Desde Guadalajara, México
Graciela Montes sonríe con el asombro y la emoción jugando en sus mejillas. Ella sostiene una escultura en bronce similar a un libro en cuyo interior se muestra a un niño y una mujer. A los 71 años está volviendo de la mano de una gran obra con la que logró estar del lado de los chicos. Nunca los manoseó como lectores ni les bajó línea. Hace tiempo que está “retirada” de estos ámbitos, como suele decir para confirmar que no está escribiendo y no cree que vuelva a escribir. Pero sus libros tienen vida propia. La Fundación SM le entregó el Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil, el reconocimiento más importante en español de su categoría, en la 32° Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL). “Las pequeñas ocasiones hacen que la vida de uno tome un sendero y no otro. Cuando quise publicar mi primer cuento, si Boris Spivacow no hubiese encontrado que ese cuento era bueno, no estaría acá. El primer cuento que escribí, ‘Nicolodo viaja al país de la cocina’, me lo rechazaron. Me acuerdo que Boris salió gritando: ‘¡quiero que publiquen ese cuento!’ No estaría acá y ni hubiese escrito más libros para niños, porque ese cuento me lo rechazaron, dijeron que no era apropiado”, recuerda la autora de Aventuras y desventuras de Casiperro del hambre, Irulana y el ogronte, Tengo un monstruo en el bolsillo, entre otros títulos, además de ensayos emblemáticos como La frontera indómita y El corral de la infancia.
Montes subraya que es un premio “muy generoso porque incluye a otras editoriales también, y las otras editoriales aceptan formar parte de un premio que no lleva el nombre de ellos”. Cecilia Repetti, en representación del jurado de XIV edición del Premio SM, lee el acta del jurado que eligió por unanimidad a la narradora, editora y traductora argentina por “ser una escritora pionera de la literatura infantil en Iberoamérica, que ha influido en varias generaciones de escritores y especialistas en toda la región; por su calidad literaria, cuya diversidad de estilos y recursos permite lecturas en varios niveles, su obra amplia y diversa que aborda temas innovadores, la creación de personajes valientes, que resuelven conflictos personales y sociales con sus propios recursos, la complicidad con el lector, la vigencia y universalidad de su obra, que se re significa en el tiempo y trasciende fronteras”.
Oche Califa, escritor de literatura infantil y juvenil y director de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, destaca que la figura de Graciela “proyecta una sombra que entibia y protege a nuestra generación y también la ilumina”. Califa elige tres libros de Montes para comentar: Otroso, Irulana y el ogronte y El golpe y los chicos. “El narrador masculino de Otroso se demora unas veinte páginas en iniciar el tema y nos cuenta y nos refiere los personajes y protagonistas; nos describe el lugar donde eso ocurrirá y nos advierte que está detrás de esta historia para escribirla, casi un recurso quijotesco. Otroso es un mundo que han construido unos optimistas creyentes en la amistad –plantea el autor de Un bandoneón vivo–. En Ilurana y el ogronte, una comunidad recibe una amenaza de agresión; un monstruo que avanza para destruir esa comunidad en la que todos huyen. Ilurana decide resistir con las palabras de su nombre; es propio del escritor creer que las palabras pueden cambiar el mundo. Graciela es una escritora esencialmente política. En El golpe y los chicos, relata el golpe militar de consecuencias nefastas que comenzó en 1976”. Califa fundamenta por qué eligió tres libros políticos de Montes. “Estamos alertas frente a cambios que están ocurriendo y que nos preocupan. En Argentina hay un movimiento que se opone a la ley sexual con el argumento ‘con mis hijos no te metás’. A eso le seguirá no vean esas películas o no lean esos libros. Estoy entre los que pensamos que Graciela merecía este premio hace mucho. Este es el mejor año para haberlo recibido”.
Durante más de veinte años, Montes trabajó en el mítico Centro Editor de América Latina (CEAL), junto a Spivacow. Califa comenta su experiencia, cuando era un joven escritor y junto con una “cofradía pueblerina” de Chivilcoy se enteró que el CEAL compraba cuentos. “Practicamos entre los tres, logramos un puñado de cuentos, nos recibió Graciela sonriente, tomó los cuentos y nos dijo: ‘vengan la semana que viene que los habré leído’. Cuando volvimos nos dijo: ‘me gustaron los cuentos’ y nos compró un cuento a cada uno. Nos hicieron un cheque y fuimos a cobrarlo. Somos escritores para chicos y le debemos a Graciela el gesto de la buena política de abrir cancha –reconoce Califa–. Eso no hay manera de agradecer, aunque uno diga gracias muchas veces”.