La voz del cineasta Orson Welles apenas se escucha en el bar, parece una pequeña hebra a punto de quebrarse por los gritos que llegan desde las mesas de pool esparcidas en el fondo. La imagen que se ve en la pantalla del celular lo muestra en una vieja entrevista en París, confiado en cada respuesta que da. Las preguntas parecen propias de un interrogatorio: “¿Alguna vez contrató a un amigo en vez de la persona indicada para un papel? Frecuentemente. ¿Lo lamentó? Sí. ¿Volvería a hacerlo? ¡Sí!... Prefiero cualquier otra forma de lealtad en la vida que el arte, sin duda la amistad es más importante que el arte”. Eduardo Balán, cantante y uno de los fundadores de El Culebrón Timbal –una ecléctica y multitudinaria banda de músicos y artistas del conurbano bonaerense que además conforman un centro cultural con una FM barrial y una Escuela de Arte Gratuita en el partido de Moreno–, apaga el celular y explica por qué las palabras de Welles anteceden a cualquier definición: “Así concebimos esta película, hubiese sido imposible de otra manera”. Mnémora: Pueblo, Poder y Tiempo, que se estrenó este fin de semana a lo largo de una gigantesca red conformada por centros culturales ubicados en todo el país y en doce países de Latinoamérica, es la propuesta más ambiciosa que concibieron en sus más de veinte años de vida, una película impulsada por un combustible silencioso: la voluntad.
“Es una película que en Hollywood no la hubiesen podido filmar nunca”, dice Balán con cierta ironía. “La filmamos con menos de una décima parte de lo que es un subsidio del Incaa. Y está hecha con todo el cuidado por cada detalle técnico, con ilustraciones animadas, una orquesta sinfónica dirigida por Gustavo Spattocco (pianista de Mercedes Sosa), efectos especiales, batallas anfibias, caballos que se pasean por basurales. Hay un laburo descomunal de transpiración. Y eso es una elección”. Lo ambicioso de la película, cuyo guion empezaron a escribir en 2012 y se comenzó a rodar en 2016, no era solo el hecho de llevarla adelante sin más inversiones que aquellas que salieran de su propio trabajo –una productora con la que ofrecenedición de materiales audiovisuales, armado de páginas web, talleres de fotografía–, sino en la trama que tenían por delante.
Mnémora… comienza en un futuro distópico situado en el año 2070, donde el Gobierno Global –una empresa llamada Entercelt– prepara una última y fatídica operación: borrar de la Historia todos aquellos momentosy personas que podrían hacer tambalear su monopolio mundial. Se abre entonces una lucha a través del tiempo y el espacio en la que van a desfilar personajes de la historia argentina como José de San Martín, Juana Azurduy, Martín Miguel de Güemes y Eva Perón, quienes formarán parte de una rebelión que comienza a crecer en los túneles de ese imperio global y en las calles de un barrio periférico de Buenos Aires. Una suerte de guerra de las galaxias suburbana en la que se mezclan la ciencia-ficción, las animaciones y el teatro comunitario puesto al servicio del lenguaje cinematográfico, y donde una niña llamada Ixchel se convertirá en la última esperanza de la humanidad por mantener viva su memoria.
“Si bien elegimos narrar una historia que se desarrolla en el futuro, el conflicto de fondo, la lucha por el poder, la historia y la dominación, es el mismo en el que estamos inmersos hoy”, dice Alexis Fusario, integrante de El Culebrón Timbal y director de Mnémora, en la que también participaron los grupos culturales FM Tinkunaco –radio comunitaria de José C. Paz–, la Sociedad de Fomento del Video Alternativo y La Comunitaria, grupo de teatro barrial de la localidad de Rivadavia. “Hay una idea extendida de que un grupo que quiere transformar la realidad tiene que denunciar y reclamar. Y eso es lo que desde el Culebrón Timbal siempre tratamos de quebrar. La película no surge de personas que están protestando frente a la realidad, sino de un grupo de laburo barrial que se propone inventar y mostrar el mundo que quiere tener”.
Ese mundo, sintetizado para ellos en las palabras de Welles, es el que se va despegando de una búsqueda ordenada por la centralidad del hecho artístico para inmiscuirse en los vínculos humanos que se tejen a su alrededor. “Lo que hay en el fondo de esta película es un grupo de personas realizando una historia audaz, para transmitir desesperadamente una emoción”, dice Balán. “Mnémora es un ejercicio desesperado por conmovernos. Esa es la gran aventura que encaramos. El artista clásico, moderno, los grupos, aspiran a que su obra quede en la historia del arte: que quede lo que yo hice. Los que hacemos este tipo de arte aspiramos a que quede en la historia de la amistad. Poner en juego eso esdiscutirsobre el arte”.
Tierra arrasada
En medio de esa tierra arrasada en que se iba convirtiendo la Argentina a mediados de los noventa, rodeados de okupas, agrupaciones piqueteras y experimentando en la misma periferia cultural donde nacían el rock barrial y la cumbia villera, El Culebrón Timbal daba sus primeros recitales. Debajo de los escenarios distribuían un casete que iba metido en una caja de fósforos y acompañado por un juego de tablero diseñado por ellos, repartían cuentos ycómics propios, hacían pequeñas intervenciones teatrales. “Sentíamos que el circuito para que se desarrolle todo eso no estaba hecho, empezamos a generar movidas con organizaciones barriales”, recuerda Balán. “Ibamos a todos los barrios, hacíamos los recitales y dábamos talleres. Mnémora es un paso más en esa exploración.”
La red que fueron tejiendo les permitió estrenar su última película –que puede verse de forma gratuita en Youtube– a lo largo de 162 centros culturales diseminados por toda Latinoamérica, y dejar para el mes que viene la presentación del material que la acompaña: un disco, una novela negra, un cómic y un videojuego. Un entramado multimedia hecho de realismo mágico, policiales negros y ciencia-ficción que crece con el conurbano bonaerense como telón de fondo. Todos forman parte del mismo universo desplegado en Mnémora, y funcionan como ramificaciones que se van abriendo desde ese sistema nervioso central que es la película. El método es casi una marca registrada. Su última producción, El cuenco en las ciudades mestizas (2008), ya se trataba de un disco, una película, un documental, un cómic y un juego de rol. “Lo que venimos haciendo en el Culebrón es un plan de insistir en una línea productiva”, define Eduardo Balán. “Al hacer Mnémora también intentamos mostrar que hay una capacidad increíble de producción en las más de veinte mil experiencias de cultura comunitaria que existen en el país. Es parte de un camino para construir una industria cultural mucho más democrática y un circuito del entretenimiento más participativo.”
–La propia idea de una industria cultural remite a la producción en serie del arte y la cultura, ¿es posible vincular esa lógica con las experiencias de cultura comunitaria?
Eduardo Balán: –Creo que son caminos que corren en paralelo. Tampoco se trata de tener una mirada maniquea y decir que el arte masivo es el demonio. Roger Waters, León Gieco, Los Redonditos de Ricota, permiten que un montón de sentimientos e ideas sigan creciendo en el ánimo del pueblo, de la sociedad. Pero eso no resuelve otros problemas que hay con la cultura, con el consumo de la cultura. La clave es la relación que se debe recuperar con el arte, la capacidad de producirlo. Se necesitan de experiencias que permitan que el que quiera producir pueda hacerlo. Ahí radica la fuerza de la cultura de una sociedad.
Alexis Fusario: –El fenómeno de los Redondos, por ejemplo, fue una movida independiente y fue una locura. Siempre pensamos que el paso siguiente, desde una mirada “culebrona”, era que esos espectadores, viendo un fenómeno así, hubiesen tenido otra intervención. Meter ferias en la puerta de los estadios, intervenciones que rodeen ese hecho artístico y generenotros intercambios, otro protagonismo.
–¿Cómo ven el hecho de que en los recitales de rock, muchas veces, sea el público el que toma mayor protagonismo?
E.B.: –Cuando nosotros arrancamos había un gran debate sobre los pibes que iban con banderas y bengalas, sobre esa idea de ‘futbolización’ del rock. Lo que reivindicábamos nosotros era que si los pibes querían adueñarse de los recitales con sus banderas, era una señal de que el pueblo estaba reclamando una industria cultural que no tenía. Porque si vos tenés tantas ganas de que se vea tu bandera, tu remera, de que se escuche tu voz, es que ya querés formar parte del hecho cultural de una manera más protagónica. Entonces eso necesita ser canalizado, que en tu barrio tengas un espacio para hacerlo.
A.F.: –Hoy cualquier camino artístico, inclusive el rock, puede ser convertido en una experiencia de entretenimiento. La solución a eso no creemos que vaya a salir de un arte en particular, del rock por ejemplo, sino con un cambio de paradigma, donde lo comunitario, lo territorial, es central. Es el mismo estallido de internet, pero en los territorios.
–En esas experiencias territoriales de las que forman parte, en donde prevalece la intención de fortalecer los vínculos de la comunidad, ¿qué lugar le dan a la búsqueda de un “perfeccionamiento” artístico?
E.B.: –Pulir la técnica, la ejecución, la estética, es una intención más que válida, pero ese intento nunca tiene que ir en desmedro de que la dinámica de producción sea genuina. Es ingenuo pensar que una película de Hollywood pueda mostrar y poner en conflicto la democratización de la cultura. Incluso aunque hable de eso. El formato, el envase, la forma de circulación… sería una contradicción insalvable para ese guión.
A.F.: –Nosotros tampoco renunciamos a lo masivo ni a mejorar cada cosa que hacemos. El tema es cómo eso va de la mano con una construcción, y cómo el espectador se puede o no emocionar con tu búsqueda. La pregunta que siempre nos mueve es la de qué emoción estamos transmitiendo. Lo que encontramos con este método de laburo, que implica siempre una mayor exigencia, es que termina apareciendo una capacidad escondida, algo que estaba esperando por salir en cada uno de nosotros. Esa es la transformación a la que apuntamos.
Rescate emocional
El Culebrón Timbal, asentado como centro cultural en la localidad Cuartel V del partido de Moreno, pasó a convertirse en asociación civil en 2001. Aquel viaje iniciado en el rock, del que habían surgido los discos Culebrón Timbal (1996), Territorio (1999) y 2163 (2003), que los había hecho comprar un colectivo con el que recorrieron el país y parte de Latinoamérica junto a sus canciones, terminó por convertirse en un espacio multifacético que bautizaron como “productora escuela cultural comunitaria”. Ahí dentro, donde hoy circulan más de cien familias, funcionan un canal de televisión, una radio, una publicación gráfica mensual, una colonia de vacaciones, talleres de fotografía, diseño, pintura, música, teatro, dibujo. “Formulamos una organización que no existe para la ley, no tiene legislación, no está comprendida en el sistema actual. Cualquier vecino puede venir y armar cosas. Esa forma de organización es la que transmitimos”, dice Balán. “Creemos que cada cinco mil personas debería de haber algo así, para que los vecinos se puedan acercar a hacer radio, música, plástica, lo que quieran. Más ahora que la tecnología te abre tantos caminos. Que hoy estemos estrenando Mnémora desde Tierra del Fuego hasta México, es algo que tenemos que saber aprovechar”.
–¿Cómo funcionan las redes sociales y las herramientas digitales al interior de los talleres?
A.F.: –Hay un cambio muy grande en los pibes cuando les planteamos que les den una vuelta más a los celulares, que hagan un uso creativo y no solo de espectadores. Que cambien la única lógica que parece ofrecerles la tecnología, que traten de convertir la mirada de espectador en la de protagonista. Entonces con todas las herramientas que ya manejan se ponen a darle vida a un montón de historias que después los terminan fascinando.
E.B.: –Parte de una idea que tiene que ver con recuperar lo territorial. Lo que le queremos sumar al tema de la tecnología, en el que están metidos, es que la primera red mágica está en el lugar donde vivís. Y si no lo ocupás viene el mercado, que también tiene sus implantaciones territoriales. Esa es la lucha con la cultura de los pibes. Ahí la ven más clara: usemos esa tecnología pero también apaguémosla un poco para ver qué pasa en el barrio.
–Cuando arrancaron con El Culebrón Timbal decían que su música nacía del conflicto. Hoy que se fueron abriendo hacia otras experiencias, ¿siguen teniendo el mismo motor?
E.B..: –Las canciones nos fueron abriendo a otros conflictos quizás, que van más allá de la música. La organización nuestra hoy es parte de un movimiento que está peleando hace muchos años por una legislación específica. La Unesco recomienda que el 1% del presupuesto nacional sea destinado a cultura. El planteo es que si la Unesco dice eso, al menos el 0,1% (5 mil millones de pesos en Argentina) esté destinado a un fondo al que puedan acceder todas las experiencias culturales que se dan en los territorios: grupos de muralismo, hip-hop, murga, ballet folklórico, radios.
A.F.: –En el nuevo presupuesto que aprobaron no se destina ni un peso a esa legislación. Si todo va a depender de fondos, mecenazgos, concursos, lo que nos hacen es competir. Lo competitivo es una cosa prehistórica de alguna forma. Si pensamos que hay una evolución, tiene que dar paso a otra lógica, una lógica basada en la colaboración.
–¿Cómo se logra visibilizar esa realidad por otro camino que no sea el de la denuncia?
E.B.:La idea siempre fue provocar una emoción. Mostrar una realidad apuntando a activar una emoción. Entre las cosas que nos cagan, que nos hacen creer, es que pongamos a la emoción como un episodio menor. La emoción es una fuente de conocimiento. No te reís de cualquier cosa, no llorás por cualquier cosa. Si determinada situación te provoca una emoción, hay información muy importante que atravesó esa obra que viste, que es decodificable, que te cambia. Y si te reís también. Un buen chiste es una operación de ingeniería muy compleja, te provoca la sorpresa, te descoloca, te muestra una realidad que no habías visto. Eso ya produce un cambio. Una revolución social que no hace pie en lo emocional… Hay algo diabólico ahí adentro.