La cultura es una configuración de distintas prácticas sociales: económicas, artísticas, políticas, jurídicas, científicas, etc., cuya articulación se sostiene en ciertos significantes que constituyen el sentido común y proporcionan el marco normativo de una sociedad. Se trata de un entramado de discursos, creencias, significados, valores y concepciones. La cultura es una categoría en disputa entre el poder y una parte de lo social que se le opone, implicando una batalla por la desarticulación de prácticas sedimentadas de una formación existente y la articulación de nuevas asociaciones.
El neoliberalismo, al final de la guerra de inteligencia y el derrumbe del campo socialista, logró el consenso necesario para manipular el sentido común e imponerse, ganando la batalla cultural al keynesianismo. El estado de bienestar había legitimado demandas por la igualdad y producido progresos democráticos en relación a derechos sociales, inclusión y soberanía popular, que se fueron debilitando a raíz de nuevas significaciones surgidas, como las ventajas del libre mercado, la iniciativa privada y el individualismo.
Margaret Thatcher, primera ministra del Reino Unido de 1979 a 1990, combatió los valores proteccionistas y logró reconfigurar el sentido común. Intervino en lo económico, lo político y lo simbólico, logrando establecer un nuevo orden basado en el consentimiento popular, seduciendo con la libertad individual y la promesa de liberar del poder opresivo y burocrático del Estado. Demonizó la política a favor de la gestión e hizo responsables a los inmigrantes por la pérdida de empleo. La revolución neoliberal se consolidaba, incluso entre los desfavorecidos por el nuevo sistema, mientras aumentaba la desocupación y empeoraban las condiciones de vida y los derechos de los trabajadores.
El neoliberalismo ganó la cultura global
La batalla cultural consiste, entre otras cuestiones, en la disputa por el significado de las palabras. El neoliberalismo resignificó términos y estableció nuevas asociaciones, por ejemplo afirmando que la democracia se basa exclusivamente en un sistema procedimental de elección de representantes, desestimando su valor como gobierno del pueblo. El Estado, considerado ineficiente y burocrático, debe dejar de “mantener vagos” por lo que conviene achicarlo, cambiando su rol proteccionista y solidario. Decretando el fin de las ideologías un capitalismo financiero vino a deteriorar el mundo del trabajo, denominando modernización y flexibilización laboral a la supresión de derechos de los trabajadores. La igualdad fue sustituida por la meritocracia, mientras que la libertad pasó a significar ausencia de restricciones para el mercado, siendo considerado cada individuo como el libre gestor de su vida. El levantamiento de lo que fueran consideradas como limitaciones condujo a la hiperconcentración económica, política y comunicacional, produciendo severas restricciones a la mayoría social. No solo no liberó sino que encadenó aún más a las mayorías: ya casi nada les está permitido.
El mayor triunfo del neoliberalismo es haber construido los medios para perpetuarse: ganó la batalla por la cultura a nivel global y produjo una nueva subjetividad. El neoliberalismo supo imponer los ideales de consumo, riqueza y libertad individual como fines supremos de la vida humana. Logró que esos ideales, en calidad de superyó, no solo operen como mandatos sociales sino que funcionen como una exigencia pulsional para el sujeto. Los ideales de la época devinieron imperativos quedando el individuo neoliberal atrapado, coaccionado por sí mismo, en una búsqueda ilimitada de consumo y acumulación, en la que coinciden la exigencia del sujeto y la demanda neoliberal. La subjetividad neoliberal consumidora-consumida, endeudada, busca rendimientos y éxitos meritocráticos en una suerte de autoexplotación ilimitada: una exigencia pulsional descarnada sin defensas, carente de diques culturales como la vergüenza, la moral o el asco, con un padre destituido que ya no prohibe, sin ideología, resultando en un rechazo de la política y una indiferencia ante el sufrimiento del otro.
G-20 y Foro del Pensamiento Crítico: dos modelos en disputa
Desde el 30 de noviembre al 1º de diciembre, la Ciudad de Buenos Aires será la anfitriona del G-20 compuesto por la Unión Europea, 19 países y representantes de organismos financieros internacionales, como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Arribarán al país los jefes de los estados miembros de un alineamiento global para garantizar la política neoliberal, la “cooperación” económica y financiera.
En paralelo, del 19 al 23 de noviembre, en la misma Ciudad centenares de organizaciones populares y fuerzas sindicales se encuentran realizando la denominada “contracumbre” en repudio a las políticas de “miseria, hambre y saqueo” que para ellos representa el G-20. Referentes políticos e intelectuales del mundo participan del Primer Foro Mundial del Pensamiento Crítico, para debatir y encarar “las luchas por la igualdad, la justicia social y la democracia en un mundo turbulento”. Organizado por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), contó con la presencia de líderes populares como Cristina Fernández de Kirchner, Dilma Rousseff, Fernando Haddad y referentes éticos como Adolfo Pérez Esquivel y Estela de Carlotto, entre muchos otros exponentes.
El Foro del Pensamiento Crítico asume la batalla cultural contra el neoliberalismo y la construcción de una nueva hegemonía orientada a recuperar la democracia y la construcción de pueblo. Incluye el debate democrático sobre las formas, el rol del Estado, los significados comunes y las verdades parciales que representan una cultura nacional, popular, feminista y solidaria, que reemplace los valores individualistas y meritocráticos impuestos por el neoliberalismo.
Sabemos que se trata de una batalla injusta y desigual entre el campo popular que lucha a favor de verdades democráticas y populares, y el poder neoliberal que impone el sentido común a través de los medios de comunicación concentrados, las redes sociales, los big data y los ejércitos de trolls, que realizan una dominación televisada y viralizada que penetra en los cuerpos domesticando e inculcando obediencia.
Quedó demostrado que no es suficiente llegar al gobierno, es necesario batallar y ganar también la cultura que se disputa permanentemente; el conflicto entre las pulsiones implica una economía y una política del goce que no cesa. No resulta ocioso recordar los términos de la respuesta que Freud le dio a Einstein, en plena crisis del 30, al afirmar que la comunidad está formada por elementos de poderío dispar, vencedores y vencidos que se convierten en amos y esclavos, expresando la desigual distribución del poder entre sus miembros. Los amos intentarán el dominio de la violencia y los oprimidos buscarán iguales derechos para todos. Para conservar la comunidad, recomendó Freud, los miembros deberán repactarla permanentemente.
En eso estamos.
* Psicoanalista. Magister en Ciencias Políticas. Autora de Populismo y Psicoanálisis y de Colonización de la subjetividad.