Tras la apertura el miércoles con el extraordinario concierto de la cantante británica Norma Winstone, el Buenos Aires Jazz Festival culminará esta noche con la actuación de otro nombre importante del panorama internacional. El saxofonista Stefano Di Battista se presentará con su cuarteto a las 20.30, en la Usina del Arte (Caffarena 1). Termina así el festival que una vez más ofreció un panorama sustancial de lo que es posible cobijar bajo el término jazz, en épocas de dólar alto y variedades de estilos y conceptos. Si la apertura con Winston fue una clase de mesura y buen gusto en torno a las posibilidades de asombro que se encierran en la canción –en este sentido, lo que la cantante logró con la música que Nino Rota escribió para la película Amarcord de Federico Fellini fue un momento ejemplar–, el final promete la energía del bop y sus actualizaciones con uno de los saxofonistas más destacados de la actualidad.
Nacido en Roma en 1959, Di Battista pertenece a la raza de los performers de alta intensidad técnica y expresiva, agridulce y punzante con el saxo alto y acaso más lírico, sin dejar de ser penetrante, con el soprano. “Como muchos saxofonistas me formé con el bebop, en el amor hacia Art Pepper, Charlie Parker y Cannonball Adderley. Más tarde aprendí a escuchar a los saxofonistas modernos: Michael Brecker, Kenny Garrett, y más acá Joshua Redman, por nombrar algunos. Estos son algunos de los músicos que me impresionaron”, dice Di Battista al teléfono desde Bahía Blanca, donde tocó el sábado en el marco del Festival Internacional Provincia Jazz. “Siempre fui un tipo abierto, trato de abordar todos los estilos, con curiosidad y sin prejuicios. Sin embargo, a los 50 años estoy volviendo a Armstrong y a Ella Fitzgerald, por ejemplo. Más uno crece y más necesita volver a las raíces, porque ahí está la explicación de todo, de la alegría de poder hacer con propiedad la música que elegí, pero también del sufrimiento de los marginados que hicieron de este género una intensa muestra de humanidad”.
Di Battista aborda esta gira argentina –el jueves tocó también en el Festival de Jazz de Córdoba– al frente de un cuarteto integrado por Andrea Rea en piano, Daniele Sorrentino en contrabajo y Luigi Del Prete en batería, una base de músicos napolitanos con los que colabora desde hace tiempo y con los que puede profundizar su estilo incorporando gestos de la canción tradicional italiana. “El cuarteto clásico, con contrabajo, piano y batería, es mi formación ideal, particularmente en este período en el que voy en busca de la variedad estilística. Este cuarteto me permite estar al frente y ser versátil. Puedo dialogar, cambiar, deshacer, ir y venir por repertorios variados, que es lo que me gusta ofrecer en un concierto”, dice Di Battista, que antes de descubrir el jazz se ensoñaba escuchando a los cantantes italianos.
“En realidad de chico quería tocar la trompeta, pero el director de la banda donde empecé a estudiar me dio un saxo, un instrumento con el que no simpatizaba. Hasta que un día, de casualidad, escuché a Art Pepper”, recuerda el músico. “Vi su imagen en una revista en un quiosco de diarios y me atrajo. Era en la revista Musica Jazz, que todavía existe, que venía con un disco de Art Pepper, con un saxo grande dibujado en la tapa. Lo compré y corrí a casa, lo puse en el tocadiscos y mientras lo escuchaba me venían escalofríos. No entendía nada de lo que sonaba, pero sentía que esa música me atravesaba, era mágica, me hacía soñar. Tenía 14 o 15 años”, cuenta el saxofonista.
Desde entonces comenzó a modelar su identidad musical practicando con los discos de los grandes jazzistas. “Me formaba a golpes de pasión y casualidades, según los discos que conseguía. Yo vivía en un barrio alejado de Roma y mi familia tenía un restaurante. Creo que no sabían muy bien qué hacer con un hijo músico”, recuerda ahora. El repaso por esa primera formación autodidacta incluye la figura de un adolescente encerrado en su habitación, tocando el saxo. “Me pasaba horas escuchando y sacando los temas de los discos. Más lo hacía y más me gustaba. Mi madre me pedía que por favor saliera a jugar con los otros chicos y yo seguía ahí, escuchando los discos de Cannonball, de Parker. Fue una pasión solitaria”, evoca.
De la banda cívica Di Battista pasó al Conservatorio y de ahí a los clubes de jazz de Roma, donde una noche conoció a Massimo Urbani, una de las leyendas del jazz italiano. “El encuentro con Massimo fue determinante para mí. Yo daba mis primeros pasos en el jazz profesional y él me alentó a creer en mí mismo”, recuerda. Entre los jazzistas italianos de entonces, Urbani era distinto. Un saxo alto siempre al límite, improvisador furioso. Una especie de Parker blanco, tan desamparado de todo como el negro. Venía de Monte Mario, el barrio proletario donde murió de sobredosis de heroína en junio de 1993. “Recuerdo su manera torrencial de tocar, su sonido irritado y las frases geniales que encontraba sobre el instrumento. Se lanzaba a tocar sin saber qué venía y siempre encontraba lo mejor. Recuerdo su generosidad, su manera de brindarse hasta el último, en nombre de la música que amamos”, dice Di Battista, que a los 22 años logró el reconocimiento en Francia que sería la llave de su carrera internacional.
“En Francia nací de nuevo”, dice el saxofonista. Pasó por la Orquesta Nacional de Jazz de Francia, formó parte del sexteto de Michel Petrucciani y en 1997 grabó Volare, su primer disco propio. Al año siguiente, con A prima vista, entró en la escudería Blue Note, donde en 2000 grabó su tercer disco junto a Elvin Jones, el legendario baterista de John Coltrane. “Con Elvin aprendí el valor de la libertad y también la banalidad de ciertos protocolos que nos atan a la rutina. Pero sobre todo aprendí a considerar el error como parte de lo que hacemos. La imperfección puede ser perfecta y también ahí puede estar la belleza de lo inesperado”, concluye Di Battista, que sin embargo regresó a Italia donde asegura está la otra parte de sus raíces musicales. “Amo la música italiana. La canción napolitana, la ópera”, dice.
– ¿Cree en la originalidad de un jazz italiano?
– Sí, claro. En Italia tenemos a un gran maestro. Es un faro, una persona profunda y de inmensa generosidad. Se llama Enrico Rava y créame si le digo que a todos las jazzistas italianos no gustaría ser como él.