En el limbo de una serenidad desacostumbrada emergen el riesgo y la violencia, ya sea por una distracción o una mala maniobra con el auto. Anatol, nieto de inmigrante que heredó el sentido de la urgencia de su abuelo, notable versión de Jorge Consiglio de Dahlmann, el personaje de Jorge Luis Borges, escucha que alguien lo insulta. Y los dos cierran los puños y los sacuden en el aire, construyendo ante el lector el preludio de una coreografía de boxeo, no exenta de ferocidad y absurdo. Mariela, la chica de pueblo de provincia que llega a la ciudad a vivir a la casa de uno de sus tíos, después de sacarse una muela, dice: “La falta de salud altera la mirada. Estoy segura. Algo simple como la molestia que se siente después de una extracción, también. Modifica la forma de ver las cosas”. Canedo, el hombre que regresa a su pueblo para arreglar la casa familiar, se pierde en la noche y empieza a correr “a toda la velocidad que dan sus piernas” durante varios metros “hasta que tropieza con algo, intenta mantener el equilibrio a los manotazos, cae de boca al piso”. Jessica Galver, “una mujer amplia y hermosa, que pesa 207 kilos, se somete a un doloroso tratamiento para adelgazar. En los siete relatos que integran Villa del Parque (Eterna Cadencia), Consiglio logra narrar, de un modo tan excepcional como perturbador al estallar los sentidos de cada texto como relámpagos que estremecen, esos pequeños instantes en que el mundo de cada uno de los personajes parece desintegrarse.

La liberación de Consiglio –poeta, narrador, cuentista, licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires- se produjo hace unos cinco años, cuando decidió dejar su trabajo como visitador médico para dedicarse ciento por ciento a la escritura. “Villa del Parque es mi barrio, yo nací ahí, viví hasta los veintipico; y es un territorio ficcional muy fuerte. Uno asocia ciertas vivencias, sobre todo hay algo que tiene que ver con mis primeras lecturas. Villa del Parque es un territorio ficcional, pero también es una atmósfera porque ninguno de los textos ocurre específicamente en el barrio. Me da la impresión de que hay una atmósfera común que cohesiona los relatos y esa atmósfera podría llamarse Villa del Parque, que es un lugar en el que no me podría instalar bajo ningún punto de vista, pero sí al que regreso desde un constructo ficcional”, explica el escritor en la entrevista con PáginaI12.

–¿Por qué en varios cuentos irrumpe la violencia?

–El primer cuento, “Diagonal Sur”, se trata de una discusión entre dos conductores. La matriz de ese cuento es el “El Sur” de Borges. Me parece que más que la violencia lo que está presente en ese relato tiene que ver con la idea del coraje, de la gallardía y de la cobardía, que es una idea borgeana. Pero también está lo inevitable: hay un punto en que por mandatos o por lo que sea, por una cuestión muy gratuita, en un accidente de tránsito donde alguien te putea, vos te bajás del auto y estás dispuesto a matar o morir. Todo eso tiene mucho de absurdo. Cuando suceden esas cosas, querés que el otro se muera, imposibilitarlo. Y el otro te quiere matar a vos. Siempre lo pensé a partir de una cosa que me pasó y encontré la matriz en “El Sur” de Borges para poder narrarla.

–¿Qué fue lo que le pasó?

–Un día del Padre, un domingo a las once y media de la mañana, salí con el auto y estaba con mucha gente, estaban mis hijas y los novios de mis hijas, y se me cruzó un tipo y empezamos a discutir y se presentó la oportunidad de bajarse del auto a matar o morir. Y no bajé del auto, pensando en la escena posterior: camisa rota, lleno de sangre, cagado a palos, por absolutamente nada… Si lo pensás, es racional y está muy bien que no haya bajado, pero jamás me lo perdoné…

–¿Por qué?

–Por esas cosas que pelean en uno; hay un mandato que implica que tenés que bajarte, una cuestión si querés muy masculina, que es la cuestión de la ofensa. Y te tenés que bajar. Entonces está esa cosa que pelea dentro tuyo, que también está en Dahlmann, pero en Dahlmann está más relacionada al apellido, es decir él reacciona a la provocación específicamente cuando le dicen “Dahlmann”. Antes, tranquilamente, podría haberse ido. La decisión correcta es no bajar porque es un absurdo pelearte con un desconocido por nada. Pero al mismo tiempo, no te lo perdonás más. ¿Por qué? Mandatos absurdos ni siquiera paternos. Estos mandatos quizá tengan que ver con algo más atávico de defender algo tuyo que tiene que ver con tu grey. Como me rebotó tanto esta discusión interna pensé que escribir era una manera de exorcizarla. O por lo menos de plantear el dilema. En todo lo que uno escribe siempre hay una huella autobiográfica.

–¿Cómo explica el extravío que se produce en el cuento “Viajar, viajar”?

–El planteo germinal de ese cuento es qué pasa cuando te perdés en un lugar donde no tenés la menor idea de dónde estás y no tenés ninguna posibilidad de comunicarte en una sociedad absolutamente comunicada. ¿Qué pasa si no tenés el celular y estás en el medio de la nada? Se me ocurría, como planteo ficcional, que era una cuestión especular. En esa situación donde estás tan despojado de esa comunicación inmediata ahí estás vos. Lo que te devuelve el entorno es un reflejo de vos mismo. Frente a situaciones extremas, hay algo de la autosuficiencia que te permite finalmente poder surfearla.

Hay palabras que forman olas en el aire de cada detalle que Consiglio, como cuentista, maneja como pez en el agua. No es la mera descripción rigurosa que enumera como si con nombrar alcanzara con generar un efecto; es algo de un orden superior, como si estuviera adentro de cada sustantivo, auscultándolo y midiendo su temperatura y palpitaciones. “El ventilador de techo apenas mueve las sábanas. Lo que llega de afuera no es el silencio, es el ruido de lo quieto en la tierra. Hay un cruce de miradas. El ritmo de la respiración es el mismo, apenas agitado”, se lee hacia el final de “Correspondencia”. “Escribí los cuentos durante un par de veranos, fueron veranos de poca actividad donde la escritura de los relatos funcionó como refugio –cuenta el escritor, autor de notables novelas como Hospital Posadas y un libro de cuentos como El otro lado–. Escribir un cuento es como tener un proyecto que no es una novela, es decir que no vas a tardar cuatro o cinco años en escribirlo, sino que lo vas a resolver relativamente rápido, en cuestión de meses”.

–¿El cuento ayuda a amortiguar la ansiedad que genera la extensión de la novela?

–Sí, me pasa un poco eso. Cuando estás trabajando en un texto largo como una novela, por momentos entrar en “modo cuento” redunda un bienestar porque estás llegando al final de algo. En la novela parece que el final nunca llega porque son lapsos enormes donde estás trabajando siempre a medias. Y de hecho cuando terminás la novela, te da la sensación de que siempre hay algo inacabado. El cuento es un texto al que podés asirte y te da una visión que te permite volver párrafo por párrafo, fijándote el sonido, trabajando los adjetivos, trabajando la sintaxis, el silencio, el crescendo dramático y los finales.

–¿Cómo trabaja los finales de los cuentos?

–Sé adonde tengo que llegar con un relato, sé que voy a terminarlo aproximadamente en una escena, en cambio en la novela vas tanteando, un poco más a ciegas. El cuento es como tirar una piedra que sabés dónde va a caer aproximadamente. Cuando cae, empezás a trabajar con el cierre. Y creo que el cierre tiene que ver con cerrar el sentido del texto, más que con cerrar la trama. Si priorizo algo, es el sentido. Y el sentido se relaciona de manera directa con el sonido del texto. Ahí sí me pongo a laburar duro a ver si ese sonido de los párrafos finales tiene que ver con el sentido de lo que estoy pensando como relato. No sé si es algo tan lógico o tan calculado… hay algo de tanteo también. Cuando te ponés a laburar un texto, no tenés cosas demasiado claras o prefijadas, y por lo general llegás medio al tun tun.

–La impresión que dejan sus cuentos es que el final no cierra el sentido, sino que lo abre…

–Sí, es cierto y son los finales que más me gustan. El relato crece hacia un clímax, ese clímax coincide con el final, puede ser escuchado como un final de trama, pero el sentido del texto cae como si fuera una pelota que rebota. Esos finales que cierran abriendo son los más jugosos, los que más connotan; lo que ofrecés es correr un telón y darle la posibilidad a esa comunidad que se arma entre el autor y el lector: “bueno, muchachos, a ver qué onda”. Esa cosa abierta que tiene tanto que ver con lo poroso y con la participación activa de quien está leyendo.

–Uno de los personajes del cuento “Jessica Galver” hace doblajes y es la voz de Walter White en “Breaking Bad”, una serie que es adictiva. ¿De dónde viene esto?

–Yo tengo un gran amigo al que quiero muchísimo, Ariel Abadi –”el Turco”, le decimos–, que trabaja haciendo doblajes. Entre sus orgullos dobló a Donatello de las tortugas Ninja. La última vez que nos juntamos a cenar me dijo que estaba muy feliz porque estaba doblando la voz de Walter White -y su hijo es la voz del hijo de Walter White- y vivía pensando en el personaje. Cuando veía Breaking Bad, yo sabía que era la voz de él, pero no lo podía reconocer a Ariel. La imagen es tan poderosa que me borra la voz de Ariel, que también hace un gran trabajo actoral con su voz, ¿no?

–¿Este cambiar la voz para que no sea reconocible y sea la de otro también tiene que ver con escribir?

–Sí, es cierto, tiene mucho que ver con escribir. Uno busca otras voces y esas voces sirven como una analogía perfecta del trabajo de los doblajes.

–¿Recuerda de dónde viene la historia de “Jessica Galver”?

–Una persona me contó que había empezado a ir a una clínica para adelgazar. Quien me lo contaba era un tipo muy alto, que medía casi dos metros y pesaba doscientos kilos, con lo cual no llegaba a ser un gordo. Pero tenían que operarlo del corazón y con tanto peso no podían. En la clínica los hacían caminar por un gran jardín y le pareció que esa imagen era una figura estética. El segundo ingrediente que me tiró que me pareció terrible, que no tiene directamente que ver con el cuento, es que lo llevaron en un ómnibus hasta ese lugar donde caminaban. Cuando terminaron, volvieron al ómnibus y él quiso subir, pero se golpeó el empeine con el escalón y se le generó un gran hematoma y yo lo asocié con la fragilidad: seres de gran peso y de una enorme fragilidad. Estas dos cuestiones combinadas me llevaron a pensar en una figura como la de Jessica Galver, que es casi como una mariposa pesadísima. Me fascinaba la idea de una figura que sea muy gorda, muy blanca, muy etérea, muy efímera, casi como una especie de ángel pesado. Y me pareció que esa figura tiene mucho de erótico.

–Algo que aparece en sus cuentos sistemáticamente es un momento en que a los personajes les cambia la percepción o el ánimo. Por ejemplo: “Abandona el celular sobre la silla. Una lucidez repentina agudiza su percepción. El mundo, ahora, tiene otra celeridad; las cosas y los seres están metidos en una actividad inaudita, sin dirección y sin objeto”. ¿Por qué le interesa explorar este cambio de las percepciones?

–Tengo una idea medio romántica de la naturaleza; hay espacios que te mejoran. Siempre tuve esta fantasía desde adolescente: estás en un lugar increíble, en un bosque cerca de la costa, y tengo la fantasía de que ese lugar te cambie, te vuelva mejor persona. Esa exposición a la naturaleza, al paisaje, a la belleza, te hace otro tipo. Sé que es una idea panteísta y medio romanticona, una idea que es ficcional porque no tiene ningún asidero en la realidad. Encontré una cosa que me encantó y que puedo asociar a esto en Los cuadernos de Fritz Kocher de Robert Walser. En uno de los relatos que se llama “El pintor”, donde el protagonista de ese relato sale a caminar por un bosque, cuando mira los árboles no recuerdo si es el narrador o el propio personaje que dice que en realidad se genera un efecto de reciprocidad: “yo estoy mirando los árboles, pero me siento mirado por los árboles”. Ese sentirse mirado por los árboles lo mejora y siente un grado más del ser. En mis relatos siempre sobrevuela la idea de que hay ciertos lugares o ciertas experiencias que te dan una mirada más luminosa. Quizá no te hace más inteligente ni más lúcido, pero te vuelven más cabal. Y creo que es algo que quizá venga de la lírica. Los relatos los trabajé como poemas extendidos; hay algo del orden de la imagen que lo abordé desde lo lírico.


La ficha

Jorge Consiglio nació en Buenos Aires en 1962. Licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires, trabajó como docente de la UBA. Su narrativa tiene que ver con el trabajo con la poesía. Hay, si se quiere, una respiración poética en la prosa de Consiglio, que empezó publicando poemas: Indicio de lo otro (1986), Las frutas y los días (1992), Las arrugas de la terraza (1994), La velocidad de la Tierra (2004), Intemperie (2006), entre otros poemarios. Es autor de las novelas El bien (Premio Nuevos Narradores de Editorial Ópera Prima de España, 2001), Gramática de la sombra (Tercer Premio Municipal de Novela, 2011), Pequeñas intenciones (Primer Premio Municipal de Novela, 2011, y Segundo Premio Nacional de Novela, 2014) y Hospital Posadas (2015).