El Gobierno insiste con que hay un único camino. Y se empeña en proponer un relato excluyente. Sin embargo, cuando la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner aparece, el sistema político argentino se conmueve. Con opiniones a favor o en contra, la discusión pública adquiere otra intensidad. Porque, junto a ella, vuelve fortalecido el otro discurso, aquel que Cambiemos necesita marginar para instaurar su orden de relato único. Entonces, se produce el pasaje de una democracia de baja a otra de alta intensidad. Un tránsito desde un régimen con pretensión de discurso excluyente hacia otro de confrontación entre dos modelos de país.
Por ello, el Foro Mundial del Pensamiento Crítico, organizado por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), tuvo gran trascendencia: reunió a dirigentes, especialistas e investigadores que expresan el discurso que el neoliberalismo intenta excluir. Una puesta en escena de un relato silenciado y estigmatizado. En ese marco, los puntos más fuertes del encuentro fueron las intervenciones de las ex presidentas del Brasil y de la Argentina, Dilma Rousseff y Cristina Fernández de Kirchner.
Es sabido: es necesario caracterizar las etapas para definir, a partir de ahí, las políticas a implementar. En su intervención, Cristina se refirió a la crisis del Estado de Bienestar como fase del desarrollo capitalista. Desde la caída del Muro de Berlín, ese Estado de Bienestar ha tendido a ser suplantado por la irrupción del capitalismo globalizado, impulsado durante la década del ochenta por los entonces Presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, y primera ministra de Reino Unido, Margaret Thatcher. A partir de entonces se ingresó en la actual fase neoliberal, que es un proceso de recorte de derechos, concentración y aumento de la rentabilidad de los grupos económicos, incremento de la renta financiera y deterioro de las condiciones de vida de la mayoría de la humanidad.
En ese marco, la ex presidenta propuso la construcción de un gran frente antineoliberal con capacidad de enfrentar con éxito a la expresión local de ese poderoso bloque económico, político y social que sostiene al mundo globalizado. Dijo: debemos acuñar una nueva categoría de “frente social, cívico y patriótico en el cual se agrupen todos los sectores que son agredidos por las políticas del neoliberalismo, que no es de derecha o de izquierda.” Y agregó: “No puede ser la división entre los que rezan y los que no rezan. Mala división, también. División que no es ni nacional ni popular, además. Una división, un lujo que no nos podemos permitir, porque en nuestro espacio hay pañuelos verdes, pero también hay pañuelos celestes. Y tenemos que aprender a aceptar eso sin llevarlo a la división de fuerzas.”
En síntesis: reafirmó la necesidad de crear la alianza más amplia posible para generar un cambio de rumbo luego del 9 de diciembre de 2019. Pero, con ello, no negó las categorías izquierda - derecha: también se refirió en su discurso al crecimiento de la derecha xenófoba en todo el mundo, y los problemas de las nuevas expresiones racistas que tiene esa derecha, entre otras cosas.
Hay en estas afirmaciones una paradoja interesante: para que “la parte” triunfe –izquierda, partidarios de los pañuelos verdes, entre otras– tiene que renunciar a actuar electoralmente como parte excluyente. Hay que ejercer la identidad en alianza electoral con otras identidades. Para que una parte triunfe tiene que estar dispuesta a integrar un sistema de alianzas con otras partes. Allí aparecen los diferentes. Y, por supuesto, hay contradicciones entre esos diferentes. La pregunta, entonces, es la siguiente: ¿Cómo se eligen las partes para integrar ese gran frente social, cívico y patriótico? Es sencillo, se elige a las que acuerdan en un punto innegociable: en la reivindicación, como coincidencia principal, de la oposición al proyecto de globalización excluyente que se intenta imponer en nuestro país. Los que están de acuerdo con derrotar al proyecto neoliberal son los integrantes potenciales de esa alianza amplia.
Allí nace otra paradoja: muchos de los que cuestionan la no utilización de la palabra “izquierda” lo hacen discutiendo un discurso, el de Cristina, que elige como contradicción principal la oposición inclusión-exclusión o igualdad-desigualdad. Es decir: se trata de un discurso que no utiliza la palabra izquierda pero no contradice sus contenidos. Seguramente, la categoría “Pueblo” que propone la ex presidenta busca la mayor amplitud posible con el fin de alojar en ella todas las partes dispuestas a enfrentar al proyecto que gobierna en la Argentina. Partiendo de la contradicción principal con el neoliberalismo, esa categoría amplía alianzas sin reducir necesariamente contenidos políticos.
Los procesos de unidad son iniciativas de construcción de acuerdos entre parecidos, no entre iguales. Porque los iguales ya están integrados, no necesitan hacer alianzas, ya forman parte de la misma identidad. En cambio, cuando la confluencia es con parecidos hay que asumirlas diferencias, hay que asumir que no pensamos igual en todo, que puede haber aspectos en los que no habrá coincidencias plenas y otros en los que será necesario transitar por ciertos campos de tensión y de búsqueda de acercamientos. Y ese es el sentido de las alianzas.
Proponer una alianza lo más amplia, plural y diversa posible es proyectar la creación de una alternativa realmente ganadora con vistas al 2019 y, para ello, es necesario asumir que esa construcción no será homogénea, que contendrá en su seno matices que incluso pueden acentuarse a la hora de la toma de decisiones. Pero ése es un problema para después.
Por supuesto, esa alianza amplia no se define sólo por la negativa, por su carácter antineoliberal. Además lo hace por la positiva: expresa un contenido programático que marca los límites de ese acuerdo amplio y define un proyecto de país alternativo.
Desde nuestra visión, se trata de acordar, entre muchas otras cuestiones, la construcción de un modelo de país que vuelva a impulsar un Estado presente en oposición a un “Estado canchero” que sólo interviene para que las corporaciones expandan sus negocios con máximos beneficios.
Un país con paritarias libres en las que los salarios le ganen a los precios y no donde esas negociaciones se condicionan para que los precios les ganen a los salarios. Un país en el que los servicios públicos sean accesibles para todos y no un negocio para pocos. Un país que impulse la integración nuestro americana y la alianza con otras naciones para, desde allí, intervenir en el contexto global, y no un país inserto en el mundo sin ninguna protección. Un país donde la República y sus instituciones funcionen de manera soberana, y no sometidas a las exigencias del Fondo Monetario y otros organismos internacionales. Un país con inclusión social y distribución de los ingresos y no un país que excluye y concentra la riqueza en pocas manos. Un país que priorice la defensa de los derechos humanos, el impulso de la perspectiva de género y el respeto de la diversidad sexual y no un país donde se reducen al mínimo los presupuestos para estas políticas. Un país que aporte recursos a la educación y a la ciencia y a la tecnología y no un país que apuesta al ajuste fiscal y la reprimarización de la economía. Un país que defienda la producción nacional, las pymes, las economías regionales y el trabajo argentino y no un país que se abre a importaciones que destruyen nuestro entramado productivo.
Se trata de construir un frente social, cívico y patriótico con una base de acuerdos suficientes, que se estructura en oposición al neoliberalismo y en un programa que propone otro modelo de país.
* Presidente Partido Solidario.