El premio Trabucco cumplió 25 años desde su instauración, organizado por la Academia Nacional de Bellas Artes (ANBA) en cumplimiento de la voluntad y el legado del pintor Alberto J. Trabucco. 

El certamen se destina cada año, rotativamente, a las especialidades pintura, grabado, escultura y dibujo, a las que, desde 2014, se sumó Otros soportes.

Para cada edición se selecciona e invita a diez artistas, que participan con un envío coherente de varias piezas en cada caso. Entre las obras participantes se elige un premio adquisición de $130.000, y la obra elegida se dona a un museo nacional, provincial o municipal del país. 

La presente edición está dedicada al dibujo, que en ediciones anteriores han ganado Jorge Tapia, Carlos Carmona, Marcelo Mayorga, Roberto Elía, Catalina Chervin, Jorge Meijide, Armando Sapia, Mónica Millán y Juan Andrés Videla.

En 2018, la invitación fue para Marcelo Boullosa, Adriana Bustos, Tomás Espina, Cynthia Kampelmacher, Lux Lindner, Miguel Melcón, Omar Panosetti, Félix Eleazar Rodríguez, Daniel Santoro y Miriam Peralta, que resultó la ganadora, gracias a un jurado integrado por los siguientes miembros de la ANBA: Antonio Antonini, Sergio Baur, Alberto Bastón Díaz, Jorge Gamarra, Jorge Taverna Irigoyen, Jorge Tapia, José Alberto Marchi, Gracia Cutuli, Matilde Marín y Graciela Taquini. Los últimos cuatro integran también el consejo de administración de la Fundación Alberto J. Trabucco. El premio se está exhibiendo en el Museo Sívori.

PáginaI12 entrevistó a la ganadora de la presente edición, Miriam Peralta (Buenos Aires, 1957).

–¿Cómo llegó a esta suerte de mapeo utópico que traza en sus dibujos?

–Venía trabajando formas geométricas libres, blandas, con un esquema cerrado, rectangular y comencé a concentrarme más en las líneas. Al cambiar por papeles de tamaño mayor, iba girando el papel y las líneas se cortaban. Entonces se fue armando, fuera de toda premeditación, esta serie: y vi que era un mapeo. Al combinar el trabajo de las líneas con la práctica del tai chi, aprendí a moverme, a controlar la respiración y la ansiedad y, poco a poco, comprobé que se había construido un trabajo que no había pensado, que a su vez está conectado con trabajos que hice en los años noventa, en que perforaba el papel y formaba líneas. En fin, así fueron apareciendo estas especies de mapas ilusorios. Un día, mientras dibujaba, estaba tarareando la canción “Vuelta por el universo”, de Gustavo Cerati. Y así surgió el título de la serie: “Una vuelta por el universo”. Tres de estos trabajos son los que elegí presentar en el Premio Trabucco cuando me invitaron.

–Hay un manejo de cuidadas tensiones entre espacio, línea y vacío. 

–Busco manejar el espacio al modo en que lo hacen los orientales, donde el papel no se presenta como un vacío sino como algo contenedor. Y luego del proceso que contaba antes, aparecen estos “mapas” de lugares deseados. Asociando algunas ideas, tomé cosas de Carl Sagan, cuando mostraba que la Tierra, vista desde el espacio, era como una partícula. Y sin embargo, decía, ocurre y ocurrirá de todo en esa “partícula”. Lo relacioné no solamente con el viaje al espacio sino también con las migraciones. ¿Cómo verá un inmigrante el territorio al que se dirige? ¿Con qué expectativas? También leí sobre los satélites, sobre los dispositivos de defensa y de ataque, sobre la hipótesis de una guerra allá arriba. Ante todo eso, y sin ser ingenua, pareciera que no vale la pena pelearse acá por cosas pequeñas. 

 –Entre las ideas de espacio y territorio, combinadas con el deseo de convivencia, se abre un aspecto político.

–Podría responder en términos del tai chi, un arte marcial que practico. Una de sus formas utiliza un sable, con el que uno define un espacio, no un enemigo. Está el tema de qué lugar ocupamos. Habitamos un territorio, un cuerpo. Y hay, por supuesto, formas crueles de hacerlo. Yo no hago grandes rupturas, hago más bien señalamientos. 

–En el que los materiales no son inocentes. 

–Trabajo con gran respeto por el material, trato de no forzar el papel, lo cuelgo sin vidrio, sin clavar ni pegar, porque lo cuelgo con imanes. Busco respetar esa materialidad, intentando trabajar con el papel como aliado. Pongo tinta, le hago algunas perforaciones delicadamente. Busco un trabajo conjunto, con el papel, señalando al mismo tiempo ese sistema de violencia y de ruptura.

–Hay toda una tradición moderna y contemporánea de perforar el espacio del papel y de la tela.

–Fontana decía que la verdadera conquista del hombre es el horizonte.

–Hay, también, un trabajo de laboratorio, de experimentación.

–Trabajo sobre una mesa, inclinada sobre el papel, a una distancia de 15 cm. Cuando levanto el trabajo y lo miro, aparece algo sorpresivo para mí. Nunca trabajo sobre una imagen previamente bocetada. Y si voy más atrás, siempre trabajé con el papel, exploré el espacio; también dibujé sobre muro; hice montaje, instalaciones. El dibujo era lo más accesible y manejable. Viví en departamentos de dos ambientes, con familia. La mesa del comedor era también mi mesa de trabajo. Hacía instalaciones desarmables. Una vez empecé a rasgar todos los papeles, dejando los pedacitos que me gustaban. Y se formaban collages, a los que empecé a fotografiar.  Las cosas surgen sin premeditación, de un modo austero, relacionado con el papel y con el despojo. La vida te condiciona y mi material tenía que ser trasladable, accesible, liviano. Así que dibujé desde siempre. Pero nunca hice retratos ni naturalezas muertas, salvo cuando estudiaba, sino que lo que siempre hice es explorar el dibujo. Líneas, espacios, desplazamientos: soy obsesiva con el espacio y con el orden. Como los orientales, que primero despliegan y luego repliegan y guardan.

–La premeditación aparece como algo negativo.

–Huyo de lo premeditado. No me gustan los bocetos, ni los proyectos, ni las ampliaciones. Eso, para mí, genera una imagen cerrada, muerta.

Por eso incluyo imanes en los dibujos, que pueden desplazarse, porque se trata de una obra abierta. Lo premeditado no admite otras opciones, lo siento como “esto es así”. En todo caso lo mío es una dulce anarquía. Para mí la reproducción es algo muerto. Por otra parte, me opongo esa corriente new age, de espiritualismo liviano, que si respiramos y estamos en armonía, todo está bien. Eso no es suficiente. No me baso en un eslogan, por respeto al otro, el que está en relación con tu trabajo, que siempre aporta su mundo para acercarse a aquello en lo que estás trabajando.

–La inclusión de imanes supone una tensión entre atracción y rechazo.  

–Es cierto y eso puedo llevarlo al plano de lo que implica para mí exponer la obra en un museo. En este caso, a pesar de ser muy exigente, me siento tranquila con lo que hice porque pude poner eso que ejerzo en situación de taller y mostrarlo aquí en el lugar de exposición. Lo cual no quita que cuando me acerco al museo me pregunto “qué estoy haciendo acá”. La obra está en un lugar público… Si alguien toca los papeles, como no están clavados ni pegados, se pueden caer… En el taller uno tiene una visión de la obra, que después cambia. A mí me gustan mucho las obras que en una exhibición pública conservan, fuera del taller, aquello que imagino como las condiciones de taller. Allí aparece algo de diálogo despojado, libre, íntimo.

* Premio Trabucco, en el Museo Sívori, avenida Infanta Isabel 555 (frente al Rosedal), hasta el domingo 25 de noviembre. Los días de semana de 12 a 20 y el fin de semana de 10 a 20.