Hace algunas semanas nacieron Lulu y Nana: gemelas modificadas genéticamente por un grupo de investigadores chinos, liderados por He Jiankui (Southern University of Science and Technology of China). El propósito era claro: se buscaba que las pequeñas fueran protegidas frente al Virus de la Inmunodeficiencia Humana. La noticia sacudió al mundo porque, de confirmarse, se trataría de los primeros “bebés de diseño” fabricados a partir de la técnica Crispr/Cas9, las famosas tijeras con capacidad de editar genes que agitan las fantasías más oscuras del determinismo genético.
No obstante, más allá de la explosión de la algarabía contenida, la comunidad científica internacional ruega precaución. Resulta que He Jiankui, por el momento, anda flojo de papeles: su trabajo no ha sido publicado en ninguna revista especializada y, por lo tanto, su experimento aún no ha sido contrastado ni sometido a la lupa de otros expertos. En este sentido lo entiende Alberto Kornblihtt, doctor en Ciencias Químicas por la Universidad de Buenos Aires e Investigador Superior del Conicet, cuando plantea: “No es posible evaluar nada porque los trabajos no fueron publicados: no sabemos cómo hicieron el experimento, qué objetivos tenían, ni si se descartaron embriones en el trayecto. Si realmente generan bebés resistentes al virus, se espera que solo puedan acceder las familias multimillonarias y ello daría paso a la creación de un subconjunto de humanos que tendría una ventaja genética por el simple hecho de tener mucha plata. Es algo tan sofisticado como innecesario”.
Aunque en muchos países está prohibido, el grupo de He Jiankui editó embriones humanos para otorgarles la facultad de resistir ante una infección futura. Crispr, técnica que ha revolucionado el universo de la biología molecular y cuyos creadores podrían ganar en poco tiempo el Nobel en Medicina, funciona como una “tijera molecular”, ya que permite producir cortes y modificaciones en el genoma. De modo que sirve para introducir, corregir o eliminar secuencias de ADN de manera totalmente dirigida y con precisión quirúrgica. “Hasta el momento se había tenido mucha cautela, porque si la tecnología no es utilizada de manera correcta podría reparar lo dañado pero al mismo tiempo introducir un problema nuevo en otro lugar”, señala Marcelo Rubinstein, doctor en Ciencias Químicas e investigador superior del Conicet.
“Estoy en contra de la modificación genética de embriones humanos que pueda producir características nuevas a los bebés que nacen y además que sean transmitidas a la descendencia. Además, Crispr tiene potenciales efectos imprevisibles por modificación de otros sitios del genoma que no constituyen la región que uno desea. En el futuro estas pequeñas podrían exhibir un defecto por la anulación de otro gen que hoy no se expresa. Lo que menos necesita el mundo es editar el genoma de los que están por nacer, ya que hay mucho que hacer con los que ya nacieron”, narra Alberto Kornblihtt.
“El entusiasmo con esta técnica se ve promovido porque, al menos cuando se trabaja con ratones, los daños colaterales pueden reducirse de manera considerable. En este caso, se eliminaría el gen que codifica para la proteína que está en los glóbulos blancos y que funciona como puerta de entrada y salida del virus en la célula”, describe Rubinstein.
“Lo que en el pasado era censurado, en el futuro pueda que no tenga ningún juicio. Lo que ocurre es que abre la puerta para transformar cualquier aspecto de la biología de los seres humanos”, dice el especialista.
Este asunto, desde la perspectiva de Rubinstein, puede observarse desde un enfoque geopolítico. “Existe una batalla muy importante entre China y Estados Unidos, por ello, se trata de una demostración de fuerza: ambas naciones pretenden exhibir que no están dispuestas a dar ventajas. En la época de la Guerra Fría era mucho más palpable pero la disputa sigue latente, salvo que ahora la URSS ya no existe”, plantea. El antecedente inmediato provenía de EE.UU., cuando a mediados de 2017 un equipo de científicos liderado por Shoukhrat Mitalipov (Universidad de Ciencia y Salud de Oregón) decidió mover el primer peón en el tablero de ajedrez. Tras abandonar una lógica tradicionalmente pragmática en asuntos de bioética, publicó su investigación en la prestigiosa revista Nature en la cual demostraba que Crispr podía ser utilizada en embriones humanos –derivados de espermatozoides de una persona enferma– eliminando los efectos congénitos antes del nacimiento y sin introducir errores adicionales en su genoma. En este caso, a diferencia del trabajo chino, la cautela ganó la pulseada: abortaron el experimento a nivel embrionario. Aquí, según parece, aunque resta la confirmación del caso, los asiáticos se adelantaron dos pasos para conquistar antes la meta y plantar su bandera para gritar al mundo su dominio total de la técnica. La diferencia es que ahora el territorio en disputa no es la luna -como en los 60’s– sino el cuerpo humano.