En la timba, el trece significa yeta, argot arrabalero que se traduce como mala suerte. Si se le pega un martes, muchos lo consideran directamente un número temible. Pero también es la cantidad de semanas que dura una estación y sus significados religiosos varían según el culto: el católico lo asocia a San Antonio de Padua o a los trece hombres que participaron de la última cena; el judío, al número de los principios de la fe, según el filósofo Maimónides; los musulmanes al profeta y los doce imanes que fundaron la escuela de pensamiento chiíta, y las antiguas religiones mesoamericanas, al calendario lunar que se dividía en etapas de trece días. Rodolfo Mederos, músico argentino nacido en el 40, prefirió darle un sentido más concreto y personalizado. Llamó así a su flamante disco, y las razones mezclan matemática con detalles intrínsecos de su orquesta típica, sin aristas místicas. Trece son los músicos que la componen; trece los años que permanecen tocando juntos y trece, también, las piezas que pueblan la obra. Nada que tenga que ver, o sea, con los arquetipos recurrentes del número.
Sí, tal vez, con la cantidad que amerita un repertorio en su justa medida para no aburrir, pero tampoco dejar con ganas. En su justa proporción, cuando lo que se asume es defender las formas del tango tradicional, sin resignar nuevas composiciones. Por esa senda marchan las trece piezas que dan con el perfil conceptual de 13. Para no perder el hilo numérico, entonces, el ex vanguardista de Generación 0, recrea ocho clásicos y agrega cinco temas compuestos por él: “Francisco y Francisco” –bella porque sí–; “El Conquistador”, en una línea que recuerda al Piazzolla –pero al más clásico que eléctrico– de los cincuenta; “La perinola”, como para no perderle el hilo a cierto hedor timbero; “Mientras te espero”, dedicado a Mariángela, y “T. T.”, otro instrumental ‘de batalla’, compuesto, en este caso, pensando en el Torquato Tasso, casa tanguera que habitualmente ofrece su escenario para sus músicas.
Entre las versiones, hay un mundo de sensaciones diversas que, pese a ello, ofrece más continuidades que rupturas respecto del tango tradicional (entiéndase por tal, el orquestal de mediados del siglo pasado). Se percibe al principio con “La Cachila”, enorme composición de Eduardo Arolas, y al final con cuatro bandoneones (el suyo, más el de la tríada Miguel Caragliano–Fernando Taborda-Rodolfo Roballos) a disposición de una visita guiada por “La Cumparsita” (Matos Rodríguez) que, increíble y paradójicamente, no intenta nada nuevo, pero resulta una delicia. En medio de la elipsis, y además de sus instrumentales, hay reversiones de clásicos entre las que se destacan “Te llaman malevo” (Troilo-Expósito), donde uno de los dos cantores invitados, el Negro Falótico, le pone bastante sal al dulce propio de su voz, y le da un matiz contrastante, tal como la historia salida de la pluma de Homero amerita. O “Sobre el pucho”, de Piana y González Castillo, que ponen a Ariel Ardit y su cálida voz en un registro enraizado con la historia, como gusta al también ex bandoneonista de la orquesta del todopoderoso Osvaldo Pugliese. En resumen, 13, tercer disco que publicó Mederos con su Típica (los anteriores son Comunidad y Diálogo) es como viajar en el túnel del tiempo, con todas las vivas y los bemoles que ello implica. Bemoles que podrían centralizarse en algo que el mismo Mederos asume: el poco interés por la sorpresa, innovación y riesgo (no lo cree posible en el género). Y las vivas, necesariamente de haber tomado partido por ello y jugar el partido así, desde el minuto cero.
Es Mederos. Es así. Tómelo o déjelo.