Los cuadros con bastidores, de diversos colores, están acomodados a modo de patchwork sobre el piso del amplio salón que pronto será el jardín de infantes de la flamante Unidad Penal número 5 de Rosario. Hay 154 internas, y la gran mayoría están procesadas. Ocho son madres que viven con sus hijxs menores de cinco años. El armado colorido en el piso reluce en la monocromía de un edificio donde predomina el gris. De lejos es un gran cuadro, no se distingue el delicado trabajo sobre cada foto sublimada, pero basta acercarse para ver los retratos intervenidos con mostacillas, telas brillosas, lentejuelas, broderies. En cada obra hay una construcción que llevó meses. “No soy princesa, soy guerrera”, dice el marco amarillo de la foto de Ayelén, de 25 años, una de las internas del penal que participó en la muestra de cierre de año La Que Soy, realizada el martes pasado. Organizada por el taller textil El Enredo, que desde hace cuatro años trabaja en ese penal, y el ciclo Cabeza de Flor del Centro Cultural Parque de España, fue una experiencia simultánea entre el afuera y el adentro, que propuso “indagar el propio estar en el mundo, nuestros rostros y deseos, procurando nuevas miradas”. Los resultados están a la vista de todas las participantes, en una actividad que revoluciona la cárcel de mujeres: las internas comparten sus autorretratos, mates y pastafrola con las talleristas que están en libertad, hay unas pocas periodistas y las integrantes de la ONG Mujeres tras las rejas, que lleva adelante éste y otros talleres con detenidas. Las conversaciones se suceden. Ayelén cuenta que su mamá le enseñó a bordar, pero afuera no lo hacía porque tenía “otras cosas disponibles”, y ahora le encontró el gusto. Y si bien su madre, que la visita todas las semanas y le lleva todo lo que pide, la sigue tratando como a una princesa, ella sabe que para haber sobrevivido un año adentro tuvo que convertirse en guerrera.
Para llegar a la nueva cárcel hay que atravesar toda la ciudad, pasar la Circunvalación, y -para ir en ómnibus- caminar unas cuadras entre el barro y precarias casas de material. Antes, la Unidad Penitenciaria número 5 estaba cercana del río Paraná, en una de las zonas más caras de la ciudad. Las detenidas fueron trasladadas en enero de este año al nuevo penal. “Esto sí es una cárcel”, describe una de las talleristas que va todas las semanas. Antes, el hacinamiento y la falta de condiciones edilicias eran muy severas, porque la estructura era diferente: una vieja casa enrejada de manera dispar.
Afuera llueve. La cárcel es una construcción reciente y en el patio destinado a lxs hijxs de las internas, una silla de plástico rosa resalta en el gris. El complejo carcelario es amplio, hay varios edificios, y para llegar al espacio de la muestra hay que atravesar siete rejas través de interminables pasillos. Durante un par de horas, las charlas se hacen fecundas. El autorretrato de Amalia Salum, por ejemplo, la muestra fumando un cigarrillo, pero una interna lo interpreta de otra manera: la ve con un porro, pidiendo por la legalización del consumo de marihuana. Varias de las detenidas lo están por delitos “federales” relacionados con las drogas, lo que se llama narcomenudeo.
Paula no llegó a hacer su retrato, fue trasladada más tarde a la cárcel desde la ciudad de Santa Fe. Lo peor es que eso le dificulta las visitas. El último domingo vinieron a verla, después de cinco semanas. Paula prácticamente no puede hablar sin llorar: tiene a su hija de 14 años enferma, asegura que le endilgaron una droga que no le pertenecía, espera una audiencia en la que decidirán si la excarcelan. La escucha Olga Moyano, que concurre a la cárcel desde hace tres años a participar del taller El Enredo. Para Olga, este taller es “muy importante”. A los 61 años, y después de haber sido presa política entre 1978 y 1980, volvió a la cárcel para hacer nuevamente lo que aprendió en Devoto: bordar. Pudo integrarse en los talleres después de haber declarado en los juicios por delitos de lesa humanidad que se desarrollaron en Rosario. Para su autorretrato eligió una foto en la que está en una marcha, se bordó una pulsera verde, ya que –enfermera durante toda su vida, hasta que se jubiló-milita la legalización del aborto. “Estamos siendo”, se lee en su cuadro, en el que usó mostacillas y tela brillosa. “Tuve la suerte de que la ONG Mujeres tras las Rejas me aceptara, fue una opción en una etapa de mi vida en que mis hijos están crecidos, que sentí que tenía tiempo, y que algunas heridas se habían cerrado gracias a los juicios. Pude decir que yo también había estado presa y para mí fue volver a hacer lo que había aprendido en la cárcel y que en estos años había abandonado”, dice Olga, pelo gris y mirada calma. “Fue una cosa de casualidad, este año terminé un mantel que había empezado cuando estaba presa, o sea que tardé unos cuantos años, casi cuarenta, en bordar nada menos que un mantel, que tiene que ver con la mesa, con la familia”. Olga tiende lazos con las internas, que se acercan a contarle, a pedirle, a construir ese hilo invisible de entendimiento que atempera la hostilidad del encierro.
Un espacio de encuentro fue la muestra, y en una de las conversaciones la Abuela, detenida desde hace más de una década, le declara -una vez más- su amor a Flor Sánchez, otra de las talleristas de El Enredo que fue una de las coordinadoras del proyecto e hizo su propio autorretrato. Dice que es su novia. La Abuela ya la conminó: se quiere quedar con el autorretrato propio y el de ella, que trabajó con blancos y colores fluorescentes. “Ella es mi novia”, se ríe pícara la Abuela. “¿Y Cecilia, la esposa de Flor, qué dice?”, es la pregunta. La Abuela se encoge de hombros, Flor se ríe. A la Abuela le faltan seis meses para cumplir 70 años, y se irá en libertad. Flor Sánchez es artista plástica, participó de las dos instancias del taller: en el penal -al que concurre hace tres años- y afuera, en el Centro Cultural Parque de España, donde 20 talleristas hicieron sus autorretratos, en un proceso simultáneo con el que llevaban las detenidas. El martes pudieron conocerse todas. “Esto lo montamos de esta manera en particular –señala las obras diseminadas como un gran cuadro en el piso–, no fue azaroso. Cada autorretrato es un patchwork, que es esa unión, esa sutura de retazos, y cada retazo tiene una historia en particular. A su vez, el montaje también es un patchwork, y entonces lo que subyace es como un enredo”, conceptualiza Flor. “Si vos das vuelta todos los cuadros, tienen un enredo de hilos, y lo que pasa en El Enredo, que es nuestro taller, que por eso se llama así, es ese enredo de historias, esa superposición, esa capa de historias. Lo hace la sutura es sanador de alguna manera y creo que eso puede hacer, no sé si lo hace el arte, sino que lo hacen las relaciones”, continúa. Para ella, “es algo que se fue dando, lograr la confianza con las chicas, tanto acá como afuera, lo que va pasando después de hablar y de que cada una pueda contar su historia, es como el enredo y se ve acá”.
La iniciativa partió de Virginia Russo, del Centro Cultural Parque de España, que se la propuso a Marina Gryciuk, impulsora y coordinadora del taller textil El Enredo, que se realiza desde hace cuatro años en la cárcel de mujeres. Las dos coordinaron “La que soy” junto a Gimena Galli y Flor Sánchez. “Este proyecto empezó en verano con la idea de trabajar con grupos distintos dentro y fuera del penal. Esa fue la idea original, a partir de que empezamos en marzo los talleres, nos dimos cuenta de que si trabajamos con un grupo de mujeres tenía que ver fundamentalmente con la cuestión de la diversidad y la cuestión de la identidad de género es un tema que nos atraviesa en este momento a todas, y dentro de la cárcel nos damos cuenta de que tenemos una población diversa, con distintas búsquedas y necesidades que tienen que ver con la identidad de género. Entonces, la convocatoria en el parque de España surgió con esta consigna, trabajar con la diversidad de género. Fue increíble porque en la convocatoria abierta en el Parque de España aparecieron mujeres con distintas búsquedas, las cuales convocamos y trabajamos durante cinco meses cada quince días. Hubo un intercambio, una fusión, una búsqueda estética, en relación a cómo cada mujer vive su identidad y su sexualidad de acuerdo a su búsqueda, aportándolo a lo creativo, llevándolo a una imagen de autorretrato que tiene que ver con cómo uno se ve en relación al otro y en relación al mundo y al contexto en el que está viviendo y cómo se identifica desde la sexualidad y el género en ese lugar”, cuenta Gryciuk.
Flor Sánchez aporta que la muestra del martes fue “una parte. La confección de estos autorretratos es interdisciplinaria, estos retratos los hicimos en talleres que incluían un taller de poesía, hicimos una escultura, hay registro audiovisual, y también trabajamos el concepto de género. Estos cuadros son una parte que conforma la realización interdisciplinaria del autorretrato que vamos a mostrar en el Estévez”. El Museo de Arte Decorativo Firma y Odilo Estévez es una institución municipal donde se podrá ver el resultado del taller en marzo próximo. “Mi sueño es que las autoridades del Servicio Penitenciario autoricen a las detenidas a participar en la inauguración de la muestra en el Estévez”, dice Russo, y cuenta la génesis del proyecto. “Hace tres años propuse un ciclo que se llama Cabeza de Flor, que en un principio tenía tres objetivos: por la igualdad de género, por la lucha contra la violencia hacia las mujeres y por la reivindicación por sus derechos, es decir que estábamos muy centradas en trabajar con y por las mujeres, siempre esa palabra. Y como el mismo feminismo está repensándose, o estamos repensándonos, este año tuve la idea de armar algo para poder convocar a mujeres, travestis, trans, lesbianas, cis, y abrir un poco la convocatoria”, cuenta la gestora de esta idea. “Este año convoqué al taller de arte El Enredo, que venían trabajando en la cárcel anterior con los talleres de arte textil y esta idea de poder hacer un taller que suceda en el Centro Cultural y en la cárcel al mismo tiempo”, cuenta Russo. La poeta Andrea Ocampo trabajó desde las letras, la historiadora Cecilia Pascual trabajó la historia del feminismo y conceptos de género, con la artista Paulina Escobar hicieron moldes de partes del cuerpo en yeso, y luego escribieron sobre esa experiencia.
Las detenidas conversan con periodistas, talleristas y hasta las empleadas del Servicio Penitenciario se acercan a tomar fotos de los autorretratos. En algunos, las detenidas se taparon la cara con lana, tela, mostacillas, lentejuelas. Cada una usó los materiales que le gustaron, entre los disponibles.
Gryciuk cuenta cómo fue el proceso desde la plástica. “Para trabajar estos autorretratos la consigna era sacarse una foto, llevarla a un textil a través del sublimado y a partir de eso intervenir este retrato en función de lo que yo pienso que soy y de lo que yo quisiera que los otros vean de mí. Fue muy interesante porque dentro de la cárcel las chicas no tienen espejos, y no tienen fotos actuales de sí mismas, entonces, la primera foto que les sacamos, en el primer acercamiento del trabajo, ellas se sorprendieron de su propia imagen, porque no tienen un registro actual de sí mismas. Entonces, es muy interesante esa mirada, ese descubrimiento y en función de eso qué quieren ellas que se vea de esa imagen y cómo, si no quieren que se vea, cómo transformarla, y entonces hay una construcción de la identidad en cada imagen de estas”, cuenta Gryciuk.
Para Sánchez, el taller implicó una pertenencia. “Fue muy raro haber encontrado mi lugar, yo siempre hablo de la responsabilidad social del arte, encontré un lugar de libertad”, dice la artista. Las historias se entrelazan. Silvia, una de las internas, está contenta con su autorretrato, donde tapó una cicatriz de la frente con lana. Ahora tiene flequillo. Se lo hizo una de sus compañeras, porque ella no sabe cortar el pelo. “Me sacaron la Asignación Universal por Hijo porque mi hija no iba a la escuela porque estaba embarazada, tiene 14 años”, cuenta. El espacio sirve también para plantear demandas y buscar soluciones: una trabajadora social intervino para garantizar ese derecho.
Para Claudia Almirón, de la ONG Mujeres Tras las Rejas, “la mayoría de las que asistimos sostenemos la pasión por lo que hacemos”. A la muestra llegaron también autoridades. “Hace unos meses nos reunimos para charlar todos los temas de la ONG adentro de la unidad, y particularmente vinimos a ver este taller, pensamos la posibilidad de hacer un cierre de una manera diferente al de otros años, tan diferente que tenemos personas privadas de libertad y de personas en libertad”, explica Lucía Masneri, directora de Relaciones Institucionales de la Subsecretaría de Asuntos Penitenciarios. Su explicación institucional es que “este tipo de talleres y el trabajo de la ONG tiene mucho que ver con la posibilidad después del afuera, trabajar desde adentro para cuando salgan, porque es indispensable que salgan de otra manera”.
Gimena Galli también asiste al taller desde hace tres años, y fue la cuarta coordinadora. Hizo su propio retrato, también. “Me encantó, estuvo buenísimo, es un momento en que uno se aísla, se desconecta y no se da mucho todos los días. Me tomo este momento para hacer esto”, comenta. Para una de las internas, Gisela, la creación textil -y artística- son maneras de pasar el tiempo más rápido adentro, igual que para Silvia. “Se te pasa la hora enseguida”, dice.
En el taller El Enredo siempre se habla de “qué es ser mujer, cómo estamos entre nosotras, como nos relacionamos con el otro. La mayoría de ellas son madres, tienen pareja. Como este penal es nuevo y hay muchas mujeres nuevas que no conocíamos, este año no producimos para vender, sino para ellas y para sus hijas. También se daba esto, además del autorretrato, producir para ellas y para sus seres queridos”, cuenta Gimena.
La muestra tiene un breve acto, en el que Gryciuk afirma que durante el taller hubo “alegrías, pensamientos, empoderamientos”. Cada una se detiene en su autorretrato, observa el de las otras. Para ellas, trabajar en su imagen fue también un viaje de conocimiento, y mostrarlo al afuera es también una forma de atravesar los muros.