El diseño de un mercado mundial único, integrado bajo las reglas de libre comercio, está hoy cuestionado. El formato de lo que se dio en llamar la globalización, un armado impulsado principalmente por Estados Unidos, está siendo bombardeado nada menos que por el gobierno de la nación que le dio aquel primer empuje. La compaña profundamente proteccionista que lanzó Donald Trump desde su llegada a la Casa Blanca tuvo su punto más alto en las amenazas de guerra comercial con la otra gran potencia económica y militar: China. Esta disputa tiene una expresión abierta en el comercio, con subas de aranceles y advertencias de interrumpir el acceso a productos provenientes del país rival, pero también tiene otras expresiones más solapadas, como la pelea por la intervención en contratos de obra pública en determinadas regiones del mundo que Estados Unidos considera aliadas suyas y en las que China ha logrado poner un pie. Y a veces, los dos. América latina, y en particular Argentina y Brasil, responden a esa caracterización. Mientras que el tema de las relaciones comerciales entre Estados Unidos y China, que hacen al equilibrio o la inestabilidad económica mundial, atraen el mayor interés de la Cumbre del G20 que tendrá lugar en Buenos Aires en menos de una semana, Argentina parece transitar hacia esa instancia casi desconociendo ese eje y alentando una apertura comercial que, en el actual contexto, asoma como poco menos que suicida.
“Estados Unidos decretó la guerra comercial a China y el gigante asiático responde al nivel de la agresión y con iniciativa mundial por instalar su moneda en la disputa global. La mundialización del yuan actúa contra la hegemonía del dólar en el sistema monetario”, señaló el especialista en economía internacional Julio Gambina este fin de semana en su blog. Más allá de sus modos excéntricos, la reacción de Trump responde a una lógica. El replanteo de la lógica del reparto de roles en la economía mundial a partir de la globalización tiene su razón de ser en un déficit comercial que ya supera los 400 mil millones de dólares anuales para Washington, una cifra que incluso para Estados Unidos es insostenible. China, paradójicamente, quedó como nación más favorecida por las redefiniciones que produjo la estrategia del libre comercio global –aunque no hubiera potencia que aplicara el esquema sin restricciones–. Curiosamente, el gigante asiático quedó convertido en el abanderado del libre comercio.
El factor principal, en ese caso, fue la capacidad de relocalización productiva que las grandes corporaciones industriales supieron aprovechar para bajar costos y rediseñar su logística. Porque en pocos años, menos de tres décadas, China convirtió su numerosa “mano de obra barata y descalificada” en un ejército de 900 millones de trabajadores altamente capacitados, que los puso a la par del desempeño de sus pares de los países centrales pero con un salario muy inferior en términos internacionales. La consecuencia fue que muchas multinacionales radicaron plantas en China y su área de influencia para aprovechar esa fuerza laboral más barata. Lógicamente, en perjuicio de los trabajadores estadounidenses de los distritos que abandonaban. Trump advirtió el fenómeno, lo usó en campaña y lanzó una agresiva política ya en el gobierno. Para gobiernos como el de Argentina, el fenómeno parece pasar como inadvertido, pese a la dimensión que adquiere en el momento actual, pero mucho más en proyección. “El futuro del trabajo” es uno de los ejes centrales de esta convocatoria, pero el documento previo que presentó Argentina a la reunión del G20 –por ejercer la presidencia temporal de ese espacio-no presenta un planteo consecuente con dicha trascendencia.
Argentina y Brasil serán, además, terreno de disputa por los contratos y participaciones en negocios del Estado, donde China fue ganando espacio en los últimos años. Para Estados Unidos, es estratégico recuperar ese espacio, como lo admitió el jefe del Comando Sur de ese país, almirante Kurt Tidd en su informe al Senado de febrero de este año. En esa oportunidad, indicó que “con la diplomacia y el ejército ya no alcanza” para disputar la hegemonía, “hace falta que nos acompañen nuestras corporaciones”, y se refería a los negocios en Sudamérica. El Comando Sur es descripto como “el cuerpo de seguridad responsable de vigilar los intereses de Estados Unidos en América del Sur”. La intención del gobierno de Estados Unidos es que sus empresas ocupen los lugares principales en las contrataciones públicas de la región. La gestión por comenzar de Jair Bolsonaro en Brasil es mirada con sumo interés. La gestión saliente de Macri no tanto, porque además el torniquete fiscal que le impuso el FMI no le deja mucho espacio para contratar, salvo los negocios en Vaca Muerta donde los norteamericanos vienen ocupando generosos espacios.
En la última semana, China junto a la Unión Europea demandaron ante la OMC a Estados Unidos por las restricciones arancelarias a la comercialización del acero. El tema seguramente tendrá eco en el encuentro en Buenos Aires, pero en reuniones en las que no participará Argentina. La opinión del gobierno argentino dejó de tener peso en el escenario internacional. Incluso, con la llegada de Bolsonaro, a Macri se le eclipsará la posibilidad de ser visto como el mandatario “más cercano” a Trump en la región. “Más bien, ocurre lo contrario, si quieren saber qué va a opinar Argentina sobre determinado tema, miran cuál es la política del Departamento de Estado (Washington) en la materia y ya saben dónde se va a alinear Macri”, apuntó otro experto en política internacional habitualmente consultado en el parlamento argentino.