La calidad de la información de los medios hegemónicos se deteriora tan rápido como la economía. La desmentida en serie de las fake news fabricadas para desplazar al gobierno anterior y trabajadas entre el subsuelo de la política, los servicios de inteligencia y los poderes judicial y mediático suma desprestigio para todos. Nunca fue tan evidente que la verdad es una construcción social. O más precisamente, del poder social. Pero entre tanta puja por su interpretación, los hechos están allí, diseminados como las piezas de un rompecabezas. Tomemos unas pocas para ver si aparece alguna imagen.
- Un vicepresidente de la Unión Industrial Argentina dijo que sería un suicidio social continuar con este gobierno
- El titular de una de las siempre protegidas terminales automotrices locales afirmó que las inversiones extranjeras tardarán entre 3 y 4 años en llegar y que en el exterior creen que “el país” (decir todos es lo mismo que decir nadie) no es creíble.
- Un desarrollador inmobiliario megamillonario se quejó porque bajo la actual administración muchos empresarios experimentaron fuertes pérdidas patrimoniales. La información no se leyó como que la actual política económica destruye riqueza, sino como el dato de color de que el desarrollador dejó de ser billonario (es decir que su fortuna retrocedió por debajo de los 1000 millones de dólares) y que la crisis le llegaría a todos por igual, proporcionalmente.
- La satisfecha Sociedad Rural difundió esta semana un informe sobre las fuertes pérdidas en la rentabilidad ganadera, que se sumó a las sempiternas quejas por la presión impositiva y la vuelta parcial de las retenciones.
- Empresarios e inversores del exterior ya no ven a los líderes del kirchnerismo como a demonios malignos, sino que se entrevistan con ellos y quieren saber que harán en caso de ser gobierno.
La imagen que surge de estas pocas piezas no es precisamente la de la rotura del bloque dominante, ya que a los principales aliados de clase del gobierno (bancos, energéticas y los medios de comunicación que integraron las telecomunicaciones) les va cada vez mejor. Sí es, en cambio, la imagen de un claro desencanto de la mayoría de los empresarios con el gobierno que surgió de sus entrañas y recursos financieros. También de que ya no descartan de plano la posibilidad del regreso del “populismo”, aunque no lo quieran.
El grueso del empresariado local volvió a chocar con las ilusiones del neoliberalismo. Se dejó llevar por los cantos de sirena de los presuntos beneficios de disciplinar a la mano de obra, bajar salarios, desregular el comercio exterior y devaluar, pero no analizó correctamente el efecto asociado a estas políticas: la destrucción del mercado interno. Destrucción que, vía la megadeuda externa tomada en tiempo récord, se sostendrá en el largo plazo. Los empresarios perdieron de vista el detalle de que el mercado interno son ellos. Son apenas un puñado las firmas que producen exclusivamente para el mercado externo. Además, tanto jugar a “la culpa de los otros” y al discurso del lawfare contra “la corrupción”, perdieron de vista que también la corrupción son ellos, ya que si existe es porque hay sujetos de los dos lados del mostrador. Ahora observan horrorizados como delegados de la SEC (comisión de valores de Estados Unidos) hurgan en sus balances y cómo se desmorona el valor de sus empresas que cotizan en Nueva York. No sólo los tribunales, también el imperialismo podría jugarles una mala pasada. La pérdida patrimonial podría estar apenas en sus comienzos. La fabricada causa de las fotocopias de los cuadernos tendrá un costo que hoy es incalculable.
Que una porción mayoritaria de la elite económica sea analfabeta en materia macroeconómica vuelve a revelarse como una de las tragedias nacionales. Existen herramientas para acercarse a la comprensión del fenómeno, pero ninguna es completamente satisfactoria. Sólo resta el consuelo de que aprendan de la gran crisis en plena gestación, pero es mejor no ilusionarse, ya existió una en 2001-2002 y su efecto en el imaginario empresario duró poco. El sólo hecho de que una parte de la elite siga buscando la continuidad del neoliberalismo, o al menos de un neoliberalismo blando, en la dirigencia del peronismo conservador del interior, muestra que la letra con sangre no entra y que con la misma piedra puede tropezarse hasta el infinito. Significa que siguen creyendo que el neoliberalismo, “si se aplica bien” o “más a fondo”, puede funcionar y que el problema no es sistémico.
Primero las predicciones fueron los segundos semestres y el gradualismo, luego la impasse electoral relajó el ajuste por unos meses y frenó la caída. Tras el estallido del modelo el pasado abril, con el cierre del financiamiento externo, llegó el súper ajuste del FMI. En el presente se propagandiza para 2019 una supuesta recuperación preelectoral en la que pocos creen. El país hace rato que ya no “se salva con una buena cosecha”, el único componente que podría sumar algún impulso el año próximo, ya que el ajuste al que obliga el acuerdo con el Fondo impide predecir la recuperación de los componentes más importantes de la demanda agregada. Empeorará el Consumo, el Gasto y la Inversión. No existe ningún indicio, entonces, para predecir la recuperación del PIB. Para colmo, los estrategas electorales cambiemitas sospechan que el presuntamente exitoso recurso de polarizar con la principal líder opositora no funcionará. Su techo sube tanto como baja el de Mauricio Macri, que salvo en su núcleo durísimo comienza a ser una peste electoral, incluso para los propios, según lo demuestra la amenaza bonaerense de desdoblar elecciones. La predicción real es que frente al duro ocaso económico la única estrategia que le resta al oficialismo es el accionar de su mafia judicial.