“Si este gobierno lo entendiera, la experiencia del barrio de la Túpac le aportaría muchísimo, porque lo que hizo la organización fue hacer realidad los objetivos del milenio establecidos por la Unesco.” Jaime Sorín es arquitecto, ex decano de Arquitectura de la UBA, y en esta entrevista reflexiona sobre la ciudad construida por la organización que lidera Milagro Sala en el Alto Comedero: el Cantri de la Túpac Amaru, visitado por especialistas europeos –cuenta– que la vieron como posible modelo de ciudad poscapitalista. El entramado de casas con escuela, centro comunitario, centro de salud y parque acuático tiene como mirador el templo Kalasasaya, réplica del espacio sagrado de las comunidades aymara en Bolivia. Sorín está convencido de que ese punto en lo alto del valle también explica por qué fue posible hacer esa ciudad. “Al convertir un instrumento de política de vivienda en ‘otra’ política, que ponía el centro en la reivindicación de derechos sociales y económicos de sujetos hasta entonces estigmatizados por un ordenamiento jerárquico, étnico y social, la Túpac impuso el derecho a la ciudad como espacio socialmente compartido, introduciendo la posibilidad de construir una ciudad en la que todos tengan derecho a transformarla para vivir dignamente”, dice Sorín.
–¿Cuál fue su primera impresión en el barrio?
–Fue una sorpresa encontrar una estructura urbana nada común en barrios tradicionales de planes federales, pensados como barrios dormitorio. Pero lo segundo es que al entrar en el barrio no sólo ves una trama urbana, sino una estructura social que sostiene un proyecto de vida. Además de viviendas, hicieron fábricas, talleres que contribuían a la aparición de las casas. Pero al fondo encontrás el Parque de los Dinosaurios, por ejemplo, que es realmente impresionante porque nadie espera que en medio de un barrio exista un parque de diversiones para chicos, con actividades para familias, con espacios de sombras y quinchos. Luego, la enorme explanada de agua, que no tuvo profesionales que la piensan a través de geometrías. Y al subir al templo, lo que se ve desde arriba es notable, porque habla sobre todo de otra manera de mirar la vida, que no es la de los profesionales, ni del Estado. Desde allí, se ve el valle con los tanques de agua con imágenes de Túpac, el Che y Evita. Y luego están las frases que van apareciendo en las paredes. Cuando te metés en la textil –donde hay una disciplina de trabajo que envidiarían muchos talleres comerciales–, una pared tiene un enorme cartel que dice: campesino, el patrón no comerá más de tu pobreza. Todo es sumamente impactante, una ciudad hecha por desocupados, porque el Colegio de Arquitectos pasó honorarios muy elevados y tampoco hubo una universidad para articular el trabajo. La gente se autoformó.
–Recién habló del templo. ¿De que habla una ciudad cuando está atravesada por esa dimensión simbólica?
–El templo es el lugar desde donde se ve la ciudad. Pero también, el lugar para la celebración (NdR: del Inti Raymi, del día de la Pachamama, entre otras ceremonias). Ahí te dabas cuenta por qué se pudo hacer este barrio. Cuando ves la planimetría de un barrio hecho por el Estado, notás la mano profesional. En cambio, acá notás la mano de la vida. Te aparece la escuela. El centro social. El centro de salud. Esa escuela impresionante para quienes tienen capacidades diferentes. Y después, los lugares de trabajo. Creo fue lo que impactó muchísimo afuera, por lo que fue tomada como ejemplo por revistas europeas.
–Usted opuso este modelo a los barrios dormitorio y al paradigma del viviendismo, de pura construcción de metros cuadrados. ¿Hay otros modelos así?
–No. Desde los barrios construidos por los ingleses en adelante, tenés barrios dormitorio, algunos más integrados a la trama urbana, otros menos. En los últimos 30 años se hicieron, además, barrios afuera con lógica de operaciones inmobiliarias. Barrios en el conurbano y en el interior del país con viviendas a dos o tres kilómetros de los centros. Cuando la gente tiene un problema de salud, debe ir con urgencia a una ciudad. Lo mismo con la educación. Esto empezó a cambiar en los últimos años con el desarrollo de los centros de integración comunitaria.
–Cuando usted conoció el barrio, habló de construcción de ciudadanía.
–Es central. El que tiene un problema de vivienda no es el primer problema que tiene. Para llegar a un problema de vivienda es porque hay muchos problemas previos: un problema de trabajo, unido en general a problemas de salud y educación. El problema de vivienda es el último eslabón de una cadena de problemas de una persona que termina excluida. Por eso discutimos la idea de resolver el déficit habitacional a partir de la construcción de una casa. Por eso, la experiencia de la Túpac también es singular, porque la vivienda se trabajó como un problema integral de inclusión. Ahí se ve una apuesta a construir ciudadanía a través de la inclusión. El barrio no sólo resuelve vivienda, resuelve la salud, la educación, el trabajo. Cuando se junta todo eso, la persona se siente incluida como ciudadano. En ese sentido, creo que el barrio de la Túpac, a este Gobierno, si lo entendiera, le aportaría mucho porque lo que hizo la Túpac Amaru fue hacer realidad los objetivos del milenio, que fueron establecidos por la Unesco. Se trata de ocho puntos entre ellos, vivienda, salud, educación. No estaba el trabajo. El trabajo fue el punto 9 y lo incluyó el gobierno nacional en 2004, como “trabajo decente”. Los otros ocho están monitoreados por Naciones Unidas. Y la verdad es que el único barrio, la única obra, que puede tener una puntación positiva en todos estos años, dado que cumple con la totalidad de los objetivos, es ese barrio. Es decir, que incluso al Estado le sirvió mucho. Es cierto que también el Estado en la última década construyó mucho, pero con la lógica del viviendismo: hacer metros cuadrados.
–¿Los planes Procear?
–Todo es metro cuadrado. Sólo en 2009, cuando aparece el Programa de Integración Socio Comunitaria, se empieza a entender la necesidad de que los barrios contengan lógicas de integración. Se hicieron reuniones de los ministerios y tuvieron financiamiento luego de entender que con viviendas no se resolvía la emergencia habitacional. Que la emergencia no era solo poner un techo, sino integrar a poblaciones a lo que son los derechos ciudadanos. Desde 2009 en adelante, el financiamiento de la Túpac llegó en el marco de ese Plan que permitía pensar otro tipo de obras y habilitó la formación de cooperativas, porque las obras eran para cooperativas.
–En la Túpac cuentan que al comienzo no les creyeron que iban a hacerlo.
–Les dieron la primera obra pero les dijeron: ya sabemos que no lo van a hacer, pero les damos seis meses para intentarlo. Lo hicieron en cuatro. Ahí, el Gobierno notó que había una realidad distinta en Jujuy y continuaron. Esa es otra característica: se hizo con financiamiento del Estado pero sin intervención del Estado. Organizaron la producción con cuadrillas de trabajadores distintas al sistema privado para aprovechar mejor tiempo y recursos. Los ahorros producidos por esta administración comunitaria se reinvirtieron en otro tipo de obras.
–Entonces, ¿por qué la persecución?
–A las empresas no les conviene para nada todo esto. Les crea un problema, porque muestra que todo se puede resolver a menor costo y más rápido. A las burocracias estatales tampoco les conviene, porque les quita poder. Y a los agentes inmobiliarios tampoco. Uno de los problemas más grandes es el manejo de la tierra. Cuando las cooperativas se expanden, discuten también esto. Y evidentemente molestó a las empresas constructoras de Jujuy. La Túpac se quedó con una producción enorme.