Desde Mar del Plata
Final de partida. Ayer por la tarde se llevó adelante la ceremonia de premiación del 33° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, que dejó como principales ganadoras a la española Entre dos aguas, de Isaki Lacuesta; la mexicano-canadiense Fausto, de Andrea Bussmann; y la argentina El árbol negro, de Máximo Ciambella y Damián Coluccio, elegidas como Mejor Película en las competencias Internacional, Latinoamericana y Nacional, respectivamente. Esta edición del festival, que culmina hoy domingo con la proyección de los títulos ganadores, será recordada no solo por sus particularidades artísticas, sino por los problemas presupuestarios que obligaron a distintos recortes. También por una tensa ceremonia de apertura que dejó en evidencia los problemas que atraviesa el cine argentino. Aun así, contra viento y marea y bajo la dirección artística de Cecilia Barrionuevo (la primera mujer en ocupar ese lugar), el festival impuso una programación rica y variada.
La gran ganadora fue Entre dos aguas, que venía de llevarse hace menos de dos meses la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián. La película de Lacuesta recibió el Astor de Oro (el premio mayor) y el de Mejor Actor para Israel Gómez Romero. Entre dos aguas retoma la vida de los hermanos Israel y Cheito, quienes habían protagonizado hace doce años otra película de Lacuesta, La leyenda del tiempo, cuando eran todavía adolescentes y se permitían ver el futuro con cándido optimismo. Ya grandes, los hermanos deben enfrentar una realidad durísima de la que no eran del todo conscientes tiempo atrás. Mecanismo cinematográfico aceitado capaz de conmover no solo por el vigor de su historia sino por su eficaz manejo del relato y su potencia visual, Entre dos aguas es una ganadora más que justa.
El Premio Especial del Jurado fue para la luso-brasileña Chuva e cantoría na aldeia dos mortos, de João Salaviza y Renée Nader Messora, y Vendrán lluvias suaves, del argentino Iván Fund. En tanto, el premio a la Mejor Dirección recayó en el italiano Roberto Minervini por el documental What You Gonna Do When the World’s on Fire?, en el que traza un mapa de los abusos que aún padece la comunidad negra de los Estados Unidos.
El documental de Minervini dialoga de forma directa con If Beale Street Could Talk, de Barry Jenkins, ganadora del Premio del Público, que aborda una temática similar pero desde la ficción y con una perspectiva histórica. En tanto que el premio al Mejor Guión recayó en el uruguayo Federico Veiroj por Belmonte, que retrata la vida de un lacónico pintor que debe reconstruir su vida a partir del vínculo con su hija.
El jurado de la Competencia Argentina –integrado por el productor británico Andy Starke, la periodista española Violeta Kovacsics y el director chileno José Luis Torres Leiva– se enfrentó a una de las secciones más parejas de los últimos años. Fue evidente la voluntad de los programadores de alumbrar un recambio generacional apostando por realizadores jóvenes, debutantes o con poca experiencia, lo que a su vez implicó un desplazamiento hacia apartados no competitivos de varios históricos de las selecciones oficiales (allí está Raúl Perrone con Corsario en Autores para comprobarlo), cuando no directamente su omisión. También la voluntad de elegir un corpus de diez títulos que permitieran radiografiar el estado de situación del cine nacional. El problema, en todo caso, es un cine nacional al que hace un buen rato se lo nota demasiado cómodo recorriendo caminos estéticos y narrativos –pulcritud técnica, minimalismo dramático– de probada eficacia, al menos en términos de premios en festivales y recepción crítica.
Las dos premiadas son ejemplos de lo anterior. La elegida como Mejor Película fue El árbol negro, que a través de un registro cercano al documental de observación, aunque con algunos elementos narrativos propios de la ficción, relata el despertar político de una comunidad qom asolada por la problemática de la distribución de tierras. Julia y el zorro, acreedora de una Mención Especial, aborda el proceso de duelo -uno de los temas predilectos del cine argentino contemporáneo– de una madre recientemente viuda. La única película que fisuró el molde de lo preestablecido se fue con las manos vacías. Se trata de El hijo del cazador, en la que los cordobeses Germán Scelso y Federico Robles articulan un relato terrorífico basándose íntegramente en los recuerdos y la visión del mundo de Luis Alberto Quijano, hijo de uno de los represores más siniestros de Córdoba durante la última dictadura militar. Una película que genera discusiones –tal como ocurrió con el público marplatense luego de la proyección– y se permite incomodar, un pecado que cada vez menos películas argentinas quieren cometer.