La escritura como forma de expresión, como herramienta ordenadora, como sanación. Los hijos e hijas de genocidas reconocieron todos esos usos en la posibilidad de contar sus historias de vida a través de la palabra. Fue ayer, en el marco del primer encuentro internacional que organizaron como colectivo Historias Desobedientes, que nuclea a familiares de genocidas por la Memoria, la Verdad y la Justicia. Allí celebraron, en una mesa especial durante la segunda jornada del encuentro junto a familiares de miembros del nazismo y represores de Chile, el lanzamiento del libro Escritos Desobedientes, que compila textos escritos por cada uno de ellos y, por eso, sus historias. “Refleja el nacimiento de una voz nueva y colectiva”, postuló Liliana Furió en relación con la publicación, editada por Marea.
Furió es una de las integrantes fundadoras de Historias Desobedientes y fue una de las organizadoras sin descanso del primer encuentro que ideó y llevó a la práctica el colectivo y que ayer sirvió de plataforma de presentación formal del libro con cuentos, ensayos, poemas, y publicaciones de blog entre otras cosas en el que los integrantes expresaron, ordenaron e intentaron sanar sus propias historias. “El libro tiene una significación importantísima para nosotros porque refleja el poder que la palabra tuvo en la ruptura del silencio no sólo hacia dentro de nuestras familias sino también hacia la sociedad”, amplió la referente sobre Escritos desobedientes. Y completó: “Refleja el nacimiento de una voz nueva y lo que es más importante, colectiva. Porque cada uno de nosotros la militó en soledad desde mucho antes, pero la soledad es difícil, es vergonzante. Decir todo esto que estamos diciendo no podemos hacerlo de otra manera que no sea colectivamente”.
La mesa de presentación fue coordinada por Analía Kalinek, otra de las integrantes de Historias Desobedientes y contó con las exposiciones de Alexandra Senfft, nieta de un genocida nazi; Vittoria É Natto, hija de un genocida chileno; Florencia Jibaja Álbarez y Carolina Bartalini, coordinadora y editora de la publicación, y Lizi Raggio, otra de las “desobedientes”. Las oyó una sala repleta –el encuentro ayer se desarrolló en la sala 3 de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, sede Santiago del Estero– de hombres y mujeres argentinos y de otros países. Más temprano hubo mesas sobre el colectivo Historias desobedientes y sobre mandatos, patriarcado y ley del padre. El viernes, en el espacio Memoria que funciona en la Escuela de Mecánica de la Armada hubo recorrida por el museo sitio de memoria –el casino de oficiales donde estuvieron secuestradas las víctimas– y una charla con Senfft.
Al frente prestaron atención el defensor general de la Ciudad de Buenos Aires, Mario Kestelboim; el investigador Daniel Feierstein, el periodista Robert Cox, fundador del diario Buenos Aires Herald. También Adriana Taboada, de la Comisión por la Memoria, la Verdad y la Justicia Zona Norte y la sobreviviente del centro clandestino Puente 12 Cristina Comandé, entre varios otros. También estuvo la Madre de Plaza de Mayo-Línea Fundadora Nora Cortiñas, quien recordó aquellos días en los que las Madres dudaban de hacer contacto con el flamante colectivo. “Teníamos miedo de que hacer contacto con ellos fuera encaminarnos hacia la reconciliación”, reconoció. Y evocó que, a pesar del temor, “fuimos conversando entre nosotras y empezamos a dudar de que quizá no fuera tan así y decidimos escucharles, recibirles”. El primer contacto de ella con el colectivo fue en Mar del Plata, mientras una y otres se hallaban nutriendo las protestas de vecinos y organismos de derechos humanos locales para que el genocida bonaerense Miguel Etchecolatz, beneficiado entonces con prisión domiciliaria, regresara a la cárcel de Ezeiza. “Estoy muy conmovida”, saludó el encuentro.
La presentación del libro fue inaugurada por la referente y escritora alemana, quien realizó una breve introducción y luego leyó un fragmento de su libro La sombra larga de los genocidas, en el que vuelca no solo su historia sino que detalla el proceso por el que atravesó desde que decidió “rebelarse” con la historia familiar, dejar de justificar a su abuelo –el embajador nazi en Eslovaquia Hanns Ludin– como un buen hombre “víctima de su tiempo”, como sostuvo en la entrevista que este diario publicó el sábado, y reconocer su participación en el genocidio. El texto de Senfft habla de la “tortura” que implica el silencio para los integrantes de las familias de genocidas y, mientras la cineasta Julie August lee su traducción al español, Kalinek, Furió y el resto de los integrantes de Historias Desobedientes asienten como reconociéndose en la comparación. La escritora, que antes que escritora fue periodista, reconoce, a su vez, en la escritura la vía de expresión que necesitaba cuando los diálogos familiares se convirtieron en muros. “En la mayoría de las familias alemanas reina el silencio todavía, lo que facilita y explica el resurgimiento del neofascismo”, advirtió.
Luego, el chileno Osvaldo Pepe presentó a Vittoria É Natto, a quien encontró en su país mientras buscaba cómo y con quién construir en espejo un colectivo de desobedientes trasandinos. Natto –que al igual que Pepe, se cambiaron el apellido de sus padres, agentes del pinochetismo– también leyó uno de los poemas que integran su libro La hija de un torturador. En él narra lo que ocurrió con ella el día que cumplió 9 años. Ese día empezó a escribir, confesó. Ese día secuestraron a su mamá, que era simpatizante de Salvador Allende e integraba una lista de “subversivos” a los que la dictadura de Augusto Pinochet perseguía hasta matar. Su padre, agente de Inteligencia de la Marina de esa dictadura, sabía que su mamá integraba esa lista. “Él la entregó”, repuso ayer Natto.