en una ciudad como Buenos Aires, en la que no estuvimos nunca”, dice.

La discografía de Dead Can Dance atraviesa distintas épocas y estéticas. “Todos nuestros álbumes fueron muy diferentes entre sí, cada uno tiene sus propias cualidades”, explica. “Si tuviera que elegir tres de diferentes períodos, obviamente incluiría al primero, luego Within the Realm of a Dying Sun y finalmente Into the Labyrinth.  Pero eso dejaría afuera a viajes musicales enteros, porque también están Aion con su toque folk, el disco en vivo Toward the Within, Spiritchaser y su conexión con los ritmos africanos y la música sudamericana”, completa el recorrido. La banda volvió al ruedo en 2012 con Anastasis, después de un largo período de inactividad. ¿Este presente se puede ver como un nuevo comienzo? “Sí, hay algo de rejuvenecimiento en esta etapa. Aunque pasaron cuatro o cinco años desde el álbum anterior, hicimos muchos conciertos y tenemos planeado que el tour europeo del año que viene continúe en 2020 por el resto del mundo”. 

Oidos para el mundo

Cuando comenzó a explorar ese vasto universo que con el tiempo sería rotulado como “world music”, Internet no era más que un proyecto de laboratorio. ¿Cómo hacía para acceder a la información que luego metabolizaba en sus propias composiciones? “Soy una especie de autodidacta: aprendo solo a tocar los diferentes tipos de instrumentos”, dice, a modo de introducción. “En aquellos tiempos, tuve la suerte de vivir en Londres, donde podías ir a algunas fonotecas y conseguir música y escuchar un montón de cosas distintas. No teníamos mucho dinero, pero con el carnet de la fonoteca podías tomar prestada la música y grabarla en casetes. Y así fue como abrimos nuestras cabezas al mundo, a lo que venía del pasado pero también a lo que estaba pasando en ese momento. La radio también era un recurso valioso”, recuerda. “Internet es una herramienta fantástica para encontrar información y para usarla mientras vas aprendiendo: es la que hacemos ahora”.

“Los álbumes reflejan de alguna manera la pasión que nos despertaban esas experiencias. Y si empezamos a incorporar esas influencias era porque estábamos realmente enamorados de esas músicas y queríamos aprender la forma en la que habían sido construidas, las culturas de las que provenían, los fundamentos tradicionales que las sostenían. La investigación en sí misma es parte del proceso creativo. Lo que tratamos de hacer es de incorporar en esas músicas única nuestra propia mirada sobre la vida contemporánea”, resume el yin y el yang de la banda que encabeza con Gerrard. Si lo que el propio nombre de Dead Can Dance representa es la posibilidad de volver a poner vida dentro de algo que está muerto, ¿cuánto de oscuridad y de luminosidad hay en su obra? “Para mí es todo luz”, afirma. “Incluso la tristeza o lo que la gente puede considerar oscuro, todo tiene que ver con entender la luz, en el sentido de exponer la verdad de una situación”.

A esta altura, Perry tal vez desarrolló una suerte de sexto sentido para saber cuándo zambullirse en un género y cuándo no. “Es difícil de decir”, se desmarca. “Mucho de lo que pasa cuando componés tiene que ver con lo que sugiere el instrumento. Siempre hay una voz interna, que de alguna manera ejerce de filtro. Pero es una conversación entre el instrumento y tu voz interna. Y no es sencillo determinar en qué momento esa conversación se convierte en otra cosa, algo que resuena de un modo particular y adquiere cierta forma de belleza, que te sorprende a vos mismo. Ese es básicamente mi trabajo: toco música, que es algo disfrutable pero no necesariamente fantástico, porque también te podés aburrir. Hasta que, de repente, se produce un chispazo de sorpresa. Eso es lo increíble. Uno toca el 99 por ciento del tiempo, pero es ese 1 por ciento restante el que termino usando. Son esos instantes los que persigo como un cazador, solo para capturarlos”.