¿Hay algo más falso que unas palmeras de plástico dentro de una pecera? Homecoming abre con ese plano y en menos de dos minutos dará su propio veredicto. Sí, existe un entorno tan artificial e incluso con mayor claustrofobia que aquel: el edificio donde se encuentra ese recipiente y se asiste a veteranos de guerra para reinsertarlos en la sociedad. La producción, estrenada por Amazon Prime Video a comienzos de mes, conjuga varios elementos que la vuelven singular incluso para esta época saturada de series. Empezando por una actriz top de la gran pantalla volcándose a una propuesta on demand, le siguen la temática y su temporalidad de media hora, los cambios de aspecto estético, sus trucos narrativos y hasta los créditos, que proponen un juego donde mandan la confusión y el extrañamiento. Eso también corre para el espectador, que terminará sintiéndose atrapado como el pez que nada entre palmeras de plástico.
Heidi Bergman (Julia Roberts) trabajó como consultora para el centro que le da nombre a la ficción. Es un lugar de transición para los que estuvieron en combate antes de volver de lleno a la civilización. Aquí los soldados cuentan su experiencia para lidiar con el estrés post traumático de la guerra. La rutina de sesiones de terapia, pastillas y actings de entrevistas laborales no funcionó bien para Walter Cruz (Stephen James). El quid de Homecoming pasa por ese caso y desentrañar el sistema de mamushkas sobre el que operaba la empresa contratada por el gobierno para tratar a la milicia. En el futuro, un auditor del ejército (Shea Whigham) querrá saber los motivos por los que se elevó una queja formal y esa asistente social dejó un puesto bien remunerado para trabajar como mesera. Las preguntas no terminan allí e irán creciendo en tono y espacio en la que todos parece ser elusivos sobre su identidad y realidad. Más que mentir, la misma Heidi podría tener sus lagunas de memoria. ¿O sabe demasiado en relación a todo el proceso del que fue parte? Otros personajes intrigantes son la madre de Heidi (Sissy Spacek) y el jefe del misterioso grupo Geist (un desbocado Bobby Cannavale).
Nada en Homecoming tiene que ver con una bienvenida y la puesta en escena va desmontando ese teatro de operaciones. La historia está dividida en dos tiempos y pervierte lo que se puede entender por thriller psicológico. Abona su in crescendo con críticas sobre los intereses corporativos y el modo en que el poder opera sobre los individuos. Eli Horowitz y Micah Bloomberg, los creadores de la serie, saben exactamente el lugar que ocupan El francotirador y Nacido para matar, por mencionar algunas obras acerca de los traumas generados por la milicia, como que no había nadie más acertado que Sam Esmail para dirigir íntegramente sus diez episodios. El orfebre de Mr. Robot tiene el know how en programas raros sobre bichos raros que incluyen algunas cuotas de un humor bien retorcido. Un pelícano puede interrumpir una sesión, una charla sobre el sabor del ananá deriva en la pelea entre dos veteranos, el burócrata que trabaja para el departamento de Defensa podría ser paradójicamente el único héroe en este lío.
Homecoming nació como un podcast ficcional y aunque expanda el rango con visuales muy elaboradas, se mantiene el cuidado en diálogos, la intimidad y las agendas secretas. Como en la maniática Legion, esta producción recurre a una desbordante gama de recursos técnicos para contar la historia: angulaciones extravagantes, montajes paralelos, planos secuencias, pantallas partidas, blureo de contornos. Quizás el más explícito de todos sea cambiar el ratio –el aspecto de la pantalla– entre el pasado y el futuro: unas escenas ocupan toda la pantalla y las otras se lucen en un formato restringido similar al video vertical de un móvil. Encierros, maniatados, verdades elusivas y peligros por explotar. Con esta nueva apuesta, Esmail pide a los gritos hacer su remake de El embajador del miedo, esa fábula conspiranoica sobre lavados de cabeza. O quizá lo haya hecho encriptadamente con otro nombre y le exige a la audiencia que se despierte de su mal sueño.