Como si se tratara de una foto, o de una de esas películas de Fassbinder donde los personajes se estrellan frente a la cámara amparados por un muro blanco, las actrices y actores en De vez en cuando me derrumbo se amontonan sobre una placa de luz que viste al escenario de una crudeza propia del espacio ajustado de las salas independientes.
Con la voluntad de emular un set de televisión, el detrás de la escena deviene en un grupo de técnicxs que toman mate y dan indicaciones mientras en un primer plano El Sujeto Sufriente, La Especialista y El Moderador hablan sobre los males de este tiempo. La teoría sociológica de La Especialista se enlaza con lo emocional y le quita opacidad a ese mundo expositivo donde el dispositivo mediático puede asimilarse a una conferencia o entrar en claro combate con los modos teatrales. Como si la actuación de Sofía Brito viniera a invadir el territorio controlado de la televisión y a decir que el arte es la revelación de lo inesperado.
En el rol de La Especialista, Brito destruye la misma pose a la que se aferra con ese cigarrillo apagado que simula fumar. Decir que el afecto se convirtió en un aspecto del comportamiento económico la llena de una emoción incontenible. Hay que deconstruir y construir al mismo tiempo, en la dramaturgia de Juan Gabriel Miño cada herramienta que permite comprender y desarmar al sistema nos deja la certeza de estar frente a una tarea infinita.
El Sujeto Sufriente es, al mismo tiempo, la banalización y la politización de esa angustia que la filósofa eslovena Renata Salecl se niega a leer en términos individuales para pensarla siempre como la manifestación de una conflictividad social. Nicole Saal consigue una expresividad propia de ese tono sacado que parece demandar la televisión pero con el pliegue de la crítica que brinda la sensibilidad de la actriz. En la potencia nerviosa de Brito y Saal, la dirección de Miño deja estampada una opinión sobre lo que se está desarrollando. Es una actuación que parece marcada por un tono de protesta estilizado, como una superación o como la síntesis del drama íntimo devenido político. Aquí se podría pensar que la lectura política del dolor genera una teoría nueva.
Antes de entrar a la sala existió un prólogo donde en un loop se veían avances de una programación televisiva que parecía integradora pero que obligaba a lxs gordxs a bajar de peso y a las lesbianas que protagonizaban la telenovela de la tarde, a reproducir los estereotipos del género. De algún modo no dejan de mostrarlxs como especímenes raros dentro de una lógica enfermante que aquí no es parodiada. Por el contrario el trabajo es casi mimético, lo que produce la distancia y el cuestionamiento es la materialidad teatral y la disposición de la mirada que genera.
De vez en cuando me derrumbo tiene una estructura aleatoria que busca ser atenuada a partir de una maestra de ceremonias que señala las limitaciones de producción que impidieron la realización de alguna escena o efecto. Estos textos forman parte de una dramaturgia que discute la manera misma de hacer teatro ante la evidencia de la precariedad, como una especie de asimilación a las condiciones de la vida diaria.
Si Samuel Beckett fue el autor que logró llevar a la escena una subjetividad dañada que ya no podía entenderse en el marco de un personaje, también supo ver que la palabra, liberada de la operatividad dramática, era la culminación de la soledad de sus criaturas.
Brito podría ser una figura bekettiana, recortada en la puesta de Miño, por una luz fría, casi como una proyección contra un muro blanco. Una sobreviviente que después del fin del mundo consigue entenderlo todo.
De vez en cuando me derrumbo se presenta los miércoles a las 21 en Estudio Los Vidrios. Guardia Vieja 4257. CABA.