La utilización de la capacidad instalada en la industria está casi en el 60 por ciento con tendencia a seguir bajando, con la industria automotriz en 44,8 por ciento y el sector textil también ubicado por debajo de la mitad. Desde hace varios meses se ha generalizado el anuncio diario de despidos masivos de trabajadores, que deriva en estimaciones de dos dígitos para la tasa de desempleo. La inflación anual apunta al 50 por ciento para convertirse en la más elevada desde 1991. El consumo masivo se ha derrumbado por la fuerte caída del poder adquisitivo del salario, de las jubilaciones y de la Asignación Universal por Hijo. La debacle cambiaria fue la primera gran manifestación de la crisis macrista, pasando ahora a la fase siguiente, cuya expresión brutal se desarrolla en el frente socioeconómico. La tercera etapa es la política, que es incipiente y hoy se refleja en la persistente alta imagen negativa de Mauricio Macri, en el crecimiento en la opinión pública de que “todos son iguales” y en las tensiones al interior de la Alianza Cambiemos, con los arrebatos de Lilita Carrió, la súplica de los radicales para ser atendidos en la Casa Rosada y el anuncio del abandono del proyecto macrista de Emilio Monzó, tercero en la línea de sucesión. 

Etapa financiera

Las crisis traumáticas son una característica de la sociedad argentina, cuya revisión acerca del origen, desarrollo y desenlace es un aporte imprescindible para entender la actual, sabiendo que ninguna es igual a otra, pero sí tienen dinámicas similares. Es clave conocer de qué forma se despliegan las crisis para no estar distraído ni confundirse con el naufragio macrista, el cual ha lanzado a la economía a un proceso acelerado de deterioro.

La primera etapa de la crisis se expresa en la disparada de la paridad cambiaria, que es el síntoma de la restricción externa, o sea la escasez relativa de divisas. Este es un problema estructural de la economía argentina. La fragilidad del sector externo se ha manifestado en diferentes oportunidades, que tiene como derivación una muy fuerte devaluación, lo que termina instalando un escenario de crisis global. La situación financiera hace estragos con el derrumbe de las cotizaciones de acciones y bonos, la suba de la tasa de interés, las dudas acerca de la solvencia del sistema bancario y el aumento del riesgo de cesación de pagos de la deuda pública y privada. 

Los movimientos bruscos de la paridad cambiaria concentran la atención de los medios de comunicación, el nerviosismo atrapa a los responsables de la gestión económica y la incertidumbre domina en la sociedad. El reclamo generalizado es frenar la escalada del dólar, que en una economía bimonetaria como la argentina, se ha convertido en una variable clave. En ese estado de estrés colectivo por el descontrol del dólar puede aparecer como solución la fijación del tipo de cambio, la definición de tasas de interés reales muy alta o el pedido de auxilio financiero al FMI, o la combinación de todo ello para enfrentar el incendio cambiario. 

Etapa socioeconómica

Este pico de la crisis puede ser momentáneamente controlado, pero mientras la fase financiera se está desplegando con intensidad se empiezan a disparar las otras dos (la socioeconómica y la política), que se encuentran relativamente desplazadas en la atención pública por el descontrol cambiario. 

La megadevaluación comienza a reflejarse en los precios, ya sea porque eslabones de la cadena productiva y comercial están dolarizados o por conductas preventivas que dejaron enseñanzas pasadas. En caso de alcanzar cierta estabilidad cambiaria, como ahora con tasas de interés elevadísimas, la primera expresión de la fase socioeconómica de la crisis se da en tasas de inflación altas que, con ingresos fijos en gran parte de la población, provoca un derrumbe del consumo masivo por el golpe al poder adquisitivo. 

Se precipita así un círculo vicioso de la debacle, alimentado por la obsesión ortodoxa del ajuste fiscal como vía única por superar el mal momento económico, pero que termina arrojando a la actividad hacia una recesión más profunda. Esta secuencia tiene como saldo la reducción de la producción y quiebre de empresas, lo que deriva en suspensiones y despidos de trabajadores, disparando la tasa de desocupación hacia dos dígitos. 

Con tasas de inflación elevadas, como las de septiembre (6,5 por ciento) y de octubre (5,4 por ciento), en caso de transitar un momento de calma cambiaria –como el actual– aparece la exigencia de reducirlas para alejarse del pico de tensión de la fase socioeconómica de la crisis. Para ello, en general, se aplican medidas recesivas (contracción monetaria y fiscal), que agudizan esa etapa de la crisis, y cuando hubo un abrazo desesperado al FMI para salir del pico de la fase financiera, no queda otra alternativa, lo que realimenta el ciclo de deterioro.

Etapa política

Con la disminución de la inflación desde niveles que rumbeaban hacia la híper y con la incertidumbre cambiaria que sigue presente pese a la calma temporaria, emerge la fase política de la crisis. 

Con los shocks cambiario e inflacionario los gobiernos se debilitan, las lealtades se empiezan a resquebrajar y quienes daban sustento a la alianza económica y social emprenden la retirada. Las internas en la administración se desatan y la proximidad de las elecciones dispara el reordenamiento político. En todo este proceso, hay instancias de mayor o menor tensión, donde aparecen picos que hacen que parezca inminente el desmoronamiento del Gobierno. 

El temor al derrumbe está tan presente que el inconsciente les juega una mala pasada a funcionarios y voceros oficiosos, por ejemplo cuando afirman que el gobierno de Macri culminará su mandato pese a no ser peronista, o cuando el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, señala que el Gobierno no se cayó pese a la dimensión del ajuste que está aplicando.

El retroceso del bienestar general extiende el rechazo al oficialismo hacia otras fuerzas políticas. La experiencia local e internacional muestra que el descontrol de variables importantes (dólar subiendo ciento por ciento, inflación trepando 50 por ciento, recesión y desempleo arriba del 10 por ciento) erosiona liderazgos políticos, como el de Macri, que representa a un sector relevante de la población (30/35 por ciento identificado con la centroderecha y derecha del universo político). Esto está siendo reflejado en las encuestas, y sólo para evitar lo que se denomina “pato rengo” (presidentes debilitados a pocos meses de las elecciones) aparece una sobreactividad de Macri, con la expectativa de su aparato de propaganda de rescatarlo del naufragio. 

Confluencia

Las crisis reúnen esas tres etapas y se van realimentado unas a otras. Cuando una está en un pico de tensión, las otras parecen apaciguadas, y así van mudando en su estado de situación. Con la paridad cambiaria en la camisa de fuerza de tasas reales muy altas y con un escenario político que ya empezó a mirar las elecciones presidenciales del año próximo, el pico de tensión de la crisis está concentrado en la recesión que desmorona empresas, haciendo crujir la cadena de pagos y ahogando financieramente a la actividad productiva. Estas caídas provocan despidos masivos, conformando un drama sociolaboral, al que el Gobierno no sabe o no quiere dar respuesta. 

Desapareció el Ministerio de Trabajo y la Secretaría de Trabajo será borrada del nuevo organigrama del Ministerio de Producción cuando se efectivice la renuncia de Jorge Triaca (hijo). En ese contexto hubo una tibia iniciativa oficial con el decreto que dispone el pago de un bono de 5000 pesos (a cuenta de la revisión paritaria 2018), y establece un procedimiento previo de comunicación para despidos sin justa causa. Esa norma determina que, hasta el 31 de marzo del año próximo, las empresas que quieran despedir previamente deben comunicar la decisión al Ministerio de Producción y Trabajo, con una anticipación no menor a 10 días hábiles. El titular de la cartera, Dante Sica, de oficio o a petición de parte, podrá convocar al empleador y al trabajador junto con la asistencia gremial correspondientes, para celebrar las audiencias que estime necesarias para considerar las condiciones en que se llevará a cabo “la futura extinción laboral”. No parece que sea una iniciativa para frenar los despidos, sino más bien para ordenarlos.

El transcurso de las crisis va cambiando los picos de intensidad de cada una de sus tres fases y, si no se combinan factores locales e internacionales positivos que permitirían encauzarlas, escenario posible aunque poco probable, pueden terminar en la confluencia de sus respectivos picos en un mismo momento. En esa instancia se produce el epílogo caótico, como fue la hiperinflación de 1989 y el estallido de la convertibilidad en el 2001, sin saber cómo será en este caso porque, como se mencionó al comienzo, las dinámicas de las crisis son similares pero ninguna es igual a otra y su resolución es particular. 

Cómo será el desenlace traumático de la crisis macrista es una incógnita. Tampoco se sabe cuándo será y si será el propio Macri u otro quien terminará recibiendo las esquirlas de la explosión.

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