2018 fue un año complicado en cuanto a festivales de música se refiere: fechas suspendidas y faltazos de último momento marcaron un año musical accidentado. A saber: en marzo, la tercera fecha del Lollapalooza tuvo que ser suspendida por razones climáticas. Hace una semana pasó algo parecido con la primera fecha del Personal Fest: a causa del temporal, el evento que cerraría con la presentación de Robbie Williams tuvo que ser dado de baja sin posibilidad de reprogramación. Lo que caracterizó al Rock & Pop Festival, que tuvo lugar durante el día y la noche de ayer en el sector descubierto del estadio de Obras, fueron las ausencias. Pocas horas antes de que llegara su turno y cuando el festival ya estaba en marcha, Azealia Banks anunció a través de su cuenta de Instagram que no sería de la partida por motivos de salud. El guitarrista de The Vamps, James McVey, no participó de la gira porque estaba de viaje por Australia. Y Chris Stein, fundador de Blondie y mitad simbiótica de Debbie Harry, no subió a tocar. Los motivos no fueron aclarados aunque, cuando le dedicó “Heart of Glass” casi al final del show, Harry arrojó un enigmático “Chris tiene un verdadero corazón de cristal”.
Pero la primera gran ausencia en Obras ayer fue la de público. El festival, que fue lanzado hace unos meses como la gran vuelta del emblemático encuentro que dio el puntapié inicial a este tipo de recitales internacionales allá por 1985, en esta oportunidad no pudo hacer honor a su estirpe. Los motivos pueden haber sido varios. Para empezar, este sábado de mitad de mes estaba sobresaturado de ofertas. A pocos metros de Obras, en el Club Ciudad de Buenos Aires, había otro festival, el organizado por los alemanes Die Toten Hosen (ver aparte). Además, tocaban La Berisso en Vélez y Maluma en el Hipódromo de Buenos Aires, sin mencionar que una semana antes habían pasado el malogrado Personal Fest y los shows de Roger Waters en La Plata, entre otros. ¿Que se trata de públicos muy diferentes? Puede ser, pero eso tiene su correlato puertas adentro de la propuesta del R&P Festival: el line up que se ofreció esta vez fue por demás ecléctico. Eso podría haber tenido dos reacciones del público, la de “aprovecho para ver la banda que me gusta y conocer otras nuevas” o “es mucha plata junta para que me interese un solo grupo”. Desafortunadamente, al parecer lo que se impuso fue la situación económica, y lo que ocurrió fue más cercano a lo segundo que a lo primero.
Las puertas del estadio abrieron a las 15.30 y, a pesar de que había llovido intensamente toda la mañana, los shows pudieron comenzar a horario y con un cielo que, en el transcurso de la tarde, se fue limpiando de nubes. Los encargados de abrir la fecha fueron los argentinos Todo Aparenta Normal, seguidos por Octafonic, la particular propuesta comandada por Nicolás Sorín que fusiona jazz, rock, hardcore, electrónica y música académica. En poco más de media hora en la que pudo dar cuenta de sus dos discos, Monster (2014) y Mini Buda (2016), el octeto se despachó con un set con el que dejó muy claro quiénes son y hacia dónde se dirigen, a fuerza de temas de estructuras complejas e imponentes desde el planteo orquestal. Y con mucho, muncho groove.
Los siguieron los inefables The Magic Numbers, quienes son ya un número puesto en los festivales argentinos. Simpáticos y risueños como siempre, los Stodart y los Gannon ofrecieron un recorrido por sus hits de guitarras amigables y armonías de dos y tres voces y también presentaron temas de su último disco, Outsiders, de 2018. “Creo que he visto a alguna de ustedes en la puerta de nuestro hotel”, bromeó Romeo con un grupo de fans de The Vamps apostado en el vallado.
“Argentina: esto es culpa de mi agente de reservas por reservar demasiadas fechas seguidas”. Así comenzaba el post con el que Azealia Banks excusaba su faltazo desde Intagram (y aprovechaba para despedir a su agente). La reprogramación de lo que continuaba se llevó adelante sin inconvenientes y los cordobeses de Eruca Sativa empezaron a las 19.40 con su arrollador show, en el que demostraron que guitarra, bajo y batería pueden ser más que suficientes para tener en vilo a un auditorio. “Por más mujeres arriba del escenario”, celebró la bajista Brenda Martín antes de cerrar un recital de casi veinte temas con el que recorrieron la década musical de la banda.
El show de los británicos The Vamps transcurrió sin altibajos a pesar de la ausencia de su guitarrista. El público que fue a verlos estaba encantado de tenerlos ahí cerca, sin importar que tocaran sobre pistas, les faltara un integrante y no contaran con una puesta de visuales ni nada por el estilo: la sola presencia de Bradley Simpson arengando en el escenario disparaba los alaridos de las y los adolescentes que habían estado esperando ese momento desde bien temprano.
Entonces llegó Blondie y su catarata de hits incombustibles. Y es aquí donde la ausencia se hizo más presente, porque Chris Stein, cerebro creativo y mitad inequívoca de Debbie Harry, no estuvo allí. Ya se había ausentado en el show que la banda había dado unos días antes en Brasil, pero nada se supo del porqué. Tampoco anoche. Así que Harry y los suyos tuvieron que hacer frente a ese hueco de la mejor manera que pudieron, aunque hay que decir que la performance se vio sin dudas afectada por la falta. Los primeros cuatro temas –la andanada de “One Way or Another”, “Doom or Destiny”, “Hanging on the Telephone” y “Fun”– sufrieron además la falta de volumen que, afortunadamente, fue subsanada a tiempo. “¿Qué hace al mundo girar? ¿El amor o la gravedad?”, se pregunta una Debbie Harry de vuelta de todo desde “Gravity”, de su último disco, Pollinator. La figura de este mito viviente de la escena punk condensó toda la expectativa del show. Como salida de una película de Luc Besson (¿alguna secuela de El quinto elemento, quizás?), la icónica frontwoman hizo economía de movimientos y de despliegue vocal, de modo que cada vez que regalaba un breve baile o exigía la voz un poquito más allá, su presencia se hacía más efectiva. “Generalmente dedico este tema a las mujeres. Hoy quiero dedicárselo también a aquellas personas que quieren ser mujeres”. Con estas palabras anunció “Maria” poco después de la inquietante versión de “Rapture” en un escenario repentinamente enrojecido y vaporoso. Las proclamas de Harry no se limitaron a ese gesto: el pañuelo de la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito estuvo presente desde el comienzo, pegado a un lateral de los sintetizadores y, en la espalda, sujetado con alfileres de gancho a su camisa, la cantante llevaba un cartel que rezaba “Dejen de joder el planeta”. Hipnótica a sus 73 años, Debbie Harry sostuvo un show de una hora y media con profesionalidad y picardía: como dejando escapar a través de su persona de hoy a esa, cuarenta años más joven, que se multiplicaba en las enormes pantallas. Porque el show debe continuar... de un modo u otro.