Según el diccionario, la ansiedad es un estado mental que se caracteriza por una gran inquietud, una intensa excitación y una extrema inseguridad. En resumen, todo lo que me pasa cuando se juega un River-Boca. Antes y durante el partido. Dice también que la ansiedad adopta la forma de un hormigueo por el cuerpo. A mí me pasa, pero no sabía que eso era ansiedad. Yo creía que tenía una cucaracha caminando por debajo de la remera. ¡En vez de desodorante me ponía Raid!
Y dice el mataburros que, además del hormigueo, sentís temblores. Eso es correcto. Cuando la semana pasada el Oso Pratto metía el 1 a 1 sentí un temblor que alcanzó el 5,7 grados en la escala Richter.
No me pidan que maneje la ansiedad durante un River-Boca. Te puedo manejar un control remoto, puedo manejar un tren y hasta un avión. Pero si hablamos de ansiedad, manejando soy Chano.
Los ansiosos con pochoclos en la mano, nos devoramos todo el balde dos minutos antes de que empiece el partido. Tenemos la necesidad de querer todo ya. Por eso le hacemos el aguante a san Expedito, que es el santo de las causas urgentes. Si San Cayetano o San Antonio se toman su tiempo para concederte un milagro –y si de Sampaoli no podés esperar nada–, san Expedito es la mejor opción para pedirle un gol urgente para nuestro equipo.
Soy ansioso de nacimiento. Fui sietemesino. Si eso no es ansiedad por salir al mundo… Viste que cuando estás en la panza de tu mamá, te hacen ecografías. Y ahí los bebés aparecen chupándose el dedo, tocándose la cabeza. Bueno, yo aparecía comiéndome las uñas. Mi mamá le preguntó a la médica ¿y qué es? ¿Es nena? ¿varón?. “Ansioso”, respondió la doctora.
Ahora de grande, la ansiedad también se agranda. En los anuncios de compra directa, los ansiosos somos un peligro. El locutor está diciendo “Llame ya” y yo ya estoy marcando el número que figura en la pantalla. Ni sé lo que venden, pero si veo a la chica del comercial sonriendo, llamo. Ya tengo tres masajeadores capilares, el Paint Wizzard 2000 y dos bicicletas fijas que nunca usé.
Cuando el próximo sábado comience el tan esperado partido del siglo, aquel que desborda mi estado de ansiedad, yo estaré sentado en mi casa con tres baldes de pochoclo vacíos y un cenicero lleno de restos de puchos, gritándole al árbitro: “¡Dale, terminalo, terminalo!”. De ansioso nomás.