Una decena y media es la cantidad aproximada de veces que Die Toten Hosen aterrizó en Buenos Aires. Muchas cosas pueden pasar en el seno de un grupo de música y en una nación a lo largo de 26 años. Lo curioso es que, para los alemanes, hay una constante que evita la repetitividad y el tedio: cada visita demanda la misma energía, hasta parecer la primera... o la última. Con estabilidad y cambio como variables en tensión, 2018 puso al quinteto nuevamente frente a la oportunidad de cambiar algo para que todo continuara como siempre, y que la Argentina siguiera siendo su segunda casa.
Instigados esta vez por amigos locales, los de Düsseldorf se abocaron a la organización de un festival propio en la ciudad, el Hosen Fest, destinado a reunir a las amistades musicales argentinas cosechadas desde 1992 a la fecha, a modo de celebración de dos culturas hermanadas por el punk rock. En efecto, ocho horas y media de trajín sobre el Club Ciudad de Buenos Aires fueron convocatoria para 10 mil personas, desde que se abrieron las puertas para la presentación de Fútbol, la primera de ocho bandas, y el crédito más joven de toda la carta. Eso sin contar a los alemanes de Kraftklub, quinteto de popularidad en alza en su país de origen, altamente recomendado por los anfitriones.
La estructura apostó a la eficacia de lo simple. Un escenario casi sin trucos y mucho andamio a la vista, dos hileras de baños químicos, un biergarten muy a la criolla y puestos de comida de emulación gourmet. Las banderas de ambos países unidas por el logo de la banda parecieron graficar el hálito fundacional, la comunión entre Die Toten Hosen y el público local, abastecido por cientos de alemanes que conversaban en rondas aleatorias. Una gesta que hace equilibrio entre el sacrificio y el hedonismo, gracias a la fidelidad y el espíritu de resistencia que los europeos encuentran en la audiencia argentina. Pero el evento no sólo fortificó todas esas ideas labradas desde hace años; a modo de desprendimiento de la manía ramonera de los 90, también obró como manifiesto sociopolítico de actualidad, por el mensaje que bajaba desde las tablas y era devuelto desde el césped. El propio guitarrista Breiti lo advirtió en su correcto español: “Somos conscientes de que el país está atravesando momentos difíciles. No- sotros los acompañamos, y esperamos que pronto se encuentre una salida”, expresó, y fue retrucado con un canto popular de insulto al presidente. Campino se armó de intuición, alzó el pie de micrófono y asintió con la cabeza.
Esta historia comenzó en 1992, cuando los alemanes compartieron el escenario en el debut de Pilsen, tras la disolución de Los Violadores. Conocieron de primera mano las raíces del árbol genealógico del punk vernáculo, que había crecido como espejo de la juventud desangelada que sacudiera a la cultura sajona. La tarde del sábado, cuando Pilsen tocó “I fought the law”, de The Clash, dibujó una parábola perfecta con ese pasado que, de alguna forma, unía a las distintas latitudes bajo un diccionario común. “Represión”, uno de los clásicos máximos de Los Violadores, cerró con claridad la misiva de un punk vieja escuela a pleno pulso.
A Cadena Perpetua le tocó la bendición del atardecer. Nubes rosas decoraban el cielo promediando el set del trío, cargado de intensidad sonora y discurso anti-institucional. Canciones como “Violencia”, “No mires al cielo”, la flamante “Muertos vivos”, o “Sobrevivir” (“En esta nación gobierna el terror”), forjaron la identidad de un show contundente y sin estridencias. El grupo puedo aportar así pequeñas pinceladas de hardcore punk californiano y algo de garage a la hegemonía del punk más tradicional.
Caída la noche, Attaque 77 ofreció otro show cargado de dedicatorias. Desde “Los buenos mueren”, para René Favaloro, hasta “San Fermín”, contra el maltrato animal, con el corazón del asunto en las manos: “Como salvajes” fue dedicada “a todos los políticos corruptos” por Mariano Martínez, y “Setentistas”, tuvo un prólogo aún más extenso. “Estos gobiernos nos están chupando la sangre. A los trabajadores que luchan por su puesto de trabajo, y a los que lo perdieron por estas políticas neoliberales, que generan desempleo y arruinan a las empresas nacionales”, arremetió el guitarrista y cantante, que desató la primera reprobación general hacia el gobierno. “Es el hit del año. ¡Más fuerte!”, arengó. Un combo de clásicos radiables y no tanto construyó, a la larga, un concierto sólido que nunca perdió contra la ansiedad.
Consciente de sus raíces personales y de la relación de amor con la fanaticada local, Campino se acordó de sus héroes al cierre del show de Die Toten Hosen, que duró más de dos horas. Las parrillas ya no humeaban y no había más fila para entrar a los baños, cuando sonaron “Blitzkrieg bop” y “Should I stay or should I go”, de Ramones y The Clash, respectivamente. Pese a la recurrencia de estos hits prestados, el ritual de Hosen no parece apoyarse en el conformismo profesional. La respuesta está asociada a lo energético, un nivel de entusiasmo que transmite frescura, aunque sus cuerpos ofrezcan menos resistencia. El vapor humano se multiplicó con “Auswärtsspiel”, que plantó bandera desde la devoción más manifiesta. Traducido como “Partido de visitante”, el tema está inspirado en el fervor de las hinchadas argentinas, con un estribillo le saca lustre a un “olé olá” de afectación teutona.
El cantante enarboló una lata de cerveza, al grito de “¡Salud, Buenos Aires!”. “Es lindo volver a casa, estuvimos esperando este día durante un año”, prosiguió antes de “Laune der Natur”, canción que da nombre a su último disco, editado y presentado el año pasado. Después de una versión de “Whole Wide World”, de Wreckless Eric, una clásica y muy celebrada “Liebeslied” construyó la intimidad necesaria para el disfrute máximo. El extraño dulzor de “Bonnie & Clyde”, la nostálgica emotividad de “Altes fieber”, el estallido del estribillo de “Steh auf, wenn du am Boden bist”, o “Paradies” cantada por una fanática brasileña rescatada desde la valla, fueron aposentos para un nuevo acto de comunión.
El propio Campino le había anticipado a PáginaI12 que la propuesta no era nostálgica. El setlist le dio la razón, cuando los viejos clásicos igualaron en número a las creaciones de la última década y media, lo que no es poco para un grupo que sopla 35 velitas. El puente fue una buena batería de covers, completada por “Uno, dos, ultraviolento”, en colaboración con Pil Trafa y Tucán Barauskas, de Pilsen, y el tradicional cierre de “You’ll never walk alone”, con la camiseta del Liverpool inglés puesta. Anoticiados de que los músculos pierden vigor con los años, por más que la cabeza así no lo quiera, los Hosen volvieron a abrazar a Buenos Aires como si fuera la primera y última vez. Y Campino volvió a abrir su corazón: “Les aseguro que, cuando esté por morirme, uno de los pocos pensamientos que voy a poder tener va a estar dirigido a la Argentina”.