Podría haber sido un viaje a la historia: Lula, Néstor Kirchner, Hugo Chávez.
A las cuatro de la tarde del lunes 19, con un sol caribeño, podría haber sido incluso un viaje a la prehistoria: Cuba antes de la revolución de 1959.
Pero el Primer Foro Mundial del Pensamiento Crítico tuvo un fuerte tono analítico. Abundaron diagnósticos e interrogantes sobre la realidad actual, seguramente el único modo de descubrir qué hay detrás de la hojarasca y, sobre todo, cuál es la receta para no sucumbir en el pantano.
Página/12 pudo saber que no lo acordaron entre ellas. Pero las dos ex presidentas que dominaron la mañana en Ferro Carril Oeste adoptaron el mismo registro. Ante desafíos distintos, claro.
Cristina Fernández de Kirchner no esbozó un discurso de campaña. Sonó, más bien, a un mensaje con definiciones sobre los ejes previos al diseño de una campaña opositora con vistas a las presidenciales de 2019. ¿Cristina habló de un proceso donde ella misma será la candidata? Si ya lo decidió, no se lo dijo a nadie. Pero el piso mínimo está claro: reflexionó sobre los temas de una campaña en la que sin duda resolvió intensificar su protagonismo.
CFK hizo una lectura política de los programas gubernamentales en la Argentina y Brasil. “El neoliberalismo es una construcción política del capitalismo, como lo fue antes, en otra situación histórica, el Estado de Bienestar”, dijo.
Opinó que la igualdad no es una condición natural de la humanidad sino precisamente lo contrario.
En la parte que sonó más polémica en el Primer Foro, sin decir la palabra “elecciones” ni la palabra “contradicción” la ex presidenta puso todos los pañuelos adentro. Los verdes y los celestes. Apuntó que rezar o no rezar no puede ser una divisoria de aguas. Un punto es si se respeta o no la política secular y cuál color tendrá la hegemonía en un eventual gobierno peronista. Pero para eso falta mucho. Otro punto es que, si la militancia toma con demasiado verticalismo la idea, o si la idea de articular políticas para ganar no se entiende, pierda a manos de opciones como el Frente de Izquierda o de los Trabajadores feministas muy jóvenes o adolescentes que ya votan. Son pocos puntos en una presidencial, pero dos o tres puntitos pueden ser cruciales.
Como en la campaña del 2011, cuando buscó cerrar la grieta de la 125, Cristina no se permitió ni permitió insultos o silbidos. Apenas la complicidad de “todos los gatos son gatos”, “todos los perros son perros” y “todas las yeguas son yeguas”.
Tampoco le regaló al macrismo el dominio de la cultura política dominante. Recordó que en 2015 el Frente para la Victoria perdió por menos de tres puntos y que, además, el candidato triunfante no había ganado con la promesa de un plan neoliberal ni conservador. Si se le agrega que las parlamentarias del 2017 no fueron una paliza de Cambiemos, la Argentina sería, aún, un territorio en disputa entre las dos formas de concebir el Estado.
En un cambio más respecto de otros discursos, ironizó sobre las imágenes creadas por los grandes medios, por ejemplo al cubrir de manera tan distinta inundaciones de unos tiempos y de otros, pero no les atribuyó el carácter determinante que a menudo recibieron de parte de una buena porción del kirchnerismo. CFK alertó sobre que el blindaje blinda todo, hasta la vista, y todo parece estallar cuando se rompe. También se rompe todo para el blindado.
Pidió no hacer comparaciones automáticas con otras situaciones como la de Brasil con el voto mayoritario a Jair Bolsonaro.
Pareció un discurso a la militancia en todos sus niveles. Abarcó a los dirigentes, muchos de ellos presentes como Agustín Rossi, Verónica Magario o Fernando Espinoza. Fue un ensayo de énfasis que no tiene sentido si se toma todo literalmente. En boca de Cristina, es nueva la idea de que la división de izquierda y derecha no sirve para explicar todo. Pero le marca un límite a la tropa propia, esa porción de cristinismo que a veces se obsesiona por radicalizarse como si la Argentina o el mundo vivieran una batalla teórica entre Lenin y Kautsky.
La actual senadora evitó los slogans. Para qué cansar, si aún no es tiempo y la gente no piensa en las elecciones. Pero no esquivó hablar de la crisis económica ni de las actitudes sociales más complejas. Un caso fue el de quienes creen que el progreso fue solo fruto de su trabajo. Dijo que así fue, pero no solamente. “Sin políticas públicas no hay más trabajo.”
Dilma también eligió una impronta reflexiva. Pero no tuvo el sello de un país que se prepara para las elecciones sino el de un pueblo que teme vivir, desde el primer día del año que viene, bajo la combinación de neofascismo y neoliberalismo.
Para Rousseff la clave en Brasil es la cuestión democrática, tan elemental como el respeto del debido proceso, la presunción de inocencia y la igualdad ante la ley. Ella la hilvana con la cuestión social, base de los derechos expandidos desde que Lula, hoy preso, asumió en 2003. Y con la cuestión nacional, que estaría marcada por los anuncios del equipo de Bolsonaro en el sentido de que irá por la privatización de la megaempresa energética Petrobrás, una de las mayores del mundo y nave insignia de la industria brasileña.
Dilma usó el ejemplo de los médicos cubanos que trabajan en Brasil y dejarán de hacerlo. Pasará porque Bolsonaro los atacó como si fueran agentes de una Unión Soviética que no existe desde 1991. Dijo la presidenta derrocada en 2016 que no es lo mismo no dar derechos que restringir los existentes. No se limitó a agradecer a los cubanos por los médicos que atienden a 73 millones de personas en Brasil desde que comenzaron a hacerlo en el marco de un acuerdo regional. Fue un anuncio de algo bien concreto: los brasileños empezarán a estar peor de salud.
Ni en Dilma ni en Cristina hubo referencias a la supuesta “contracumbre” con que fue atacado el Primer Foro. El tema no tuvo ninguna importancia, y hasta dijeron que plantearlo de esa manera era una forma de amputarse la calidad del pensamiento propio. Ahí está otro mensaje de CFK en modo campaña: ser reactivo genera distancia y no gana votos.
El carácter continental y mundial se fue dibujando en los paneles, en los pasillos, en el público que saludaba a cada país y a cada líder, a cada activista social que invocase el feminismo. El marco general estuvo en los dos cubanos que contaron su prisión en los Estados Unidos después de que fueran descubiertas sus actividades de inteligencia clandestina en Miami para desarmar los grupos terroristas que apuntaban a la revolución cubana. Tanto Gerardo Hernández como Ramón Labañino hablaron, del otro lado de la cadena solidaria, de los médicos, y dedicaron sus intervenciones a Fidel Castro. La semana que viene se cumplirán dos años de su muerte. Poco después, el 1° de enero se festejarán los 60 años de la Revolución Cubana.
Es curiosa la Historia: el aniversario de la victoria de los barbudos se cumple el mismo día en que un fascista al llegará al Planalto.
No son tiempos fáciles y, en este complicadísimo tablero, las elecciones argentinas del 2019 asoman como uno de los grandes desafíos de América Latina.