La aparición de la pandemia del sida a principios de los años ’80 en New York y San Francisco modificó sustancialmente no solo las vidas de los miembros de la comunidad LGTBIQ sino también el arte norteamericano. A su vez provocó el resurgimiento de la reaccionaria derecha ultramontana y discursos de odio cuya tradición se remonta a la Edad Media. Entre otras, reactualiza la idea de que la lepra era la enfermedad simbólica y real que portaba el pecador medieval y el sida pasa a ser la peste rosa y el castigo divino sobre los promiscuos de las nuevas Sodoma y Gomorra.
Sin embargo, en el Evangelio, lejos de volverse contra los leprosos, los contaminados, las prostitutas y los marginados sociales, Jesús toca las heridas de los estigmatizados, los cura, los resucita y lxs defiende. A su vez, el Jesús azotado y humillado que camina a la Cruz, vilipendiado y rechazado por el pueblo que prefiere al ladrón Barrabás y sojuzgado por el poder imperial se transforma en uno de esos condenados por la sociedad.
El pintor Delmas Howe (El Paso, Texas, 1935) retoma esta última vertiente del Evangelio para crear un vía crucis a la vez, doloroso y profano, erótico y conmovedor situado en los años ochenta y noventa en el muelle 52 del Lower West Side –lugar paradigmático de cruising-. En su obra confluyen la tradición europea de representación de la pasión de Cristo y los mártires cristianos, la poética viril de los amigos del país de Cálamo de Whitman, la estética de la rudeza musculosa y sadomasoquista de los hombres de Tom de Finlandia, los cowboys como prototipo de la masculinidad norteamericana y los estragos que el sida produjo en los cuerpos y en los corazones de los gays en la ciudad neoyorkina.
En su libro Arte y sida en Nueva York. La pasión gay de Delmas Howe, el historiador del arte José Luis Plaza Chillón se centra en el estudio del artista tejano y sobre todo en su serie pictórica Estación: una pasión gay donde a través de la recreación del doloroso camino a la cruz Howe convierte a los gays portadores y enfermos de los años más devastadores del sida en mártires rechazados por la sociedad y al mismo tiempo celebra el homoerotismo y la sexualidad desmesurada y promiscua de los gays.
Así, por ejemplo la flagelación de Cristo se transforma en la versión de Howe en una orgía sadomasoquista de explícita violencia y exultante belleza y entre una decena de musculosos hombres azotando y azotados, un personaje aparece atado con una soga al cuello y a las manos conducido por un hombre tatuado con indumentaria leather. A su vez, en La coronación (1997) el célebre pasaje de la coronación de espinas de Cristo convierte a Pilatos en un hombre grotesco y deforme que situado en un primer plano contrasta con la armonía y voluptuosidad de los cuerpos jóvenes que tras él consuman su orden de coronación espinosa como en un ritual de cópula sádica. En El beso de Verónica (1997), Verónica se metamorfosea en una travesti barbada que domina al hombre fálico mientras alrededor se suceden otras escenas de sórdida sexualidad. En La tercera caída: Simón toma la cruz, Simón de Cirene, aquel que solidariamente cargó la cruz de Jesús se convierte en un musculado hombre que al compartir el dolor de Cristo se convierte en su amoroso compañero de sufrimiento dando cuenta así de una comunidad que compartía el dolor y la pérdida frente al avance de la peste apocalíptica. En La deposición tres bellos hombres desnudos cargan el no menos bello cuerpo de un joven muerto a causa de la enfermedad repitiendo estéticamente y con analogías a la deposición del cuerpo de Cristo una dolorosa escena que se hizo común en la comunidad gay: los compañeros inseparables acompañando la agonía y trasladando el cuerpo del amado amigo muerto. En El triunfo (1998) la escena final de las catorce estaciones que compone Howe, un hombre gay se erige triunfante a la manera del Cristo resucitado. Ya no tiene el cuerpo cubierto de estigmas ni el cuerpo enflaquecido, sino que se eleva glorioso y pornográfico con los brazos levantados luciendo sus maravillosos sobacos peludos y su cuerpo lleno de músculos y abdominales sostenido sobre sus portentosas piernas como columnas. Es el triunfo final y esperanzador de los débiles, los perdedores y los discriminados.
En algunas pinturas destacan los ambientes propios del desenfreno sexual neoyorkino de los años setenta: puentes, saunas, termas contemporáneas y baños turcos en ocasiones semi abandonados para dar cuenta del fenómeno real de cierre de los mismos por esos años o de la merma de hombres merced a las infecciones y las muertes. Y en otras prevalecen los espacios íntimos de despedidas de aquellos hombres que perdieron de la noche a la mañana a sus amigos y amantes, sus hermosos cuerpos y sus vidas mientras la sociedad, los discursos religiosos y conservadores y los gobiernos neoliberales les daban la espalda. En momentos en que esa clase de gobiernos vuelve a tomar la posta y esos discursos se reciclan y resignifican –la incitación a los crímenes de odio, el rechazo a la ESI, al sexo anal y a la promiscuidad, la discriminación y el peligro de que los gobiernos dejen sin medicación a tantos portadores, entre tantos otros ejemplos- el rescate de la obra de Howe recupera provocadoramente a su vez otra tradición del mundo religioso: la que se vuelca a los pobres y a los discriminados, una religión redentora que entre tantos otros reivindicara Pier Paolo Pasolini.
José Luis Plaza Chillón, Arte y Sida en Nueva York: la pasión gay de Delmas Howe, Biblioteca Nueva, Madrid, 2017.