El Ciclo de Conciertos de Música Contemporánea del Teatro San Martín albergó en la tercera fecha de esta edición a su primera visita internacional. Tras el comienzo la semana pasada con la presentación de encargos para trío de rock, con obras de Abel Gilbert, Lucas Fagin, Teodoro Pedro Cromberg, Facundo Negri y Pedro Chalkho y Diarios (releídos), de Esteban Insinger, el martes, en la Sala Casacuberta, se presentó el Bearthoven Trio. Considerado entre las buenas muestras de las aperturas que caracterizan la escena musical contemporánea de Nueva York, el trío integrado por Karl Larson en piano, Pat Swoboda en contrabajo y bajo eléctrico y Matt Evans en percusión, ofreció un programa con música de compositoras creativamente ligadas a esa ciudad. Obras de la canadiense de origen islandés Fjola Evans, la irlandesa Finola Merival y las norteamericanas obras Shelley Washington y Sarah Hennies, representaron en sus desniveles estímulos oportunos para una formación que hace de la amplitud por sobre estilos y géneros su credo y razón estética.
Descendentes directos de experiencias como las de los All Stars del colectivo de compositores Bang on a Can, ya desde la naturaleza de su formación Bearthoven Trio insinúa algunas indicaciones para un programa compositivo. La conjunción piano, bajo y batería, remite de inmediato a ciertos gestos e íconos del jazz y también del pop y del rock, más que a la tradición académica y sus vanguardias. Sin embargo, las obras del programa, todas compuestas especialmente para este trío –entre ellas un estreno mundial–, parecían no dejar en su escritura espacio para que la energía del intérprete fluya mucho más allá de su función de traductor. El trío neoyorquino, asentado en la idea de intérprete como mediador entre compositor y oyente, mantuvo así la prudente distancia entre cuerpo y música. Resolvió cada obra con solvencia y penetración, además de esa prolijidad que en general remite a composturas más ligadas a la estática del concierto en sentido tradicional que a la de performance con un sentido realmente más abierto.
Las obras del programa, con sus diferencias, fueron compuestas entre 2016 y la actualidad y bien podrían incluirse en la corriente del posminimalismo –que quiere decir algo así como “todavía un poco minimalistas”–. La primera que se escuchó fue Silk, de Shelley Washington. A partir de gestos instrumentales melódicamente amigables, combinaciones tímbricas que tornasolaban colores atractivos y una parca plasticidad rítmica, las repeticiones y sus desfasajes trazaban sucesiones de horizontes quietos a los que nunca se llegaba y sin embargo parecía fácil llegar. Más atractiva en su desarrollo resultó Shoaling, de Fjola Evans. Un oleaje oscuro y progresivo que desde el contrabajo y la gran casa delimitó un espacio tétrico y de tensa expectativa. Emma Are Eye, de Finola Merivale cerró la primera parte. Estrenada en 2016 la obra es una especie de tocata que en los contrastes de su intensidad rítmica por momentos supo poner en juego a los intérpretes, Larson en piano, Swoboda con el bajo eléctrico y en particular al notable percusionista Matt Evans.
El final, fue para el estreno mundial de Spectral Malconscities, de Sarah Hennies. Más desplegada en el tiempo que las anteriores, la obra de la compositora y percusionista nacida en 1979, supo indagar, acaso con mayor profundidad, las posibilidades de diálogo entre las partes, los contrastes y las derivaciones de ciertas combinaciones instrumentales y los resultados del trabajo minucioso sobre los desfasajes temporales y la polirritmia.
En su paso por el ciclo de Conciertos de Música Contemporánea del Teatro San Martín, Bearthoven Trio mostró tener los reflejos de los buenos ensambles, ante un repertorio que tal vez resultó poco generoso de ideas y en general obstinadamente contenido en su gestos. Nada grave. Al contrario. Lejos de constituirse en soluciones, esos paradigmas de la contemporaneidad que en música tienen que ver las aperturas, los cruces, las derivaciones y la libre circulación por sobre los géneros y las categorías como manera de oxigenar la creatividad –que por otro lado son expedientes tan antiguos como el regodeo de la iteración como salida estética– constituyen en definitiva nuevos problemas.
Después de todo, que el campo de la creatividad contemporánea siga siendo territorio minado de incertezas, es en realidad un dato estimulante. En este sentido, el del martes fue un saludable concierto de música contemporánea.