La piedra angular del universo narrativo de Etgar Keret es la condición humana. A diferencia de sus predecesores, que construyeron una obra literaria alrededor de grandes temas y preocupaciones existenciales compartidas –la guerra con los vecinos, la ocupación de los territorios palestinos, la supervivencia de Israel y hasta la omnipresencia del Holocausto en la creación del nuevo Estado–, está libre de m andatos. Este escritor nacido en 1967 en la ciudad de Ramat Gan supo codificar como pocos el estado de ánimo de una generación que asumió la conflictiva realidad de Medio Oriente como algo dado y para siempre. Por ello, sus relatos se concentran en los pequeños logros de la gente común, en sus temores, ambiciones y tribulaciones mundanas.
El reconocimiento de Keret en buena parte del mundo puede entenderse de manera simple: al final, los seres humanos pensamos y sentimos de forma parecida. Hace un par de años, el actor mexicano Diego Luna leyó una serie de cuentos de Keret en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. “Mexicanos e israelíes se parecen. Viven una realidad de mierda pero quieren ser felices”, coincidieron ambos. La suya puede definirse entonces como literatura empática.
Pero si hay algo que caracteriza a los escritores israelíes de cualquier generación, nacionalidad, religión o género, es su carácter multifacético. No existe en Israel la posición inmaculada de encumbrado novelista. Todos ejercen un rol intelectual, opinan en los diarios, critican y son criticados, escriben guiones para televisión, dirigen películas, actúan en ellas, experimentan con el periodismo, el teatro, la música y la literatura infantil. Y Keret no es la excepción.
Entre sus libros, que fueron traducidos a más de 30 idiomas, se destacan Extrañando a Kissinger, Pizzería Kamikaze y Los siete años de abundancia. En 2007 escribió y dirigió junto a su mujer, Shira Geffen, el film Meduzot, premiado en el Festival de Cannes. En 2010 fue condecorado Caballero de la Orden de las Artes y las Letras por el Ministerio de Cultura de Francia.
Keret es docente de las universidades de Tel Aviv y Ben Gurion del Néguev, tiene un hijo de 10 años, Lev, y la intención de seguir escribiendo relatos que puedan ser leídos en cualquier rincón del planeta.