Película de fórmula, artículo de diseño, entretenimiento al paso, producto de marketing. Todas las definiciones le caben a La chica en la telaraña, nueva adaptación de un libro de la saga Millennium, aquella que le dio fama global al escritor y periodista sueco Stieg Larsson a partir de la publicación de la primera novela, Los hombres que no amaban a las mujeres. Esta y sus dos secuelas, todas de títulos interminables (La chica que soñaba con un fósforo y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire), tuvieron sus versiones filmadas en Suecia. Tras el éxito global de libros y películas, David Fincher quiso clonar el negocio en Estados Unidos, pero apenas consiguió adaptar la novela original en La chica del dragón tatuado, con Rooney Mara y Daniel Craig en los roles principales. Mientras tanto en Estocolmo, los herederos de Larsson, muerto en 2004, se sacaban los ojos en la justicia para ver quién se quedaba con la gallina de los huevos de oro. El resultado fueron dos nuevas novelas, escritas por Daniel Lagercrantz, de las cuales la primera, Lo que no te mata te hace más fuerte, es el material en el cual se basó el director uruguayo Fede Álvarez para esta nueva película.
Organizada más que nunca alrededor de la muchacha punk Lisbeth Salander, La chica en la telaraña deja de lado el aire noir al que aspiraba la trilogía sueca, y el dark de la versión de Fincher, para abrazar un destino manifiesto de ciberthriller de acción al palo, mucho más a tono con los gustos del mercado actual. Se trata de otra historia de intriga internacional frenética que reduce el estilo Bourne a sus gestos mínimos, apenas una excusa para volver a ver en acción a esta áspera súper heroína del #metoo. Esta vez Lisbeth debe lidiar con una red de mafiosos rusos que quieren robarle una aplicación bélica que pondría en riesgo la seguridad mundial. Pero también con algunos monstruos de su pasado, los fantasmas que la convirtieron en la torturada vigilante nocturna que sigue castigando a los hombres que no aman a las mujeres. En el medio hay un niño genio medio autista, con el que la protagonista se identifica y al que tiene que proteger.
Si a pesar de sus fórmulas La chica en la telaraña de todos modos resulta atractiva, es porque tiene detrás a un director como Álvarez, a quien no lo inhibe la prerrogativa de filmar con el objetivo de simplemente entretener y no teme cometer algunos excesos con tal de poner en marcha una efectiva máquina kinética. También es cierto que lo que la película gana en velocidad y músculo lo pierde en la ominosa intensidad que había conseguido imprimirle Fincher, o en el espíritu policial más tradicional de las originales suecas. Por su parte, la versión de Salander que interpreta la inglesa Claire Foy tiene un aire menos freaky que la compuesta por Mara en la película anterior. Y al mismo tiempo recupera una estética punk más clásica, pero también más sensible, dejando mucho más expuestos sus traumas y conflictos internos.