Un desocupado, padre de una nenita que dejó de hablar cuando murió su madre, asalta un banco para juntar algunos pesos que les permitan subsistir. Su desesperación es tal que organiza el asalto solo. Está jugado. Hasta aquí podría tratarse de las primeras líneas del argumento de una película dramática en toda regla. Lo que faltaría aclarar es que, apenas el asaltante pone un pie en el banco, la media de nylon que le cubre la cara se corre dejando su identidad al descubierto, que el bolso de dinero que le arroja el cajero queda enganchado en una lámpara de techo, volviéndolo inaccesible, y que el asaltante en cuestión es el actor francés Pierre Richard en Los fugitivos (1986), última de las tres exitosas comedias que filmó en los años 80 junto a Gerard Depardieu bajo la dirección Francis Veber.

Los fugitivos es también la última pieza de una trilogía que comenzó con Mala pata (1981) y continuó con Los compadres (1983), y la que mejor representa el arco dramático de Richard, capaz de arrancarle al espectador carcajadas con el slapstick más hilarante pero también de emocionarlo un poco. Hoy, a las 19 hs, la película cerrará el ciclo de cine Francia x tres en el Museo Malba de Buenos Aires, del que también formaron parte el actor Jean-Pierre Léaud (Los 400 golpes) y el director Leos Carax (Los amantes de Pont Neuf). 

Si bien fue la cara de la comedia francesa durante las décadas del 70 y 80 –fama que lo trajo hace 40 años de visita al país–, Richard sigue trabajando. Tan solo este año estrenó cuatro películas, aunque la mayor parte del público lo sigue recordando por sus viejos éxitos. La última vez que sus fans locales pudieron verlo en la gran pantalla como protagonista fue hace menos de doce meses en Amor.com, de Stéphane Robelin, donde interpretó a un viudo ermitaño y deprimido que incursionaba por primera vez en Internet y los sitios web de citas.

En su paso por Argentina, donde también visitó el reciente Festival de Cine de Mar del Plata, que le rindió homenaje proyectando cuatro de sus películas, entre ellas la famosa Alto, rubio y… con un zapato negro y una de las siete que dirigió, Un perfecto desgraciado, Richard –quien a los 84 años peina canas en vez de sus característicos rulos rubios– habló con PáginaI12. 

“Siempre se dice que hay humores específicos de cada país, no pasa solo con el humor francés. También están el inglés, el americano, el judío, y seguramente también hay un humor argentino. Y luego hay un humor que va más allá de cualquier frontera”, comentó Richard. “Muchas veces me preguntaron: ‘¿Usted cree que esto va a funcionar en otros lugares? ¿En Tailandia, en Shanghái?’ Y yo siempre supe que iba a funcionar, porque mi humor está más basado en lo físico o, mejor dicho, en situaciones graciosas más que en diálogos. Y eso siempre permitió que fuera exportable”.

–Siempre se dijo que su humor también tiene algo de conmovedor. ¿Qué opinión le merecen otros tipos de humor?

–A mí también me gustan el humor más irónico y el humor negro. En Un perfecto desgraciado, de la que soy el director pero también escribí el guión, intenté crear un humor más contestatario. Mi idea en esa película era referirme un poco a la estupidez de los juegos televisados que intentan atontar a la gente. A su vez, tenía un humor transparente, porque en la película también me enamoraba de mi pareja femenina. Siempre estoy jugando entre el amor y el humor. La diferencia es que el humor puede ser contestatario pero, el amor no.

–Un personaje que ha explotado mucho para hacer reír es el del inadaptado…

–La realidad es que está lleno de inadaptados y cuando ven un personaje como los que yo interpretaba piensan: “¡Mira, si es como yo!”. A ellos se suman los que no son inadaptados y se ríen de los inadaptados, con lo cual logro tener una audiencia muy amplia. Digamos que de esta manera englobo todas las audiencias. Cuando hice El distraído, mi primera película como director, supongo que se sintieron identificados todos los distraídos. 

–¿Pensó alguna vez en hacer más películas en dupla con Gerard Depardieu? 

–Francis Veber hizo tres películas con nosotros como protagonistas y si hubiera querido podría haber seguido haciéndolas, sacando éxitos de taquilla cada dos años, uno tras otro, sin ningún tipo de problemas. Nos podríamos haber convertido en una dupla como Laurel y Hardy. Pero Veber dejó de hacer estas películas y la verdad es que nadie más se atrevió a seguir con el producto. Me da pena no haber podido hacer más películas con Veber y Depardieu, porque teníamos un potencial cómico increíble. Yo podía sentarme al lado de una silla vacía sin decir nada que la gente ya se empezaba a reír. Era una cosa increíble.

–¿Sigue en contacto con Depardieu?

–No lo veo desde hace mucho. Podría pasarme una hora hablando bien de Gerard Depardieu. También podría pasarme una hora hablando mal. La verdad es que hace mucho que no lo veo pero lo conozco perfectamente. Lo que pasa es que cuando yo estoy en Bélgica, Depardieu está en Rusia, y cuando yo estoy en Rusia, Depardieu está en Bélgica. Ahora parece que está en Argelia. La realidad es que creo que ni Depardieu sabe dónde está. 

–Los comediantes tienen un gran problema y es que la gente suele esperar de ellos que en su vida privada sean igual de graciosos que en la gran pantalla.

–Sí, es cierto. La gente suele exigirle a uno que en la vida real sea igual que en las películas. A veces esa situación me angustia un poco, porque puedo ser una persona muy alegre, pero en otras ocasiones, en cambio, tiendo un poco a la ensoñación, a tomar cierta distancia con respecto a la gente. Eso no quiere decir que la desprecie o la considere inferior, sino que a veces simplemente necesito despegarme un poco de la realidad y tener mi propio espacio.

–Cuando le dieron el premio a la trayectoria en el Festival de Mar del Plata recordó que cuando vino hace 40 años conoció a Maradona y dijo, en broma, que en ese entonces le auguró una “carrera espectacular”. ¿Qué más recuerda de esa visita?

–Sí, desde la última vez que vine pasaron 40 años. En ese entonces me llevaron a ver a Maradona y a una cantante de tango sublime cuyo nombre no recuerdo y que luego también actuó en el teatro Olympia de París, creo que con el Cuarteto Cedrón. Vine porque me había invitado el distribuidor de Alto, rubio y… con un zapato negro, que acá había sido un éxito absoluto. Creo que primero pasé por Punta del Este y luego vine a Buenos Aires. Recuerdo bien cómo por aquella época los coches se paraban en medio de la calle ofreciéndose a llevarme a dónde quisiera. Fue un éxito tal la película que era realmente impresionante. Y ahora pude comprobar que la gente se sigue acordando de mí.