El retorno del coloniaje es un hecho: la entrega de nuestros recursos naturales y la venta a precio vil de nuestra soberanía y autodeterminación, son innegables. Es necesario entonces –y urgente– repensar nuevas bases y puntos de partida para la reconstrucción nacional.
Y para ello lo primero es vencer en las urnas a este hato de estafadores que, montados sobre un sistema multimediático nunca tan audaz y evidente, no han dejado de mentir ni un solo día.
Así, no sólo inventaron cuadernos truchos para practicar chantajes judiciales y amedrentar, sino que ahora y en pleno fin de semana pre G20 dicen haber “encontrado” al submarino ARA San Juan. ¿Otra mentira? Posiblemente, porque lo único verdadero es el “relato” mediático a cargo de gente marrullera y funcionarios nada confiables.
El diccionario de la lengua define “marrullería” como “astucia tramposa o de mala intención”, y este vocablo –desde ahora incorporable al léxico político argentino– es exacto para atribuirlo a los grandes diarios que machacan que al submarino “lo encontraron” pero será “imposible” rescatarlo. Y con hojarascas verbales, difusas fotos de un fondo marino y las sospechas de muchos familiares de que siguen siendo engañados, los apura el afán de cerrar todo con tres días de duelo y un discursito del mismo presidente que los ignoró durante un año. Y encima, el buque “descubridor” sale rajando para Sudáfrica el mismo día, y los diarios titulan que “no volverá a la Argentina”. Como dicen en el barrio: que les crea su abuela.
La mentira es, y ha sido siempre, condición necesaria del coloniaje. Basta releer a Scalabrini, a Jauretche, a Galasso y tantos más, y repasar los subsuelos de los golpes de estado contra Yrigoyen en 1930, Perón en el sangriento 1955, Frondizi en el 62 e Illia en el 66. Y repasar, claro, todas las promesas de Macri, que no cumplió ni una sola, y con alevosía y ventaja, porque cuenta con un fenomenal aparato goebbeliano de desinformación.
El desastre argentino impone la urgencia de revertir el rumbo suicida que le impuso el elenco cómplice de Macri, y el único modo válido es la vía electoral. Porque si alguna vez, hace años, este país fue digno y orgulloso y fue una tierra pletórica de gente talentosa y lúcida –y también es verdad que estuvo siempre colmado de traidores de clase, tilingos, miserables y vendepatrias– el ideario nacional venció siempre, en cada turno comicial. Incluso desde 1983, cuando lARROBAs argentinARROBAs reconstruimos una imperfecta democracia, que no parecía tan frágil como la actual canalla gobernante vino a demostrarnos.
De esto, entonces, hay que hablar. Porque para nada es imposible volver a triunfar en las elecciones de 2019 (limpias, se entiende, sin voto electrónico), pero será imperativo no cometer los mismos errores, necedades y flaquezas que arruinaron cada vez cada esperanza. Y para ello es forzoso reconocer que somos una sociedad partida al medio que puja por ser, desde 1810, Patria o colonia.
Si bien es aconsejable desconfiar de las encuestas, hoy todas, las serias y las serviles, coinciden en algo: la mayoría del pueblo argentino (entre el 55 y el 60 por ciento) está desunida, desmembrada, desorganizada y violada día tras día por medidas que la atemorizan y arrinconan. Del otro lado, una minoría (del orden del 30 por ciento) consolidada por la negación, el desinterés y el individualismo; un creciente pensamiento mágico-religioso inducido; y enferma del odio de clase que le inoculan los medios y su propio racismo estructural. Este cómputo, aunque aproximado y voluble, le permite al gobierno avanzar en la destrucción institucional, productiva y del trabajo, y en la entrega al coloniaje.
Esta columna planteó muchas veces la necesidad de una nueva Constitución, surgida de una convención elegida por voto popular y para establecer un nuevo acuerdo, pacto o contrato social que armonice los intereses de todos los sectores y geste una democracia participativa que sustituya la actual, tramposamente representativa. Una Constitución es un sistema de armonías consensuadas, y esos consensos garantizan que ningún sector pueda prevalecer sobre ningún otro. Es, filosófica y políticamente, un acuerdo de convivencia. Que depende, siempre, de que haya honestidad y verdad, y un texto que lo garantice.
La Constitución Nacional sancionada en 1949, durante el primer gobierno de Perón, fue un avance político-jurídico extraordinario, porque incorporó en su artículado los derechos laborales y sociales; de la niñez y la ancianidad; la igualdad jurídica de hombres y mujeres, y dio un paso excepcional al establecer la función social de la propiedad. Por eso el peronismo –con todas sus fallas, que las tuvo y muchas– fue el único verdadero cambio de la sociedad argentina y representó el más alto grado de desarrollo que alcanzó jamás este país, con industrialización, autoabastecimiento y pleno empleo, inclusión, educación y salud gratuitas, justicia social, pobreza cero y soberanía respetada en todo el mundo.
Sin dudas fue por todo eso que el peronismo fue atacado por los sectores más retrógrados: la oligarquía urbana y rural, la iglesia cavernaria y hasta una intelectualidad preñada de esnobismo. Y ataques que recurrieron a miserables acciones, como el bombardeo aéreo a la ciudad de Buenos Aires en junio de 1955, que causó casi 400 muertos civiles.
Menos de un año después, y aprovechando las mentiras de la misma prensa que hoy enferma al país, el golpe de estado de septiembre del 55 abrió la puerta para que el 27 de abril de 1956 los militares anularan esa Constitución ejemplar (que era estudiada por constitucionalistas de todo el mundo) mediante un “bando revolucionario” firmado por Aramburu, Rojas y varios ministros de apellidos oligárquicos que hoy rodean al macrismo. Restablecieron así el viejo texto de 1853, erigiéndose esa junta militar en absurdo poder constituyente.
En la Constitución del 49 está hoy la esperanza. Si se la estudia y divulga entre las nuevas generaciones que vienen marchando, y si las dirigencias peronistas y del campo nacional y popular muestran grandeza para hacer un frente único y no claudicante, en 2019 empezará la reconstrucción de la Patria.
Desde El Manifiesto Argentino impulsamos esto, primereando ideas y propuestas que luego nos encanta ver que todo el arco político recoge, y no nos detenemos en personalismos que en esencia atrasan. La única salida es ganar las elecciones y podemos hacerlo, sabiendo que estos tipos no tienen escrúpulos, mienten a lo bestia y son estructuralmente violentos. Cuidarnos de su violencia, entonces, y reafirmar la paz para una nueva democracia y avanzar en la unidad electoral para vencer en 2019. Ése es el camino.