Una mujer en el poder irrita, todavía. El mundo entero que mira con ojos de hombre todavía ve con resquemor y desconfianza que una mujer sea la presidenta de un país, y más todavía si ese país es el más influyente del planeta. Tanto en la realidad, como en una ficción que refleja la realidad, una mujer en la presidencia de los Estados Unidos es una molestia, una situación que hay que revertir para volver a la tranquilidad. La sexta y última temporada de House of Cards tiene a Claire Underwood, la gran Robin Wright, como la mujer más poderosa del mundo, la mujer que logró sacarse de encima a su marido para gobernar el planeta, y a partir de ahí dentro de la ficción todos los hombres, y algunas mujeres que nunca faltan, la tratan de loca, inservible y tonta como para intentar sacarla del medio. Fuera de la ficción, las críticas de casi todos los diarios y sitios del mundo escritas por hombres la defenestran, marcando la decadencia de una serie que supo ser pionera y halagada como pocas, cuando un hombre era el protagonista, pero cuando es la mujer la que se vuelve poderosa “ya no es lo que era”, “perdió el brillo”. El problema está en que la propia producción de la serie parece creerse esto. Despedido Kevin Spacey, que interpretaba al inescrupuloso Frank Underwood, debido a denuncias por acoso sexual, llega el abrupto final y la última temporada pasa a tener apenas ocho capítulos, ¿no se puede hacer una serie vendible sobre política con una mujer como protagonista absoluta sin ser nada más que la sombra de un hombre?
Desde el principio, Claire pelea por tener un lugar predominante, desde la primera temporada quiere correr a Frank de su vida pública y privada, en cada una de las cinco temporadas anteriores su espacio va creciendo, y en algún lugar se podría afirmar que llegar a la presidencia era su destino pero ¿lo habría logrado si Kevin/Frank no hubiera sido un abusador y seguiría en la serie? Tal vez no, o tal vez sí, pero de una forma menos abrupta. Y de todas formas, con Frank muerto, es una presencia constante en la serie, en todos los diálogos es nombrado, como una omnipresencia de la que no se pueden liberar. En uno de los primeros episodios, Claire ve una grieta en la pared, golpea un poco y sale un pájaro, lo agarra y lo lleva afuera para liberarlo, una metáfora, una simbología, o apenas un recurso para remitir a la necesidad de ser libre.
La trascendencia de la serie se basa en dos cosas contradictorias y unidas: la inteligencia del guion y el vestuario de Robin/ Claire, el manejo de los diálogos es uno de los más disfrutables que pueden verse en la pantalla chica, y los trajecitos oscuros de la protagonista resplandecen cada vez que son expuestos en el cuerpo de la actriz. La trama feminista prevalece, al menos como una intensión. Citan a Lady Macbeth de Shakespeare y a Sylvia Plath y tres mujeres reunidas en la Casa Blanca hablan de “El segundo sexo” de Simone de Beauvoir y su famosa frase: “En primer lugar ¿qué es una mujer”? En el capítulo 5, Claire presenta un gabinete entero conformado sólo por mujeres. En esta temporada, sin Frank, es ella la que le habla a la cámara, un monólogo interior hecho de sentencias que explican un poco el devenir de las situaciones: “Mi esposo era un medio para alcanzar un fin”, “Las presidentas no podemos ser humanas, poder o amor”. Si Claire pareció en algún momento más humana, fue sólo una ilusión, resultó igual de despiadada y asesina que el marido. Sin Frank, el personaje de Doug Stamper se llena de matices para enfrentarla, pero ella es clara y no le deja un lugar para inmiscuirse: “Ya no me dirán qué hacer, ni vos, ni ningún hombre”.
House of Cards dejó una gran historia, bien dirigida, con personajes interesantes y diálogos intrincados, a pesar de cierta frialdad no será fácil de superar.
House of Cards. En Netflix.