Desde Guadalajara, México

El coleccionista de detalles, el escritor feliz que confiesa que la literatura es su única religión, aunque antes fue pintor, se preparó toda su vida para la soledad de la escritura. Orhan Pamuk, Premio Nobel de Literatura, participó de varias actividades en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL). Cuando el escritor turco sacó su teléfono celular para filmar al público que llenó la sala Juan Rulfo, el sábado a la tarde, la gente empezó a aplaudir y a celebrar que Pamuk quisiera conservar imágenes del afecto mexicano durante la presentación de su novela La mujer del pelo rojo (Literatura Random House Mondadori), la historia de un maestro pocero y su joven aprendiz Cem, que en un pueblo en las afueras de Estambul en 1985 son contratados para encontrar agua en una llanura estéril. La trama, narrada en tres partes con distintos narradores y en diferentes períodos temporales, indaga en dos mitos fundacionales de la culturas de Occidente y Oriente: Edipo Rey de Sófocles y la historia de Rostan y Sohrah, del poeta persa Ferdousí en la epopeya del Shahnameh o Libro de los Reyes.

Aunque Pamuk no quiso que lo entrevistaran los periodistas en Guadalajara, aceptó realizar una conferencia de prensa, acompañado por su editor español Claudio López Lamadrid. 

–La mujer del pelo rojo le dice a Cem en la primera parte de la novela: “En este país tenemos muchos padres. El padre Estado, Dios padre, el padre ejército, el padrino de la mafia... Aquí no se puede vivir sin padre”. ¿Qué consecuencias políticas y culturales tiene para Turquía el hecho de que no puedan vivir sin un padre?

–La novela es muy política. En 1988 estaba tratando de terminar El libro negro en un lugar cerca de Estambul. A finales del verano, en agosto, tenía un vecino pocero exactamente como el de la novela, que tenía un aprendiz que pensé que era su hijo; había una relación de este hombre que era muy fuerte, pero también era tierno y amistoso. Como eran mis vecinos, me empezaron a pedir agua, electricidad, y lo que vi fue interesante para mí y se quedó conmigo porque en el día era muy atento con el niño, pero también lo maltrataba bastante. Mi padre era autoritario, nunca fue amistoso y cercano como lo era ese padre pocero, y entiendo que los amigos de mi padre también eran autoritarios. Mi padre era un padre ausente y el hecho de que él no estuviera cerca fue liberador porque no me presionaba. Está la idea del padre que te cuida y el que te aplasta; es una relación de antinomia. Esta historia estuvo en mi mente por mucho tiempo y decidí escribirla cuatro años atrás. En ese entonces, las políticas en mi país se habían tornado muy autoritarias. La gente en mi país quería esta clase de padre; es una metáfora para el pueblo turco en que el Estado es como un padre.

La escritora y presidenta del PEN Internacional, Jennifer Clement, explicó durante la presentación de la última novela de Pamuk que en La mujer del pelo rojo hay “discusiones profundas acerca de las relaciones padres e hijos”. A Pamuk le gusta explorar el “amor a primera vista”. El escritor turco precisó las razones profundas del interés por este tema. “El amor a primera vista implica que uno se enamora sin conocer gran cosa del otro, porque él o ella es excepcionalmente hermoso. Ponemos el amor a primera vista en un pedestal en las sociedades islámicas, donde los chicos y chicas no se juntan antes de casarse. Para poder casarse tienen que adorar al otro: ¡lo vi dos minutos y me enamoré! Tengo que casarme con alguien que vi hace dos minutos; así lo justifican. Pero lamentablemente soy un escritor realista. El amor a primera vista coloca esa retórica azucarada del amor en el corazón del matrimonio: la chica quiere casarse y luego dice que es amor a primera a vista, no dice este es el mejor candidato”. Los temores básicos de la humanidad, para Pamuk, no son sólo por cuestiones económicas. “Una vez que tenemos alimentos, casa y trabajo, una vez que tenemos las necesidades básicas cubiertas, aparece la vanidad o el problema de nuestra identidad en el mundo. No hay literatura sin estos temas; la literatura es una representación de la representación que otros hacen de nosotros mismos. A la gente le preocupa cómo otra gente piensa y esta conciencia existe en todas las naciones y en todos los grupos que piensan que no se les representa correctamente. La historia pesa en nuestras vidas, pero podemos darle la espalda e inventar un mundo nuevo. No somos esclavos de la historia, pero conociendo la historia también nos liberamos”, advirtió Pamuk, que no esquivó la pregunta más polémica, cuya respuesta hace tiempo que evitaba, sobre la concesión del Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan el año pasado. “Me preguntaron esto tantas veces; todo el mundo ama a Bob Dylan en Estados Unidos. Cuando dibujaba y estaba aburrido, escuchaba su música todo el tiempo. ¡Claro que también me gusta Bob Dylan! El problema es que con sinceridad fue un error. El premio Nobel debe darse a la literatura, a las personas que escriben”.

El pozo y la aguja

Pamuk dialogó ayer con el escritor mexicano Jorge Volpi en la apertura del Salón Literario Carlos Fuentes. “Me considero a mí mismo un escritor feliz, pero a lo mejor no soy una persona feliz. Celebro mi cuadragésimo aniversario como escritor, quizá me veo joven, pero no empecé a escribir ayer”, bromeó el autor de las novelas Me llamo Rojo, Nieve, El museo de la inocencia, Una sensación extraña y la autobiografía Estambul. Ciudad y recuerdos, entre otros títulos. “Cuando hablo de escribir, lo primero que me viene a la mente es una persona que se encierra en una habitación, se sienta delante de una mesa y mira hacia a su interior. Esta persona construye un mundo nuevo con las palabras. Cuando agrego lentamente palabras nuevas a la página en blanco, siento que estoy creando un mundo nuevo, de la misma manera que una persona construye un puente piedra por piedra, palabra por palabra. Hay un dicho en Turquía que habla de ‘cavar un pozo con una aguja’; me parece que se acuñó pensando en el trabajo y en la paciencia de los escritores. Un escritor debe tener la capacidad artística de contar sus propias historias como si fueran la historia de otros o contar la historia de otros como si fueran propias”.

 Como muchos otros autores, al principio Pamuk escribía acerca de las personas que conocía y los lugares donde había crecido. Entonces no se consideraba un escritor estambulí, hasta que empezaron a traducirlo a otros idiomas y lo llamaron de esta manera. “Después de un tiempo, en los últimos diez años, quería decirles a los escritores que soy un escritor de Estambul. Cuando nací, en Estambul había 2,5 millones de habitantes, ahora hay 17 millones. ¿Hay en el mundo otro escritor que haya atestiguado que su ciudad ha crecido tanto? Sí, aquí en México, Carlos Fuentes”.

Como en sus primeros libros aparecía la ciudad de Estambul que vivió durante su infancia, lo calificaron de narrador “nostálgico”, pero él aclaró que no promueve un Estambul “antiguo” y reconoció que cambió su percepción cuando leyó a Borges, un escritor que le enseñó a tratar la literatura antigua “como una especie de metafísica”. El escritor turco enumeró sus principales influencias, entre los que destacó a Italo Calvino, Thomas Man, Fiodor Dostoievski y León Tolstói, “los más grandes novelistas” que ha leído una y otra vez. “Cuando se conoció el boom latinoamericano, apenas iniciaba mi posición como autor y me sentía demasiado provincial. Pero el   boom me ayudó a decirme a mí mismo que puede haber un boom literario musulmán, así como un boom latinoamericano. ¡Cielos santos, los latinoamericanos lo hicieron!”. Cuando leyó a Juan Rulfo en inglés, porque todavía no estaba traducido al turco, quedó muy impresionado. “Me abrió los ojos; Rulfo tiene algo extraño y diferente a la hora de ver a los pequeños pueblos”.

¿Por qué escribe Pamuk? Hay muchas respuestas posibles relacionadas con el placer, pero también con la insatisfacción. “Escribo porque tengo una necesidad innata de escribir, porque quiero leer libros como los que escribo. Escribo porque me encanta estar encerrado escribiendo todo el día, escribo porque quiero que todo el mundo sepa qué tipo de vida llevamos en Estambul, escribo porque amo el olor del papel y de la tinta. Y escribo porque amo la literatura. Cuando me preguntan, señor Pamuk, ¿cuál es su religión? Yo siempre contesto que mi religión es la literatura”, afirmó y la multitud que lo escuchaba estalló en aplausos. “Escribo porque me gustan que me lean, porque una vez que inicio una novela o ensayo espero terminarlo. Escribo porque tengo la creencia infantil de la inmortalidad de las bibliotecas; hay tantas razones por las que escribo, pero hay una razón final: porque deseo escapar de mi sueño de que existe un lugar al que tengo que ir, pero no logro llegar ahí. Escribo porque quiero ir a ese lugar, escribo porque nunca logro ser feliz. Escribo para ser feliz”. ¿Cómo se convierte la memoria en escritura?, quiso saber Volpi. “Existe una correspondencia entre recordar e inventar. Todo lo que recordamos son actos de la imaginación; por esa razón no confío en las historias oficiales y creo que tenemos que inventar nuestras propias historias”, sugirió Pamuk.

Aunque la historia de Turquía aparezca como trasfondo en gran parte de su ficción narrativa, no se considera un escritor histórico. “Hay escritores que inventan una historia alternativa porque la historia oficial no es buena. Esto es respetable; pero no es recomendable para crear buena literatura. Yo acudo a la historia por una imaginación romántica y la utilizo de manera diferente, pero me doy cuenta de que al final algo histórico hay en mis novelas. Mi interés en la historia no es utilitario. Me interesa la historia porque le da poder a mi imaginación”, subrayó Pamuk, y planteó que “una novela es una galaxia de detalles” que acumula el escritor para la arquitectura narrativa.

“No es que existe un personaje primero y se traga luego los detalles.

Yo tengo todos los detalles y tengo que encontrar personajes que sigan estos detalles”.

El presente político de su país natal le duele mucho. “La política turca es un tema muy triste –admitió el escritor, que suele pasar largas temporadas en Estados Unidos, donde enseña en la universidad de Columbia–. Hay una especie de democracia en Turquía; es cierto que el pueblo turco decide quién va a ser el presidente, pero no hay democracia sin libertad de expresión. Algunos de mis amigos escritores están en la cárcel por sus ideas, por lo que escriben y piensan”.