Saddam Hussein, Osama Bin Laden, Palestina, Israel, Irak, Afganistán, el Islam, Egipto, Gaza, el Estado Islámico. A los ojos de Occidente todos los condimentos forman parte de la misma ensalada. Se trata de naciones, escenarios y figuras que participan de conflictos sectarios, tribales, políticos y económicos, en los que Estados Unidos –y sus aliados de siempre– se oponen o apoyan de acuerdo a la conveniencia de turno. Desde la perspectiva que se construye desde los medios hegemónicos de comunicación y las agencias internacionales de noticias, los hombres barbudos de mirada penetrante y las mujeres con velos que recubren sus rostros solo equivalen a una cosa: “fanatismo religioso” y “terrorismo”.
Hay quienes señalan que “la muerte iguala a los seres humanos”, sin embargo, algunas muertes pesan más que otras. Por caso, cuando la TV muestra imágenes de los atentados en Medio Oriente, el público las recibe como si se tratara de un nuevo capítulo en la saga de terror. El televidente se lamenta al paso y cambia de canal. No obstante, cuando los fallecidos son europeos, las redes se colman de imágenes y frases de condolencia. En apariencia, mientras los argentinos –todavía– se sienten unidos por un extenso cordón umbilical que cruza el Atlántico y conecta con el viejo continente, no sucede lo mismo con Medio Oriente: un paisaje de costumbres arcaicas, exotismos y plagado de seres irracionales. En esta entrevista, Mariela Cuadro –doctora en Relaciones Internacionales (UNLP), docente e Investigadora del Conicet en la Escuela de Política y Gobierno (Unsam)– da cuenta de sus investigaciones al respecto.
–¿Qué es Medio Oriente?
–Es una construcción realizada desde Europa, una categoría que sirve para definir la mitad de camino entre el continente europeo y el Oriente. Las diversas conceptualizaciones dependen del país que las realiza y también del momento. Por ejemplo, para Estados Unidos, el conflicto en Medio Oriente remite a lo que sucede entre Palestina e Israel; sin embargo, en el marco del gobierno de George W. Bush, ese concepto servía para delimitar a un territorio mucho más extenso que abarcaba desde Marruecos hasta Pakistán. De modo que se trata de una categoría bastante maleable y que permite entrever que las formas del decir, también, incluyen posturas políticas al respecto.
–La mirada, entonces, está mediatizada por las noticias que llegan desde agencias europeas y estadounidenses. ¿Qué mitos se tejen acerca de esta región?
–Lo primero que se nos viene a la cabeza cuando pensamos en esta región es en el conflicto ininterrumpido, el terrorismo y la falta de derechos para las mujeres. A través del islam se edifica una percepción relacionada a lo cultural y lo simbólico; mientras que mediante el petróleo el enfoque se vuelve de corte materialista. Otra de las miradas subraya la inexistencia de democracia en Medio Oriente, a partir de la primacía de administraciones totalitarias. Por eso tiendo a pensar que es una enorme construcción de la cual participan los medios, las agencias, pero también las organizaciones internacionales y los académicos. No diría que se trata exactamente de mitos sino de una tendencia que solo se preocupa por exhibir y resaltar los rasgos negativos.
–De manera que Medio Oriente es todo eso junto pero también muchas cosas más.
–Por supuesto, es una región sumamente compleja habitada por tribus, sectas y naciones absolutamente distintas entre sí. Hace poco, por ejemplo, estuve en Arabia Saudita y es fascinante; un sitio donde reina una generosidad que no experimenté en ningún otro lado del mundo. No obstante, nuestra perspectiva tiende a englobar toda esa diversidad y adscribirle características únicas –a etiquetar– como si todo fuera lo mismo.
–Esto sucede porque siempre se tiende a homogeneizar la marginalidad y se utilizan esos límites para definir la propia identidad.
–Los estereotipos sobre Medio Oriente producen un alejamiento. Tendemos a pensar que los argentinos no tenemos nada que ver con una región donde solo hay fanatismo, religión y terrorismo. Sin embargo, se podrían generar vínculos muy interesantes y no me refiero solo a los lazos económicos, sino también a los políticos y sociales.
–¿Qué factores son necesarios tener en cuenta para comprender los conflictos armados?
–Los conflictos se han incrementado conforme el paso del tiempo. En este sentido, una de las condiciones que posibilitan este fenómeno, sin dudas, es la intervención constante de los países de Occidente. Por caso, una de las razones que podrían explicar la situación actual en Siria y la emergencia del Estado Islámico –Dáesh– está vinculada con el desastre producido en 2003 en Irak, cuando se intervino la región con la excusa de que el presidente iraquí (Saddam Hussein) tenía relaciones con los terroristas de Al Qaeda y, en efecto, poseía armas de destrucción masiva. Ello sumado al autoritarismo del Ejecutivo llevó a la intervención y a su desestabilización absoluta.
–¿Cómo se conecta el fanatismo religioso con el terrorismo?
–Hay un rasgo religioso que identifica a los movimientos islamistas, que se vincula con el propósito de “islamizar” a los estados y la sociedad, a partir del restablecimiento social de una cultura que, desde la perspectiva de estos grupos, ha quedado relegada con el proceso de modernización. Algo similar, aunque a otra escala, ocurre con los evangelistas en Latinoamérica que basan su agenda social en la restauración de los valores tradicionales. La idea de “terrorismo” tomó más vigor a partir del atentado a las Torres Gemelas en 2001 y fue construida como la amenaza internacional por excelencia.
–En reemplazo del “terror soviético” que dominó la escena durante la Guerra Fría.
-Sí, pero con la diferencia de que, en este caso, la amenaza está globalizada. En este marco, el fanatismo religioso funciona muy bien para el discurso de Occidente en la medida en que justifica la supuesta irracionalidad de sus acciones. Si las decisiones de Medio Oriente se fundamentan a partir de la sinrazón no hace falta comprender ni explicar mucho más, pues todos estarán de acuerdo en que hay que combatir todo lo que allí sucede.
–Cómo si no tuvieran agenda política.
–Exacto, como si el único propósito fuera instaurar un califato mundial, convertirnos a todos al Islam a partir de los atentados. En este sentido, como el término “terrorismo” no está definido a nivel internacional en ningún documento, para lo único que sirve es para referirse a un otro, al que se lo busca deslegitimar completamente. Bajo esta premisa, restringir el problema de la violencia política ilegítima a la religión es un simplismo que evita reflexionar acerca de la trama subyacente de relaciones económicas, políticas y sociales que operan de manera subyacente. El factor de intervención internacional está naturalizado pero Medio Oriente no se involucra en la política interna de Estados Unidos, como sucede a la inversa. Sería un escándalo si así ocurriera.