La definición de la Libertadores empezó a morirse cuando el ómnibus con el plantel de Boca enfiló hacia el embudo del boulevard Lidoro Quinteros y Avenida del Libertador. La Policía de la Ciudad lo guió con sus motociclistas hacia una trampa. En esa esquina había varios centenares de hinchas de River. Barrabravas o no, recibieron a piedrazos y botellazos al micro en el espacio abierto de esa ochava, a un puñado de metros de la trayectoria que seguía el bus ploteado con el escudo xeneize.
Ahí no había efectivos de seguridad de ninguna fuerza. Y si aparecieron de manera tardía fue para empeorar una situación que habían generado sus superiores. Arrojaron gases que invadieron el pasillo y los asientos del transporte que llevaba a los jugadores visitantes hacia una emboscada. ¿Planificada o espontánea? A esta altura parece difícil responderlo con datos definitivos. Los vidrios de las ventanillas volaron en pedazos. Una, dos, tres y más veces. Pablo Pérez recibió una herida en la córnea. El juvenil Gonzalo Lamardo fue otro de los peores damnificados. Más futbolistas sufrieron cortes superficiales. Un rato después Pérez y Lamardo terminaron en la clínica Otamendi. Era el principio de un desastre evitable, aunque en el fútbol argentino nada está garantizado. Si algo tiene que salir mal, saldrá mal. Ley de Murphy pura.
Esquirlas
El ómnibus de Boca que partió de un hotel en Puerto Madero había hecho su recorrido con normalidad hasta Libertador y Monroe, la tercera calle que hace esquina con Lidoro Quinteros. Un vecino tomó imágenes desde un piso alto que se repitieron en las redes sociales. El micro iba a considerable velocidad por la avenida hasta que tuvo que aminorar la marcha para doblar por el boulevard. Ese fue el punto neurálgico del ataque. Producido hacia los dos laterales del bus. El plantel boquense venía cantando “en la cancha de River vamos a ganar y la vuelta vamo’ a dar” hasta que los vidrios empezaron explotar en esquirlas. Otro video tomado en el interior del transporte refleja el instante en que es herido Pablo Pérez en su ojo izquierdo. En un par de filmaciones más se ve cómo el ómnibus pasa rodeado de hinchas que insultan, toman imágenes con sus celulares y otros –los menos– arrojan piedras corriendo desde Libertador hacia Lidoro Quinteros. Son los que le aciertan al micro y rompen varias de sus ventanillas. En uno de los videos también se ve cómo corren después por Monroe hacia la calle Montañeses.
Un audio se sumó a la andanada de imágenes circulantes por WhatsApp y da una pista de lo que puede haber pasado. La voz de un hombre joven dice: “Ayer lo agarraron a Caverna con 7 millones de pesos y 300 tickets, ¿viste? Los 300 son los que tienen para que entren 300 personas que son la barra. La barra no iba a entrar hoy (por ayer). A Caverna no lo llevaron preso pero le sacaron los 7 millones la Policía, lo dejaron en libertad. Y el chabón les dijo que si no entraba la barra no se jugaba el partido. Y ellos saben, están todo el día en el club. ¿Cómo suspenden el partido? Lastimando a los jugadores y, ¿en dónde viajan los jugadores?, en el micro. Está todo armado. La policía llevó a los jugadores por donde estaba la gente. Vos te pensás que ahí no estaba ninguno de los 300 que no podía entrar a la cancha…”.
El testimonio puede ser vital para entender por qué pasó lo que pasó. A no ser que se trate de una prueba plantada. De una grabación que serviría para perjudicar a alguien por los servicios dispuestos a todo servicio. Alude a Héctor Godoy, alías Caverna, el jefe de la barra brava de River desde 2009. Alguien que de changarín pasó a ser una especie de gerente del tablón. Con múltiples causas en su contra, es investigado por el fiscal Norberto Brotto por la reventa de entradas. Lo habían allanado en su casa de San Miguel un día antes de la final. Por eso la hipótesis de la vendetta no parece trasnochada. Administra los millones que puede generar el fútbol desde el liderazgo en una tribuna. Un mercenario con sólidos contactos en el club y fuera de él. Se sabe de la connivencia entre este tipo de personajes y la policía. Un vínculo que provoca a menudo hechos como el de ayer.
La trampa inducida contra los jugadores de Boca igual resultó muy gráfica. La custodia de esa zona estaba asignada a la Prefectura. Sus efectivos habían operado en ese lugar momentos antes de que pasara el micro de Boca. Habían arrojado gas lacrimógeno y pimienta sobre hinchas que iban hacia el estadio Monumental. Una fotografía ilustra uno de esos momentos en un desbande. La participación de los prefectos involucra ya no exclusivamente al ministro de Justicia y Seguridad porteño, Martín Ocampo, el principal responsable del operativo que derivó en un bochorno. También a la ministra del área, pero a nivel nacional: Patricia Bullrich (ver aparte). Se suponía que la esquina donde se produjo el ataque al bus debía estar acordonada por la Prefectura. Pero como denunció más tarde el dirigente boquense Marcelo London en el Monumental “no- sotros no veníamos a una guerra. No estaban colocados ni los fenólicos que ponen siempre”.
Conductor
Un testimonio clave lo aportó el chofer del ómnibus que resultó herido. Declaró en el canal ESPN: “Agarró el control del micro Paolini (por uno de los vicepresidentes de Boca) hasta que yo reaccioné de vuelta y traté de hacer lo posible para traer a los muchachos acá. Pudo haber sido una tragedia. Me acuerdo cuando vi las piedras, después no me acuerdo nada. Reacciono de vuelta, manoteo el volante fuerte y digo ‘estoy bien’. Fue un momento que me quedé sin aire”. También sugirió que “para mí la zona estaba liberada”. Porque explicó que tras el ataque en Libertador y Quinteros y luego de pasar la rotonda que tiene el boulevard (a tres cuadras de la cancha) “nos esperaba un ejército”.
La violencia no tuvo como exclusivos participantes a un grupo de barrabravas desbocados por perder un negocio o a hinchas que arrojaron proyectiles contra un micro indefenso. Tampoco a la mujer que fue filmada mientras adhería bengalas al cuerpo de una nena para evitar el cacheo en el ingreso al estadio. A las puertas del Monumental y sobre todo en el sector de acceso a la tribunas Centenario y Sívori, la policía no discriminó a la hora de reprimir. Hubo corridas, palazos, muchos hinchas golpeados, criaturas que lloraban y padres que no sabían cómo hacer para consolarlos. Los efectivos que responden al secretario de Seguridad porteño Marcelo D’Alessandro –quien sigue en jerarquía al ministro Ocampo– no hicieron diferencias entre el público con entradas y el que merodeaba la zona intentando colarse. Les pegaron a todos por igual cuando se acercaban a las vallas tratando de entrar.
Hoy deberán repetir el mismo camino si quieren ver la cuarta final. Será un riesgo. La primera fue suspendida por el mal tiempo el sábado 10 de noviembre. La segunda terminó 2 a 2 en la Bombonera al día siguiente. La tercera quedó trunca ayer por los piedrazos al micro de Boca. ¿Podrá jugarse la cuarta que se programa?