–¿Qué es el neoliberalismo tardío?
–El neoliberalismo abarca las políticas pro-mercado, inspiradas en Friedman, Hayek, etc., que tuvieron etapas dictatoriales desde los 70 y luego etapas democráticas desde el Consenso de Washington. Decimos que el neoliberalismo actual es tardío porque se trata de un modelo que llega al poder y abre su economía en un momento en que las economías de la mayoría de los países centrales empiezan a cerrarse. Hoy hay luchas arancelarias en todo el mundo menos aquí. Los países protegen su empleo, su producción... Y este modelo hace exactamente lo contrario. En los ‘90 había un comercio global muy interconectado, había inversiones internacionales de empresas. Pero hoy cada bloque trata de proteger lo suyo: Trump está en guerra arancelaria para recuperar su economía real, mientras acá estamos destruyendo la economía real en función de la economía financiera y la extractivista, para pagar deuda. La segunda cuestión es que Argentina parece a trasmano de las tendencias económicas mundiales. Superada la crisis de 2008, en los últimos años el mundo empezó a crecer y a tener más empleo. Nosotros no. Estamos segundos en recesión a nivel mundial y cuartos en inflación, una performance que no coincide con lo que pasa en el resto del mundo. No es que hay una tormenta perfecta que afecta a todos por igual. Finalmente, también creo que es tardío porque este neoliberalismo va a contramano de una conciencia social adquirida en la etapa anterior, relacionada con un Estado orientado por derechos, productivista e inclusivo. Parte de los problemas que tiene hoy el Gobierno se vinculan a su reciente asociación con el FMI: a la gente, eso le recuerda la crisis de 2001.
–¿Por qué cree que se produjo este retorno neoliberal en Argentina?
–Hay muchos factores que cimentaron esta posibilidad. El período anterior fue bastante excepcional: la voluntad política de los gobiernos progresistas de incluir, distribuir y fomentar el desarrollo se encontró además con la emergencia de China consumiendo productos primarios a precios altos. Eso les permitió obtener ganancias extraordinarias y desendeudarse. Después de la crisis de 2008 y la caída de las commodities, ya en el 2012 se comenzó a sentir la pérdida de capacidad de generar empleo privado. Poco después, los gobiernos se empezaron a complicar por la escasez de divisas, por la restricción externa, y administraron las divisas. También aparecieron nuevas demandas en las sociedades. Una vez que se satisface una demanda –por ejemplo, el acceso al empleo– aparecen otras más complejas –por ejemplo, reclamos de más y mejores servicios públicos, o de una redistribución del ingreso, calidad de vida, etc.–. En el caso argentino, el gobierno no estaba muy preparado para ese tipo de demandas. También hubo errores propios de estas coaliciones productivas, inclusivas, populares de la región.
–¿Qué errores cree que cometieron esos gobiernos?
–Me refiero a la construcción política, no ampliaron sus coaliciones o subestimaron al adversario que tenían enfrente. En los últimos años pensaron que alcanzaba con lo propio, con pescar en la pecera, la propuesta era el proyecto. A partir del conflicto con “el campo”, que fue un punto de inflexión, se empezó a posibilitar la conformación de una coalición novedosa, que apelaba a subjetividades de sectores medios, a sectores empresariales enojados con el populismo –si bien los empresarios ganaban mucha plata y crecía la economía, el salario real y las presiones de los trabajadores por sus derechos también aumentaban–. A esto se sumó también el prejuicio de sectores sociales molestos por el ascenso de las clases populares. Los discursos contra los subsidios estatales o contra los planes sociales: “Me sacan plata para dársela a otros”. O estas otras ideas: “Yo todo lo hice por mi propio esfuerzo, a mí nadie me regaló nada”. Ideas o percepciones que olvidan que las intervenciones estatales generan derrames diversos en toda la sociedad: más trabajo, más consumo, etc. Así se fue produciendo una articulación bastante novedosa de los poderes fácticos, una coalición que articulaba al sector financiero, al sector corporativo, al sector judicial, y al comunicacional. En toda América Latina aparecen estas coaliciones en torno a la idea de “cambio de ciclo”, el planteo de que el populismo asociado a la corrupción ya fue, de que se necesita menos intervención estatal y más iniciativa privada.
–¿La coincidencia de estos fenómenos a nivel regional expresa también otros intereses geopolíticos?
–Así como hubo una ola progresiva en toda la región cuando EE.UU. descuidó su “patio trasero” después de los atentados de 2001 y se enfocó en Asia, sobre todo en Irak y Afganistán, ahora vemos esta ola en sentido contrario, que arranca después de la crisis de 2008, cuando EE.UU. parece darse cuenta de que China ha trazado vínculos muy fuertes con la Unasur y América Latina en general y les surge la preocupación de que este bloque se autonomice. Su interés por desarmar este bloque forma parte de la lógica regional contra los gobiernos “populistas” que estamos atravesando. Eso también es posible porque, en la década anterior, se avanzó mucho en la institucionalidad regional, pero tal vez no tanto en factores económicos importantes: no se terminó de conformar el Banco del Sur, no se terminaron de generar asociaciones en aspectos productivos, en comercio interregional, para potenciar más la región y hacerla más independiente de los organismos internacionales de financiamiento.
–¿Qué concepción del Estado tiene el neoliberalismo tardío?
–Una característica novedosa es que este es un gobierno de CEOs: por primera vez, empresarios de las grandes corporaciones ocupan ministerios nacionales, algo que antes sólo había ocurrido excepcionalmente. Esto tiene que ver con el tipo de poder fáctico que toma o captura el Estado y de subjetividades que se están construyendo desde lo comunicacional. La idea que está detrás es que, si los CEOs son exitosos en el sector privado, van a hacer un Estado “no corrupto”, “transparente” y “eficaz”. Los gobiernos anteriores concebían al Estado como una herramienta para impulsar el desarrollo productivo. En la concepción de los CEOs, del homo corporativo, el Estado debe impulsar los negocios del sector privado, lo que potencia el riesgo de “la puerta giratoria”, es decir que estos empresarios favorezcan a las corporaciones que los catapultaron a ese lugar. En el sector Energía fue muy claro esto. Se pone al derecho de las empresas por sobre el derecho de los trabajadores, de los consumidores, y de los ciudadanos en general.
–¿Qué sectores son los grandes ganadores de este modelo?
–El Estado está haciendo una feroz redistribución regresiva de la riqueza, desde el conjunto de los trabajadores y los sectores medios hacia los sectores minoritarios que impulsaron esta coalición: las finanzas, la energía, la minería, los agroexportadores, la comunicación concentrada. Estos sectores son los grandes ganadores. A esto se agrega que se trata de clases rentísticas, ya que las elites latinoamericanas no son elites caracterizadas por la inversión productiva, buscan rentas extraordinarias sobre la tierra, la minería, los precios de los servicios públicos, el vaciamiento de empresas públicas para luego privatizarlas, etc.. Y, en su sentido de elite, sienten que eso les corresponde por derecho. Por dar un ejemplo en contraste: en Corea, un país que se pudo desarrollar, las elites también son millonarias pero siempre han tenido una regulación estatal que las ha obligado a tener responsabilidad social; el Estado las protege arancelariamente pero les exige inversión. Acá, las elites se sienten las dueñas de la sociedad. Es parte de un proceso que viene desde mediados de los ‘70, cuando termina el impulso al estado de bienestar y comienza el ascenso neoliberal, que es una suerte de ‘rebelión de las elites’. Estas se vuelven cada vez más ricas y tienen cada vez más poder, un poder cada vez más asimétrico respecto del pueblo. La revolución tecnológica, la transnacionalización, les permite por ejemplo fugar miles de millones de dólares con solo apretar un botón. Y se intenta naturalizar esto como válido o legal, cuando no deja de ser una suerte de corrupción estructural o saqueo. Una característica del estado de bienestar era su progresividad: el que más ganaba, pagaba más impuestos. Ahora los que más pagan no son los que más ganan. Los que más ganan no pagan impuestos y lo consideran legítimo.
–¿Qué discursos acompañan o justifican este nuevo rol del Estado?
–Es una reforma del Estado que se presenta como gobiernos “abiertos”, “digitales”, como si se tratara de gobiernos participativos, pese a que las decisiones estratégicas nunca pasan por la sociedad. Acá hay una idea fuerte, que es la de la “sociedad de la transparencia”, frente a la opacidad de la política, que es vista como ventajista, corrupta, omitiendo su sentido colectivo y de bien común. Hay una ausencia de la mediación política partidaria, porque esta subjetividad que se interpela es antipolítica. La simplificación que termina capturando al imaginario social dice que todo lo anterior fue corrupción y que el éxito está asociado a lo privado. Se apunta a romper el contrato social del estado de bienestar, del Estado para el desarrollo, planes sociales, universalidad de servicios, en favor de un modelo de negocios, que privilegia el derecho de las empresas por sobre el de las personas. Es otro contrato social que quiere que nos olvidemos del Estado y que promueve la lógica del emprendedor: tipo just do it!, pero sin condiciones estructurales para que ello ocurra.
–El emprendedor como contrafigura del trabajador con conciencia de clase.
–Claro, el trabajador sindicalizado es vinculado con la burocracia, dependencia, mientras el emprendedor es lo libre... Ahí se ven los hilos de esas subjetividades que se van interpelando. En realidad, el modelo basado en el emprendedor funciona bien cuando hay mucha inversión en investigación por parte del Estado, cuyos resultados después sí puede aprovechar el sector privado.
–¿Cómo se llega a interpelar y producir a esas nuevas subjetividades?
–Hay un rol más importante de las comunicaciones personalizadas, del discurso de la identificación (“juntos podemos”), el discurso entre zen y paternalista (“me duele en el alma cada aumento”). Se trata de un discurso que se presenta como no político y que tiene el objetivo de construir un nuevo sentido común, diferente del que construyó el estado de bienestar, la sociedad del trabajo, de los derechos sociales, se apunta a deconstruir ese imaginario popular y a contrastarlo con un nuevo relato, más individualista (“yo me hice solo”), donde incluso los sectores populares internalizan la ideología dominante (“qué bueno que eliminen los subsidios, qué bueno que suban las tarifas”). Esa es la batalla cultural. La deconstrucción o fragmentación del demos apunta a que las personas no se sientan parte de un pueblo, de una comunidad, de un proyecto político común. Por eso es un relato que apela a tu individualidad: “No esperes nada del Estado, ni de la política, ni de lo colectivo”. Esa deconstrucción del demos tiene dos vectores. Por un lado, la fragmentación de la oposición: el espacio nacional popular, el peronismo, es fragmentado o cooptado todo lo posible para que la fuerza gobernante no encuentre una oposición unida. Pero no sólo se fragmenta al sistema político, sino que también se atomiza a la sociedad: se trabaja con la sociedad con la misma lógica que con el mercado y, a través del Big Data, se la segmenta por grupos de interés, con distintos mensajes para cada grupo. Durán Barba es un experto en esto.
–¿Cómo opera, en ese contexto, el recurso a la judicialización de la política?
–En parte, la fragmentación de la oposición se basa en esto: con algunos se negocia y con otros no porque son “delincuentes”. Se trata de construir al adversario político en un delincuente. Eso significa cierto control de la Justicia y de los jueces federales y la aplicación de teorías relacionadas con el lawfare (la guerra jurídica), según las cuales la Justicia es aquello que sentencia un juez y no tiene que ver con los procedimientos, ni los códigos. Es lo que permite las lógicas del “arrepentido”, de “las detenciones preventivas”, de ignorar la presunción de inocencia, la idea de “los vínculos residuales” que podría tener un ex funcionario, toda una serie de argumentaciones que llevan a una erosión del Estado de Derecho y a la pérdida de independencia de la Justicia respecto del poder político.
–¿Cómo desmontar a la retórica que reduce la política a la “lucha anticorrupción” sin asumir una defensa de la corrupción?
–Lo importante es cómo desarmar un discurso que tiene visos de ser real, y por tanto puede ser hegemónico, pero que es dual, de doble estándar. La corrupción de la que se habla es una corrupción clásica, la relacionada con la cartelización de obras públicas, los sobornos, la patria contratista, el financiamiento de la política. Al menos de la dictadura hasta acá esto ha tenido cierta vigencia, sin ser un problema local sino regional y global. Pero en este caso se asocia la corrupción sólo con los funcionarios y con el Estado y la política, incluso se lleva esa figura al extremo con la idea, sin pruebas, de que un gobierno democrático puede ser una “asociación ilícita”. Pero, a la vez, hay una figura de corrupción estructural que tiene que ver con: vos acumulás y evadís; vos tenés una, dos, tres sociedades offshore; vos endeudás y hacés transacciones con bancos de los que formaste parte, en una suerte de “puerta giratoria”; o tomás el fondo de protección de las jubilaciones en 60 mil millones de dólares y lo dejás en 30 mil millones, o vaciás una empresa como Aerolíneas Argentinas en favor de aerolíneas low cost de tu propiedad. ¿En qué se gastaron los 100 mil millones de dólares de deuda? Todo eso parece aceptado, legalizado, la elite considera que todo eso le corresponde, pero también eso es delito económico o corrupción, solo que no se imputa o procesa. Hay una corrupción que uno podría denominar “de acumulación por desposesión”: con el argumento de que hay déficit fiscal, como no hay plata para pagar la deuda tomada por la elite gobernante, se les quitan fondos a los jubilados, actuales y futuros. Se acumulan recursos que correspondían a los ciudadanos.
–Mirar esta construcción de un nuevo sentido común sólo desde la perspectiva del poder, desde la perspectiva del neoliberalismo, ¿no implica subestimar a los sectores populares y a su capacidad para reinterpretar lo que les llega “desde arriba”?
–Por supuesto que hay una resignificación, una reelaboración del discurso neoliberal y resistencias a éste, y es lo que expresan los movimientos sociales, los gremios docentes y de trabajadores de la salud, el movimiento de las mujeres contra la violencia de género y por la despenalización del aborto, los movimientos de consumidores que apelan a formas de la desobediencia civil, etc. Se están produciendo reapropiaciones y decodificaciones del discurso neoliberal y, aunque todavía faltan visiones más articuladas, ya observamos síntomas de crisis en este neoliberalismo tardío.
–¿Dónde observa esos síntomas de crisis?
–Hasta fines de 2017, cuando Cambiemos gana las elecciones de medio término, la gente pensaba que la elección presidencial iba a ser un paseo en 2019. Pero este año ya empezaron a volverse evidentes las consecuencias sociales del modelo: una redistribución regresiva del ingreso que aumenta la pobreza, la desindustrialización por apertura de importaciones que genera la pérdida de 90 mil empleos industriales estables, el aumento del empleo precario... Todo esto lleva a sociedades más desiguales. Se busca la competencia internacional por bajos salarios y por bajo consumo. ¿Por qué se busca que la gente consuma menos? Para poder vender más hacia fuera. Es el conflicto tradicional de la balanza de pagos. Como consumimos lo mismo que exportamos, el imaginario que se pretende cambiar es el del nivel de consumo: “vos sos pobre, no tenés por qué creer que podés comprarte una TV nueva o un auto, ni que podés viajar al exterior”. El problema es que las fuerzas contractivas son más fuertes que las productivas. Hay más tendencias a la recesión con inflación que a un modelo exitoso de exportación de commodities. Nuestra balanza comercial es deficitaria. Las tasas de crédito son altísimas, ningún modelo productivo puede funcionar así. Al contrario, se estimula un modelo extractivista y de financierización de la economía, no el desarrollo ni la economía real. Para bajar la inflación, aplican un ajuste fiscal. Pero al mismo tiempo dolarizan y suben los precios de la energía. Así no hay manera de bajar la inflación, por eso tenemos recesión con inflación. Parte de los sectores medios comenzaron a darse cuenta de que son el pato de la boda. Pero la preocupación también se extiende a parte del “círculo rojo”. Parte de la UIA ve que no tiene crédito y tampoco tiene demanda. Los contratistas del Estado ven que disminuye la obra pública porque hay que pagar más deuda externa. Hay un bloque social que se está resquebrajando. También hay tensiones institucionales, desde clivajes internos en el Gobierno, en el ala más política de Cambiemos, hasta un desprestigio importante de una Justicia no independiente.
–¿Ve posible la conformación de un espacio opositor con capacidad para disputar el poder en 2019?
–Creo que sí, existe la oportunidad para construir una opción opositora con posibilidades, pero eso no necesariamente significa que pueda ganar un cambio de modelo. Veo al menos tres riesgos. Uno sería que la sucesión sea el opo-oficialismo, es decir, el mismo modelo con algunos parches, sostenido por sectores del peronismo “dialoguista” que en el fondo coinciden con los lineamientos estratégicos del modelo. Si hay alternancia en ese sentido, no habría cambio de modelo. Otro riesgo, es la profundización de una opción más hacia la derecha, como ocurre en Brasil, que derivarían de la proscripción de CFK, como con Lula en Brasil. Y el otro riesgo es que la oposición real no sea lo suficientemente amplia y no interpele a todos los sujetos afectados; sería el error de no integrar a todos los sectores afectados por este modelo, desde la economía popular y los consumidores hasta pymes y también otros empresarios. En estos nuevos tiempos, la asimetría de poder entre las elites y los intereses mayoritarios requiere reconstruir a una mayoría electoral de la forma más amplia posible. Con las ideologías clásicas de la modernidad ya no alcanza, es necesaria otra comprensión de la subjetividad de los afectados, de las nuevas formas de participación social, de las redes sociales y nuevos actores movilizados. La sociedad cambió, necesitamos una coalición partidaria muy abierta y amplia, que sea capaz de asumir nuevas formas de comunicación. Este neoliberalismo, esta posverdad y pospolítica del Gobierno tiene una capacidad muy alta para fragmentar y comunicar, y es necesario poder contrarrestarla.