Hacía bastante tiempo que Iván Fund, dueño de una filmografía prolífica, donde se destacan El asombro (2014) y Toublanc (2017), quería trabajar en relación con el cine fantástico y de género. Claro que con la marca indeleble del cineasta: la ficción con tono observacional. Fund nació en el pueblo santafecino de San Cristóbal y luego se crió en otro pueblo: Crespo (Entre Ríos), donde filmó buena parte de sus films. “Y el cine que llegaba era ese. Fueron las películas que a uno lo hicieron encontrarse con el cine y me enamoré del cine a través de esas películas. Así que son las responsables de que yo quiera dirigir”, admite el realizador sobre las historias de género fantástico y ciencia ficción que llenaron su infancia. Aunque sus producciones empezaron a ir más por el lado experimental. El octavo largometraje de Fund, Vendrán lluvias suaves, se estrenará mañana, tras su exitoso paso por el Festival de Mar del Plata. Y recupera algo de la esencia de ese cine que el director miraba cuando no llegaba al metro de altura.
Vendrán lluvias suaves obtuvo el Premio Especial del Jurado en la competencia internacional de la muestra marplatense y Fund tiene una sensación especial por haber ganado, pero también por lo penoso que resultó que las autoridades de Cultura y del Incaa no permitieran que los triunfadores tuvieran la posibilidad de agradecer los premios o decir lo que quisieran al recibir los Astor. “Lo que se sentía ahí era raro, una profunda incomodidad. Por un lado, era una celebración enorme porque fue precioso todo lo que hicieron Cecilia Barrionuevo y su equipo. Fue un gran festival en cuanto a la programación, a la vibra y al empuje que ellos le pusieron. Era raro porque estábamos celebrando y cuando subí a recibir el premio yo no sabía nada. Era algo inesperado. Esa incomodidad era palpable en todos lados. Es repudiable: que gente que trabajó toda su vida o estuvo años haciendo su trabajo no pudiera agradecer o expresarse es tristísimo”, sostiene Fund. Aun así el director fue el único que pudo decir algo al recibir el galardón: “Contra viento y marea, por más cine argentino”.
Vendrán lluvias suaves está filmada en Crespo. Un día de verano se corta la luz y a la mañana los adultos no despiertan. Los niños sí y una pandilla de cinco nenas entre 8 y 11 años se da cuenta de que uno más pequeño que ellas y hermano de una de las protagonistas va a estar solo en su casa frente a esa situación. Entonces, emprenden un viaje para ir a buscarlo. Desde ese momento, el film se transforma en una road movie juvenil, en una película de aventuras con un elemento fantástico, donde los niños estarán acompañados por perros.
–¿La historia busca mostrar cómo los niños pueden darle lugar a la aventura y a la imaginación sin el control de los adultos?
–En realidad, yo también quería investigar que las cosas que uno transita como adulto tales como situaciones dramáticas o trágicas, en los ojos de los niños tal vez no sean un problema, como que ellos le dan una dimensión apropiada a las cosas. De pronto, no pasa nada si no están esos adultos. El mundo se puede reestructurar y ellos pueden reencontrar su nuevo equilibrio. No se van a quedar sentados en un rincón.
–De hecho, los niños prácticamente no extrañan a sus padres...
–Eso es lo que puede sonar raro o perturbador, pero los niños lo manejan de esa manera. Uno como adulto diría: “Los niños estarían desamparados”. Y, de repente, ellos lo primero que harían sería ir a saquear un kiosco, ir a jugar con sus amigos o lo transitarían verdaderamente desde un lugar desdramatizado. O por lo menos, no tan traumático como uno lo supondría.
–Aun así, la película trabaja sobre la primera idea de la muerte que tienen las personas, ¿no?
–Totalmente. Uno de los puntapiés iniciales fue el libro El pato y la muerte, de Wolf Erlbruch. Es un libro infantil que trabaja un poco ese primer contacto natural con la idea de la finitud o de la muerte. Es un lugar común, pero la muerte es parte de la vida. Y vuelvo a la idea de desdramatizar ciertos eventos. Me interesaba mucho ver cómo ellos en la historia toman esa conciencia. Está la idea de que los niños, por su temprana edad, no pueden armar el discurso o ponerlo ordenadamente en su cabeza, pero ya lo saben. Lo perciben y es como su primer contacto con esta suerte de existencialismo o melancolía de la existencia.
–¿Cómo combinaste ese fantasear de la infancia con la conciencia que tienen los niños de la complejidad de la vida?
–Esa era una de las razones por las que me interesaba contar mucho esta historia. Como decía hoy: recuperar esa mirada, incluso por una razón más personal de recuperar esa creencia o esa posibilidad de que esa fantasía esté entramada en la misma mirada de la realidad. Poder entender el mundo con sus complejidades y, a la vez, que esas fantasías también estén en el mismo plano. Entonces, tal vez los niños entre los 8 y los 11 años son el mejor exponente del ser humano, donde realmente pueden ser y filtrar el mundo de esa manera, con una mirada que está tan atravesada por la razón y ese descifrar la complejidad del mundo como por la poesía y la fantasía. En ese sentido, también trabajar con niños era un atajo a esa ficción, a contar esa historia, porque ellos inmediatamente la sentían propia y la creían.
–Si bien es un relato que tiene algo de fantástico también tiene bastante del registro observacional, algo característico de tu cine.
–Sí, eso también es muy loco. Cuando se empezó a hablar de la película se mencionaron algunas referencias como Spielberg, Los Goonies, Cuenta conmigo, por las bandas de chicos con linternas. Y la verdad es que es complejo porque el que vaya esperando Los Goonies 2 claramente se va a decepcionar porque la película no entra en ese registro sino que maneja mínimos códigos. Pero la gente siempre intenta poner etiquetas que sean un atajo para entender las cosas. Y la película tiene un espectro más amplio de matices. Vendrán lluvias suaves repara más en esos momentos que quedarían, en principio, un poco corridos de esas películas mainstream. Y es también una excusa para ver cómo viven esos niños y para reencontrarme con los lugares donde yo pasé la infancia.
–¿Cómo fue la experiencia de filmar con chicos y perros, algo que desaconsejaba nada menos que Alfred Hitchcock?
–Bueno, él ni siquiera iba a montar las películas, así que podía desaconsejar varias cosas (risas). Tal vez porque mis películas anteriores tenían un dispositivo de rodaje más parecido a un documental que a una ficción, yo voy al encuentro de la película, soy permeable y estoy más acostumbrado que el proceso de rodaje sea una búsqueda y no una representación de una pretensión. Y laburar con chicos fue increíble. Ellos estaban todo el tiempo felices de estar formando parte de la película. Tienen una energía... Tal ese es el mayor desafío: que uno tiene que tener una energía por encima de la de ellos. Y eso es muy difícil.