Este fin de semana se vio clarito, y lo vio el mundo entero: la Argentina primermundista y globalizada de oligarcas, empresarios trasnacionalizados, neoliberales y contentos que prometieron un paraíso, es un fiasco. Tanto que el mejor chiste que circuló en las redes después de la batalla de Núñez fue una foto de Merkel, Trump, Xi Jinping y otros gobernantes del mundo acordando, preocupados: “¿Y si mejor no vamos? ¿Quién le avisa a Mauricio?”
En sólo tres años, la destrucción del país que ejecuta un funcionariado de ladrones, corrupt@s y violent@s que manipulan al lumpenaje que constituye el universo de barrabravas, y bestializan a las llamadas “fuerzas de seguridad”, es tan evidente como que el agua moja.
Las consecuencias de tanto cinismo y mentira organizada son inocultables y crecientes: las brutales muertes de Martín Licata en Flores, Rodolfo Orellana en Villa Celina y Marcos Soria en Córdoba –tres jóvenes vidas en una sola semana– son una especie de prolongación de la criminalidad permitida a fuerzas policiales desaforadas como las que mataron a Santiago Maldonado y Rafael Nahuel en la Patagonia, y en Jujuy matan lentamente a Milagro Sala.
Estos tipos siembran odio por doquier y en todos los modos, a la par que estimulan resentimiento en miles, quizás millones, de argentin@s jodidos y maltratados a fuerza de tarifazos y destrucción del sistema productivo y el trabajo. Ayer, en las calles de Núñez, todo eso se vio clarito. Y la película no ha terminado ni mucho menos.
Y así en la tierra como en el cielo, se verá también en los próximos días y semanas, si esto sigue así, con el perverso e inducido conflicto de Aerolíneas Argentinas que provoca el Gobierno en favor de los intereses empresariales de sus propios funcionarios.
Aparte de inconcebibles sueldos gerenciales de casi medio millón de pesos por mes, y de una reciente indemnización de 15 millones a un ex gerente comercial, los sindicatos denuncian que en octubre la conducción gubernamental de la empresa no sólo no llamó a paritarias obligatorias para negociar salarios hasta septiembre de 2019, sino que además exigió eliminar conquistas gremiales para así beneficiar a las compañías low-cost. De las cuales, cabe consignarlo, serían copropietarios varios ministros y funcionarios e incluso miembros y amigos de la familia presidencial.
Frente a estas decisiones que inexorablemente inducían a conflictos, los cinco sindicatos del sector convocaron a un paro con anticipación, a fin de que el ex ministerio y hoy Secretaría de Trabajo ordenara la conciliación obligatoria como manda la ley. Lo cual el Gobierno prefirió eludir, evidentemente para provocar mayor descontento entre los trabajadores y forzarlos a una huelga que enfurece a decenas de miles de contentos usuarios y los pone tajantemente en contra de la supervivencia de la compañía. Y yendo más allá, suspendió a casi 400 trabajadores por participar en asambleas en los dos aeropuertos porteños.
Es obvio –y así lo señalan todos los medios, incluso oficialistas– que lo que se busca es profundizar el conflicto, y violentarlo en lugar de resolverlo pacíficamente. Podría cuestionarse en este punto cierta cerrazón dirigencial aeronáutica, que se estaría prestando así a los perversos objetivos de un Gobierno que es más que obvio que quiere desprenderse de la compañía de bandera. Pero también es verdad que esas dirigencias no pueden claudicar, y que están expuestas a una infame campaña mediática para desprestigiarlos, porque el macrismo todo lo que quiere es el liso y llano cierre de la empresa, cuyas rutas serán un botín para las low-cost que fogonean el conflicto ofreciendo “colaboración” e “ideas” según se ha hecho público, por la miserable razón de que ese mismo funcionariado es parte interesada en el desguace.
Lo que quieren, parece obvio, es quedarse con los principales destinos e imponer al sector regulaciones blandas y baratas, sin garantizar mejor servicio. Como ya se ha visto desde que llegaron al país y todos –absolutamente todos– los incidentes aeronáuticos les correspondieron a ellas. De ahí la mentira que sólo los necios contentos creen: que los servicios aéreos van a mejorar y parecerse a los europeos. Cuyas compañías low-cost de ninguna manera son mejores a las de banderas.
El conflicto no tiene modo de resolverse ya que fue el mismísimo presidente Macri quien lo provocó, con declaraciones insensatas como que “Aerolíneas se debe autosustentar” ya que “todas las demás líneas aéreas no requieren que el Gobierno ponga plata”. Sofisma perfecto típico de mente simple o marrullera.
Y a la vez engaño, porque es un hecho que todas las aerolíneas de bandera del mundo son necesariamente deficitarias, ya que su razón de ser y misión principal es la conectividad y no la rentabilidad. Por eso vuelan adonde las aerolíneas privadas no vuelan. Y en el caso argentino, y no sólo por nuestra glorosa historia aeronáutica, es fundamental esa conectividad porque varias provincias quedarían aisladas sin los servicios deficitarios de AA y, en particular, la extensa Patagonia también, pues los vuelos se concentrarán sólo en los muy rentables sitios turísticos.
Este conflicto que afecta al transporte en los cielos argentinos es igual, en su etiología profunda, que el muy terráqueo y porteñísimo despelote futbolero que oficializa la violencia en un país con la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser.