No es fácil definir a Queen, una banda cuya discografía tiene mucho de montaña rusa, de alternancia entre rock pesado, ópera y vaudeville, entre baladas y glam y gran drama mezclado con chongos disfrazados de mujeres. Quizás por eso “Rapsodia bohemia”, además de ser una de las mejores canciones de la historia, sirve como metonimia de la experiencia de escuchar a Queen, que es la de lo disímil. Tampoco era fácil, por la misma razón, hacer una biopic sobre Queen, o sobre Freddie Mercury, y Bohemian Rhapsody se enfrentó desde el vamos al desafío de contarlo todo o casi todo: desde el origen hasta la reunión de la banda en los ochenta cuando Freddie Mercury ya sabía que tenía sida, pasando por la relación entre los integrantes de Queen, y de Mercury con sus padres, y con su novia, y la salida del closet, la relación con los managers y abogados, con las discográficas y el público, el éxito y la soledad. Todo está ahí, comprimido en dos horas y desordenado, desparejo, pero sobre todo subsumido al gran relato, siempre igual, del ascenso y caída de un ídolo, el precio de la fama y demás tópicos del gran bla bla sobre el arte en cualquiera de sus expresiones.
A partir del encuentro del que todavía se llamaba Farrokh Bulsara con los integrantes de Smile, la banda donde tocaban Brian May y Roger Taylor, todo en la película progresa muy rápidamente y con una facilidad asombrosa: los obstáculos no parecen tales, los momentos de frustración son insignificantes de tan fugaces y no parece haber un solo aspecto en la vida del muchacho que pronto se cambia el nombre por Freddie Mercury, ni de sus compañeros de banda, que no esté atravesado por una aire de predestinación que simplifica todo. Mientras tanto ellos –interpretados por Rami Malek, que realmente se parece a Mercury una vez que unx supera la sobreactuación de su dentadura saliente, Gwylim Lee y Joseph Mazzello, tan parecidos a Brian May y Roger Deacon que da risa, y Ben Hardy, demasiado carilindo y joven para el recio Roger Taylor– se amigan y se pelean, crean juntos, y mantienen diálogos de un nivel de complejidad que por momentos da la sensación de estar viendo un capítulo de Jem y The Holograms, o una película que quisiera mostrarle la historia de Queen a lxs niñxs del 2018. Por eso Bohemian Rhapsody, con un rango vocal mucho más limitado que el de su protagonista, se choca de frente cuando entra a la parte oscura del tren fantasma, la del descontrol, las drogas y el desastre creativo de Mercury ya separado de Queen.
Sin embargo puede ser que el cine no tenga tanto que ver con nada de esto sino con la experiencia física de estar frente a cuerpos en movimiento (algo parecido sucedía con Gilda, criticada en ocasiones por las limitaciones de su guión), y la magia de Bohemian Rhapsody pasa por otro lado: desde el principio, como dije, superada la extrañeza de ese toque caricaturesco que Rami Malek logra realmente desvanecer, la sensación de presencia de Freddie Mercury es tan fuerte que el hechizo se instala y no abandona a lxs espectadorxs hasta un final grandioso. No es solo parecido físico lo que transmite Malek sino ese mismo tipo de energía casi milagrosa, gozosa, sensual, de Freddie Mercury, incluso mucho antes de asumirse gay. El protagonista de Bohemian Rhapsody es desde el principio una criatura sensual y vulnerable, magnífica y amenazada, a la que Rami Malek le agrega hasta una nota de genialidad o demencia cuando un primer plano muestra en sus ojos extraviados una cualidad visionaria, de estar más allá de todo. Es cierto que, comparados con el magnetismo de este Freddie Mercury, el resto de los integrantes de Queen, ñoños con esposas, quedan muy en segundo plano y por momentos hasta puede resultar inexplicable que la banda haya funcionado, que Mercury haya podido dialogar y crear con ellos. Pero tanto para lxs fans como para lxs que se acercan por primera vez a la banda, el placer de la música que transmite la película, de crear y compartir música y de ese milagro de que un artista pueda crear un momento de intimidad feliz y de juego con un estadio lleno, es su costado más valioso y es más que suficiente.