El caso es demencial, al borde de lo kafkiano, pero según advierte un cartel inicial, estrictamente real. Un hombre palestino y una mujer israelí, ambos casados, ambos vecinos de Jerusalén, tienen una aventura extramatrimonial. Por una serie de infortunios, brotes de racismo, paranoias políticas y manipulaciones de los servicios de inteligencia de ambos sectores, él será falsamente acusado de actividades ilegales contra el Estado israelí, y ella obligada a testimoniar en su contra. Un caso tan perfecto de demostración de los deletéreos efectos de la intrusión estatal y policial en la vida privada, que parece meticulosamente escrito para ello. Aunque, a estar de ese cartel inicial, no habría hecho falta escribirlo: la realidad se ocupó de hacerlo.
Desde el primer encuadre, que muestra a Saleem (Adeeb Safadi) contando unos billetes y tomando nota de la suma, pasando por la escena posterior en la que se ve a Sarah (Sivane Kretchner) cabalgando sobre él en la combi que el jefe le presta, el encadenamiento de hechos es implacable, fatal se diría si uno creyera en el destino. Un pequeño suceso lleva al otro, una escena a la otra, y todo lleva a lo peor. Saleem y su esposa, Bisan (Maisa Abd Elhadi), que esperan a su primer hijo, tienen problemas de dinero, por lo cual se ven obligados a subalquilarle a la familia de ella. En esta situación, el hermano de Bisan hace a su cuñado una oferta que no puede rechazar: proveer a clientes particulares del otro lado del Muro, en territorio palestino, todo aquello que soliciten.
No es muy claro si el asunto es legal o no, pero Saleem no está para fijarse en esas menudencias. Para su segunda entrega toma la decisión, no muy prudente, de ir acompañado de su amante israelí. Un tipo se acerca a ésta en un bar, Saleem lo cruza a las trompadas y lo que viene de allí en más es una sucesión de enormidades, que no parecen guardar relación con las vidas de ambos. Un principio fundamental de la obra de Kafka: la desproporción entre el protagonista y las fuerzas con las que lidia. Lo que no se hace presente aquí es el segundo principio: que de tan vastas, esas fuerzas sean incognoscibles. Escrita por el palestino Rami Musa Alayan y dirigida por su hermano, Muayad Alayan, El affaire… (cuyo título en inglés es, traducido, Los informes sobre Sarah y Saleem, véase cómo de un idioma a otro se pasó del caso judicial-policial a la historia de amor) no tienen un pelo de fantasía. Así que de Kafka, sólo la mecánica.
Montada sobre un guion de alta precisión, ganador de una mención especial en el Festival de Rotterdam (donde además se llevó el premio del público), esa mecánica es tal vez el principal problema de la película de los hermanos Alayan. No hay lugar en la sucesión dramática de El affaire… para nada que no haga avanzar la trama. Nada que no responda al efecto bola de nieve. Nada que no sea un ladrillo más en la pared del guion. Hay, sí, un par de observaciones provocativas, como el hecho de que la causa palestina mienta tanto como la inteligencia israelí, unos queriendo hacer pasar al inocente Saleem como agente al servicio del terrorismo, otros intentando convertirlo en el héroe que no es. O la simetría entre ambas mujeres-rivales, finalmente emparejadas por una maquinaria de conspiración que no puede sino triturar todo lo humano.